Domingo 28.2.2021
/Última actualización 20:13
En "La sociedad de los hijos huérfanos", Sergio Sinay enciende la alarma: ¡Los niños tienen padres pero parecen "huérfanos"! ¿Aparentemente, nos hemos desentendido de nuestro rol como padres depositando tal responsabilidad en los maestros y profesores? ¿Suerte de "tercerización" del rol paterno? ¿Y cuando uno "terceriza" ya no se siente responsable de los resultados?
En cierta forma, esto puede ilustrarse con el cuento "Deme otro" de Pescetti: una mamá llega a buscar a su hijo (Fernando) a la escuela; la maestra le pone las quejas porque el niño se ha portado fatal otra vez ("no hace caso, contesta, se burla de los compañeros…"). Ante estos reproches, la madre simplemente dice: "Pues, entonces, deme otro." La maestra queda descolocada ante la insólita, tajante y fresca alternativa que la progenitora propone: "¿Cómo que quiere otro niño? ¿Cómo que quiere cambiar a su hijo por otro que haga menos lío? ¿Y cómo van a reaccionar los demás padres cuando se enteren de que usted –intempestivamente- les cambió su nene travieso por su hijo o hija obediente?" Poco a poco, el relato se carga de intenso humor absurdo y el punto cúlmine sucede cuando la madre se empecina en llevarse otro pequeño con el liviano argumento de que fue la primera en llegar a la escuela (eso le da derecho a decidir por encima de los que llegan más tarde) y con la excusa de que: "Hay que hacer algo, maestra, hay que poner límites, si no van de peor en peor." La mamá de Fernando se desentiende de su compromiso educativo, se resigna, "tira la toalla" y -como cuando uno se cansa de un producto porque no le da "satisfacción garantizada"- propone un trueque o demanda una especie de reembolso. No dijo: "¡Haremos algo en casa, maestra! ¡Pondremos límites, antes de que el comportamiento de Fernandito empeore!" ¿El final del cuento? ¡Búsquenlo en el libro "Nadie te creería" de Pescetti o léanlo en alguna esquina de nuestra vida cotidiana! Si nosotros como padres no educamos: ¿Quién educa? ¡El reto está en ser protagonistas y comprometernos! En "El valor de educar", Savater afirma: "Cada vez con mayor frecuencia, los padres y otros familiares a cargo de los niños sienten desánimo o desconcierto ante la tarea de formar las pautas mínimas de su conciencia social y las abandonan a los maestros, mostrando luego tanta mayor irritación ante los fallos de éstos cuanto que no dejan de sentirse oscuramente culpables por la obligación que rehúyen."
En "Guía para criar hijos curiosos", la doctora en educación Melina Furman sostiene que parte fundamental de la educación pasa por lo que sucede en nuestras casas; porque el vínculo con el conocimiento y el deseo de aprender se construye en lo cotidiano, en nuestras conversaciones con los niños, en cómo respondemos a sus preguntas, en las actividades que hacemos juntos, en cómo los acompañamos en el desarrollo de su pensamiento y en el desarrollo de su autonomía y autoconfianza: "La escuela será una parte de todo ese rompecabezas, pero no la única y, en algunos casos, ni siquiera la más importante."
En su libro publicado en 2018 (dos años antes del reinado de la pandemia), Furman sostiene: "con educación en casa no estoy proponiendo sacar a los chicos de la escuela y educarlos por nuestra cuenta. Ni tampoco hablo de enseñarles cómo portarse bien en la mesa, compartir con los hermanos o decirle 'gracias' a la abuela. Tampoco me refiero a cómo ayudarlos con las tareas escolares. Hablo de algo mucho más grande, mucho más profundo: de cómo se construye el vínculo de los chicos con el conocimiento. De cómo se gesta y se sostiene el amor por aprender. De cómo los preparamos para desempeñarse en la vida. Porque esos aprendizajes se tejen en casa, desde los primeros años de vida y a medida que los chicos crecen. Y se construyen en los detalles, en las interacciones entre padres e hijos, y también con los hermanos, abuelos, tíos y a veces hasta con los amigos de la familia." En sentido bien amplio, este concepto de educación abarca todas las experiencias de nuestros chicos: ¡Incluso interacciones cotidianas con ellos desde que nacen! Porque educamos cuando jugamos con ellos, cuando disfrutamos una actividad compartida; cuando conversamos sobre un tema o elegimos deliberadamente enseñarles algo; cuando los ayudamos con una tarea que les cuesta o marcamos los límites de qué cosas son aceptables y cuáles no; y también educamos cuando estamos cansados, nos enojamos o tenemos otras prioridades en la cabeza. Subraya Furman: "Educamos, queramos o no, siempre (¡aunque poder apretar el botón de pausa de vez en cuando no estaría mal, para darnos un respiro!)."
