por Juan Pablo Bustos Thames
por Juan Pablo Bustos Thames
Es sabido que Tucumán fue una provincia por la cual el creador de la Bandera mostró una especial predilección. Es más, hasta había elegido pasar allí los últimos días de su vida. Pero en noviembre de 1819 estalló una revolución y los responsables del levantamiento apresaron y pretendieron encadenar al vencedor de la batalla de Tucumán, atropello que apesadumbró y alteró la paz que Manuel Belgrano había imaginado para la última etapa de su vida. Y ese hecho lo decidió a retornar a su ciudad natal. En cuanto a sus años mozos, poco se sabe de la vida privada del prócer; sobre todo en sus épocas de estudiante universitario y asiduo concurrente a las cortes madrileñas. Algunos autores conjeturan que durante su vida en la Corte o en los claustros, y producto de sus salidas juveniles, Manuel habría contraído sífilis, la que al no haber sido bien tratada lo afectó durante toda su vida y acabó a la larga con su existencia. Sin embargo, su primer romance acreditado tuvo lugar cuando Manuel ya estaba de regreso en nuestro país. No se sabe a ciencia cierta cuándo y cómo comenzó su relación con María Josefa (Pepita) de Ezcurra Arquibel. Pepita se había casado en 1803 con su primo navarrense Juan Esteban Ezcurra Madoz. Parece que ese matrimonio, que había sido convenido dentro de la estructura familiar de los Ezcurra, nunca fue del agrado de los cónyuges. Y en 1810, manifestando su total desacuerdo con el gobierno revolucionario de la Primera Junta, Juan Esteban Ezcurra retornó a España y jamás volvió a ver a Pepita; quien, a su vez, se negó a seguir a su marido, que falleció en Cádiz años después. Sin embargo, Juan Esteban instituyó a su esposa como única heredera de su cuantiosa fortuna. La escritora María Esther de Miguel especula con que Juan Esteban Ezcurra podría haberse involucrado en conspiraciones contrarrevolucionarias, en combinación con el ex Virrey Cisneros, para derrocar a la Primera Junta. Anoticiada de esta trama, y sintiéndose atraída por el codiciado vocal soltero de la Junta, Pepita no habría dudado en presentarse ante el propio Manuel Belgrano, a fin de delatar a su marido, y exponer así la conspiración que se gestaba. Producto de ese hecho, conjetura la escritora, la Junta deportó a la Península a varios españoles contrarrevolucionarios. Gestado el exilio forzoso de su marido, y merced al acercamiento logrado con Belgrano, Pepita -de acuerdo con la tesis sustentada por De Miguel- habría aprovechado para conquistarlo pese a que Manuel le llevaba quince años. Lo cierto y verificable es que la relación entre Pepita y Manuel fue mantenida en el más discreto de los secretos. Es entendible, porque ella era una mujer casada; y él, un destacado político de la naciente Argentina. Además, ambos pertenecían a reconocidas familias de la sociedad porteña de principios del siglo XIX. A los pocos meses de asumir su mandato como vocal de la Primera Junta, el abogado Manuel Belgrano fue destacado, como improvisado militar, para encabezar una expedición militar hacia el Paraguay con el propósito de obtener el reconocimiento del gobierno revolucionario. Sabido es que, de regreso de su fallida campaña al Paraguay, Belgrano retornó a Buenos Aires, donde presumiblemente retomó o comenzó su relación con Pepita Ezcurra; hasta que el Primer Triunvirato lo envió a las barrancas de Rosario, primero, y al Ejército del Norte, después. Durante el mes de septiembre de 1812, y ya al mando de dicho ejército, el general Belgrano, perseguido de cerca por la vanguardia realista, hizo alto en la ciudad de Tucumán. Su intención era jugarse el todo por el todo para frenar el avance hasta entonces imparable del “Ejército Grande” de Pío Tristán. Al fin, la batalla tuvo lugar en el Campo de las Carreras, y la consecuencia fue que el ejército enemigo abandonó el campo de batalla y retrocedió hacia el norte. Belgrano permaneció el resto de 1812 en Tucumán, y a principios de 1813 inició la campaña al norte, dirigiéndose a Salta, donde Pío Tristán se había atrincherado. No se sabe exactamente cuándo, pero entre septiembre y octubre de 1812, Pepita Ezcurra, aparentemente cansada de esperar el regreso de Manuel, acudió a su encuentro, dispuesta, como fuere, a compartir su destino. El asunto es que se encontraron en Tucumán. De Miguel conjetura que Pepita ya se encontraba en esta ciudad en el momento de la batalla, e imagina una curiosa escena entre ella y el entonces teniente José María Paz, la noche del 24 de septiembre de 1812; episodio que jamás fue mencionado por Paz en sus Memorias. Los casi cuatro meses que Belgrano permaneció en Tucumán en compañía de María Josefa Ezcurra, fueron también mantenidos en sigilo, ya que no existen registros que den cuenta de esa relación. Ni siquiera la mencionan al pasar testigos presenciales como los entonces tenientes Gregorio Aráoz de Lamadrid y José María Paz, en sus memorias escritas varios años después. Lo cierto es que, durante su estancia en Tucumán, Pepita quedó embarazada. La pareja, con posterioridad a ese hecho, se separó, y no existen constancias de que se hubieran vuelto a ver. Lo cierto es que él encabezó la reconquista de Salta, a donde lo aguardaba una victoria completa el 20 de febrero de 1813. Y ella, desistiendo de acompañarlo hasta el fin, como había sido su idea inicial, se dirigió con el mayor sigilo a una estancia de unos amigos situada en la provincia de Santa Fe, donde el 29 de julio de 1813 nació Pedro Pablo. El niño no fue reconocido por ninguno de sus padres, ya que no se le consignó, al ser bautizado, apellido alguno. Meses después, Pepita retornó con su hijo a Buenos Aires, y a fin de guardar las apariencias, ocultó, ante todos, su maternidad. En ese plan, le sirvió de gran ayuda el providencial auxilio que le prestó su hermana menor, Encarnación Ezcurra, recientemente casada con un joven que luego sería célebre: Juan Manuel Ortiz de Rozas. La pareja adoptó de buenas a primeras a Pedro Pablo, le puso su apellido y le dio el trato de un hijo más. Años después, siendo Rosas gobernador de Buenos Aires, reveló su verdadera identidad al ya joven Pedro Pablo, y le permitió adicionar al apellido Rosas, el de su padre. Así fue que en nuestra historia se lo conoce con el nombre de Pedro Pablo Rosas y Belgrano, futuro coronel de los ejércitos de la Confederación Argentina. Carmen Verlichak es autora de una novela titulada “María Josefa Ezcurra: el amor prohibido de Belgrano”, obra que al margen de su valor literario, adolece de graves e inconsistentes errores históricos y cronológicos. En cuanto a Manuel y Pepita, pareciera que no volvieron a tener relación alguna. El general jamás se interesó por su hijo, ni tuvo contacto documentado con él. Dicen algunos autores que, a sabiendas de que se encontraba en buenas manos, y criado en el seno de una acaudalada familia en la que nada le faltaría, pudo dedicar sus energías a luchar por la patria. También habrá otra hija, también concebida (y nacida) en Tucumán. Pero ésa es otra historia. (*) Abogado, ingeniero en Sistemas de Información y docente universitario.
Siendo Rosas gobernador de Buenos Aires le reveló su verdadera identidad al joven Pedro Pablo, y le permitió adicionar al apellido Rosas (de adopción), el de su padre: Belgrano.