En la sesión del 20 de abril de 1853, el Congreso había dispuesto comenzar a debatir el proyecto Constitucional, presentado por la Comisión de Negocios Constitucionales en la sesión previa.
A 170 años de la sanción de la Constitución Nacional
En la sesión del 20 de abril de 1853, el Congreso había dispuesto comenzar a debatir el proyecto Constitucional, presentado por la Comisión de Negocios Constitucionales en la sesión previa.
Durante los meses de enero, febrero y marzo habían trabajado en él, José B. Gorostiaga, Juan M. Gutiérrez, Pedro Ferré, Pedro Díaz Colodrero, Manuel Leiva, Santiago Derqui y Martín Zapata, estos tres últimos alternaron su presencia en la Comisión con otras misiones que se les asignaron.
El día 20, el diputado de Salta y decano del Congreso, Facundo Zuviría, dejó la presidencia de la sesión y, a la vez, solicitó autorización al Congreso para leer su discurso y fundar así su opinión. Ello implicaba no cumplir con el reglamento que el mismo Cuerpo había aprobado para funcionar.
El diputado Juan M. Gutiérrez apoyó la petición para asegurar la libertad de expresión y opinión a esta altura de la labor del Cuerpo, que es, sostuvo, la más trascendente de su mandato. Les pidió a sus colegas que admitan tal flagrante violación reglamentaria, que fueran "magnánimos" y tuvieran "la suficiente prudencia y resignación para tolerar".
Gutiérrez acompañó el pedido de Zuviría, pero aprovechó para permitirse algunas ironías. De inmediato, Fray Manuel Pérez se manifestó por la no aprobación de la Constitución por el momento. Luego votaron positivamente habilitando la lectura. Y esta comenzó.
Sostuvo Zuviría que la idea de los pueblos al demandar una constitución para obtener paz y tranquilidad, las que necesitan para mejorar su vida, no será posible si ella se sanciona en medio de la guerra y la anarquía. El "momento inoportuno" lo define en nueve puntos en los cuales asemeja la situación existente con los intentos constitucionales previos, rechazados con violencia.
Ignora elípticamente el contexto real que vivía la Confederación en esa fecha, la guerra estaba reducida a un conflicto entre porteños y bonaerenses, porque la campaña de Buenos Aires era partidaria de sumarse a la Confederación y al Congreso, en tanto que la ciudad rebelde no aceptaba en modo alguno las condiciones estipuladas en el Acuerdo de San Nicolás, que la ponían en un pie de igualdad con los "trece ranchos".
Argumentó Zuviría que se requería previo a la constitución que la sociedad adquiera hábitos ordenados de cumplimiento de la ley y recién después se dicte la norma. Ahora bien, no dice Zuviría cómo generar esa paz y esa forma de vida organizada, cómo equilibrar derechos y demandas, cómo lograr que la ciudad que más ha crecido, apoyada en su privilegiada situación, sea solidaria y ceda en beneficio de las provincias atrasadas.
Es más, agrega: "¿Qué igualdad se conoce en nuestros pueblos sino es en la pobreza, los padecimientos, la miseria en el interior y el descreimiento en el exterior?" Zuviría elude, además, señalar el conflicto central que había llevado a esos fracasos y desatado los enfrentamientos, la puja por organización bajo un sistema federal o unitario. De igual modo, en una de sus reflexiones hizo mención a que solo la paz haría posible mirar la opción organizativa en el marco del "socialismo y el centralismo", con ella volvió a eludir el verdadero meollo del conflicto.
Este posicionamiento de Zuviría no sorprende, tal como sostuvo Agustín Zapata Gollán al analizar el proceso de ocupación del territorio, las tensiones entre las ciudades coloniales, la riqueza o pobreza comercial de cada una de ellas, dejó planteada a poco de las fundaciones las diferencias entre interior- Buenos Aires y el Litoral. Entre centralismo y federalismo.
El interior, generalmente, fue aliado de Buenos Aires en los fallidos Congresos constituyentes de 1819 y 1826. Los dichos elusivos de Zuviría, la carencia de precisiones sobre el presente, se entienden en el marco del posicionamiento de la región noroeste y, tal vez, en la influencia porteña que pudo ocurrir en la reciente misión que llevó adelante intentando, una vez más, sumar a Buenos Aires al Congreso, frustrada por la dureza del gobierno porteño, a pesar del sitio que ejercían sobre ellos sus propios comprovincianos.
Finalmente, Zuviría reclamó un estudio estadístico, previo a la Constitución, de todo el país, en todos los órdenes. Luego intervino Gutiérrez, criticando el discurso y apelando al texto del preámbulo del proyecto del cual dice que no es una mera especulación, sino una definición práctica respecto de lo que se desea para la Confederación. Zavalía destrozó el discurso del salteño. Le sucedieron Huergo, Zapata y, por fin, Juan Francisco Seguí.
Los cronistas e historiadores han descripto la participación de Seguí como apasionada, vehemente, de pie, el pelo alborotado, muy poética su figura y sus palabras (las actas no nos dicen nada al respecto). En esas descripciones se basó Antonio Alice para inmortalizar la escena de este debate esencial en el cuadro de Los Constituyentes. Es interesante repasar textualmente los párrafos más relevantes de la misma:
"(…) Representante de una provincia en cuyo seno se formuló el Tratado del 4 de enero de 1831,(…), de una provincia en cuyo territorio han tenido lugar varios aunque infecundos ensayos constitucionales, y que cooperó la primera en la margen derecha del Paraná a la realización del pensamiento grande, vencedor de la tiranía(…), faltaría señor, al más sagrado de mis deberes; como santafesino, si no aclamara como lo hago con entusiasmo, el proyecto de Constitución y si no registrara mi voto vivo en el acta de la más gloriosa sesión de este Congreso. Lo aclamo lleno de fervor santo que la justicia, la libertad, la paz y el engrandecimiento nacional encienden en el corazón de los verdaderos patriotas".
"El señor Zuviría ha delineado a grandes rasgos el cuadro que ofrece la República Argentina y después de pintar a sus hijos sin costumbres constitucionales, sin virtudes públicas, sin moralidad práctica, sin educación política y doblados bajo el odioso yugo de pasiones funestas, concluye por decir que darles hoy un Código Constitucional, es inoportuno. De suerte que, a valer las opiniones y alcance de vistas políticas del señor diputado sería necesario declarar a la faz de la América que los pueblos argentinos son inconstituibles, que los pueblos argentinos son incapaces de gobiernos fundados en leyes y acreedores únicamente a ser dominados por la mano de hierro del despotismo. Porque los inconvenientes que enuncia no pertenecen exclusivamente a la actual situación, sino a enfermedades crónicas, encarnadas en la comunidad argentina desde la época colonial (…)".
"Estas son mis convicciones, señores, y de ellas deduzco que la actual situación de la República es la más oportuna de todas para que la Constitución se promulgue y veo también grabada sobre ella la mano de la Providencia, que, por caminos misteriosos y ocultos, nos conduce al término feliz de nuestras teorías, colocándonos en la más brillante de las situaciones para que se constituya nuestra Patria".
Las contundentes palabras de Seguí sortearon el reclamo de postergación y se pasó a votar el proyecto de Constitución en general, el que fue aprobado por unanimidad.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y la Asociación Museo y Parque de la Constitución Nacional.