En sintonía con Furman, Alejandro De Barbieri sostiene que no podemos no involucrarnos cuando de niños se trata: ¡Siempre estaremos dando algún tipo de respuesta, incluso por omisión! En su libro "Educar sin culpa", el psicólogo uruguayo afirma que los padres somos los primeros expertos en educación: "el mejor camino para educar es el que cada padre y madre construye con sus propios hijos". Aprendemos a ser padres con nuestros hijos: ¡El proceso educativo es para los dos al mismo tiempo! Y se aprende fundamentalmente con el ejemplo vivido: ¡Menos explicación y más implicación! ¡Los valores que forman la base de un vínculo sano y constructivo con nuestros hijos se viven, no se inculcan! Si nos comprometemos y nos esforzamos por cumplir de la mejor manera posible con nuestro rol tenemos que tener en cuenta que el vínculo requiere: presencia, atención, compromiso, capacidad para reparar errores, saber estar, ser suave y ser firme cuando se precisa.
"En una llamada de atención: carta a los mayores sobre los niños de hoy", Meirieu se interroga: "¿Qué padre no ha pasado por esto? Nuestro hijo o nuestra hija llega, otra vez, con un retraso que nos parece injustificable o con unas calificaciones escolares cada vez más preocupante; o algo todavía más corriente: no hay manera de que ordene su cuarto o de que deje de pelearse constantemente con su hermano o hermana (…) Siempre tienen excelentes razones para explicar todo y quitarse de encima todas las responsabilidades. Si llegan tarde es porque han tenido que quedarse a recuperar una clase, y si traen malas notas, es porque el profesor explica mal (…) En una palabra, no entendemos nada y ellos tienen definitivamente respuesta para todo." Ante estos desafíos cotidianos, Meirieu considera que los padres deben estar atentos a las inquietudes y contradicciones de sus hijos, pero sin renunciar a imponerles prohibiciones que les permitan progresar, ni olvidarse nunca de valorar los éxitos sobre los que se apoyarán para llegar más lejos; es preciso que los educadores asuman la función tutelar del adulto y encarnen sin evasivas las exigencias de la ciudadanía: "Lo que necesita un niño es esta presencia estructurada de cada adulto, una presencia que tenga en cuenta el pasado, recuerde las exigencias del presente y abra perspectiva de futuro (…) Hace falta la implicación exigente de un educador que deje de vacilar entre la compasión balsámica y el autoritarismo policíaco. La implicación de un educador para que el niño se reconozca tal cual es, se integre en un marco estructurado y se supere a sí mismo para inventar su futuro y tenga un papel en el porvenir del mundo."
Para Meirieu, "La vuelta al cole" puede tomarse como un mojón específico y oportuno para que la familia renueve su vínculo educativo con los más jóvenes: ¡A pesar de todo (a pesar de la incertidumbre que el COVID-19 genera), hay que hacer de la vuelta al cole una fiesta! Una situación tan simple como ayudar a los chicos a acomodar sus mochilas y sus prendas genera la oportunidad de aprender juntos que, para afrontar los desafíos de la escuela y más tarde de cualquier oficio, resulta fundamental: organizar el trabajo, anticipar los obstáculos y preparar las fechas de entrega. Se trata de ayudar a que nuestros hijos sean capaces de reconocer, en todo momento, cuáles son y dónde están los recursos necesarios para llegar a buen puerto. Finalmente y en armonía con Furman y De Barbieri, Meirieu señala que: "Nuestra determinación se pone a prueba todos los días. En el más mínimo gesto. Cada vez que comprometemos nuestra libertad para crear las condiciones que le permitan al otro comprometer la suya. Cada vez que nos comportamos como sujetos responsables para que el otro también llegue a serlo".