Lunes 12.2.2024
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En la mañana del lunes 22 de enero, en un barrio de la localidad bonaerense de Villa Centenario, partido de Lomas de Zamora, una niña de 9 años fue asesinada durante un intento de robo a sus padres. Salían de su hogar con su hija Umma cuando fueron interceptados por delincuentes armados. Uno de ellos efectuó los disparos que provocaron su muerte. No sólo dejaron sin vida a Umma, sino que también la de sus padres y hermanas ya no tendrá el mismo sentido que antes. Si bien el dolor es consustancial a la vida y, a su vez, difícil de dimensionar, el que genera la muerte de un hijo es inconmensurable.
Hay que apartarse del trajín cotidiano para tomar consciencia de esta tragedia. Recordar que cuando la aflicción nos brotó sin permiso alguno, ni los más cercanos pudieron saber su cabal hondura. Nadie accede, entonces, a la extensión del dolor ajeno. Como lo ha expresado el poeta Horacio Castillo: "Hice un hoyo en la tierra/ y lloré dentro de él; lloré de bruces,/ hasta que el llanto llegó al fondo,/ hasta que todo se anegó,/ hasta que brotó de la profundidad/ un tallo que nadie hubo tocado". El doliente siente las asperezas, circunvala el grosor y digiere la savia corrosiva del dolor en su contacto solitario. La experiencia individual del sufrimiento, única, sin equivalencia alguna, fue evidenciada también por Mario Benedetti cuando expresó: "Un hombre/ alegre/ es uno más/ en el coro/ de hombres/ alegres/ un hombre/ triste/ no se parece/ a ningún otro/ hombre/ triste".
El dolor que se siente tiene una inscripción única, sin equivalencias, es personalísimo. Pero esta singularidad no es un obstáculo para que exista compasión y empatía ante el prójimo doliente. Es posible la identificación con él y, además, hace a nuestra naturaleza, como el mismo poeta uruguayo lo decía: "el dolor por el dolor ajeno/ es una constancia de estar vivo" (Benedetti).
Cabe intentar una aproximación al dolor que transitan los padres de Umma. Están las profundas y sentidas palabras que escribió el novelista y diplomático Abel Posse con motivo del fallecimiento de su hijo Iván de 15 años, aunque por causas diferentes a las de Umma, en su libro "Cuando muere el hijo. Una crónica real" (año 2009).
El escritor expresó que la muerte de su hijo es "la peor noche que se pueda vivir. El mayor dolor". Una culminación, un "fin del mundo, pero privado". Arrasó con todo lo existente hasta ese momento, pues "nada puede con la fuerza destructora de la muerte". Hay un sentimiento de impotencia que no da margen de maniobra para quienes quedan: "siento que no sabré reinstalar la casa arrasada. (…) Estoy derrotado y definitivamente vencido. Eso es lo que se siente. La familia rota".
Unos meses después de la tragedia, "la casa va quedando definitivamente vacía de Iván". La realidad es el dolor, "quedamos de este lado, desgajados, como el árbol elegido por el rayo". En el "espacio de lo terrible", ve a su esposa "apoyada en mí. Yo apoyado en ella. Muletas mutuas". A su vez, siente que la propia identidad se desmorona, porque "uno es uno y su muerte. Uno y sus muertos. Y más aún: sin mi hijo muerto, no soy. Ya no soy".
Abel Posse es consciente que la "muerte es insaciable" y que les "espera una ardua batalla para comprender y soportar lo incomprensible e insoportable". Le dijo a su esposa "no dejemos que ahora nos mate a nosotros… Ya tiene bastante". El escritor comprendió que tendrán que darse "respuestas teológicas propias", crear "una funcional filosofía prêt-à-porter. Una filosofía para soportar".
Luego de acercarnos al dolor por la muerte de un hijo, queda explorar qué reacción debemos tener ante ese sufrimiento como conciudadanos de los padres de Umma. Indudablemente, hay que empezar por apelar a la "incurable otredad" (Antonio Machado) que nos constituye y humaniza, para otorgarle una valoración ética a la aflicción.
En ese sentido resulta valioso el abordaje efectuado por la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, quien buscó una respuesta en base al tratamiento que Aristóteles realizó sobre la "compasión". A partir de que el hombre puede sufrir por el dolor de su prójimo, Nussbaum analizó la racionalidad ética de esa emoción (en "Paisajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones", año 2001).
La filósofa comparte la definición aristotélica de que "la compasión es una emoción dolorosa dirigida al infortunio o al sufrimiento de otra persona". Requiere de tres juicios cognitivos, conforme esquematizó Nussbaum: la intuición o percepción de que la aflicción que padece quien sufre es grave, no trivial; el juicio cognitivo de que la persona que sufre no merece ese sufrimiento; y la creencia de que las posibilidades de la persona que experimenta la emoción son parecidas a las del que padece el sufrimiento. La pensadora norteamericana concuerda con los dos primeros requisitos aristotélicos, pero no así con el tercero. Para Aristóteles la persona siente compasión por las desgracias que puede esperar sufrir él o sus seres queridos, ya que requiere una comprensión y experiencia del sufrimiento. En cambio, a criterio de Nussbaum, se debe considerar el sufrimiento de otra persona como parte significativa de los propios objetivos y metas, algo que afecte su florecimiento.
Más allá de las diferencias en los componentes de la compasión, lo importante es que a través de esa emoción la sociedad argentina acompañe a los padres de Umma en el dolor y, a su vez, sea la fuerza moral para exigir a las instituciones que terminen con la inseguridad en que se vive. Esta atención emocional y su valoración nos permite adquirir, además, conocimiento del contexto y las causas que motivan esta problemática.
Hace décadas existe una nociva ideología "abolicionista" que se posó sobre el funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la justicia y el servicio penitenciario, convirtiendo el sistema en un caldo de cultivo para que sucedan tragedias de esta naturaleza. Esta ideología interpreta los hechos delictivos a través de determinadas categorías conceptuales, moldes rígidos en donde los elementos fácticos deben ingresar como sea. Descree de la justicia punitiva y, entonces, busca adelgazarla hasta su expresión mínima, pero en vez de enfrentar al ordenamiento penal abiertamente tiene como estrategia convivir junto a él, a modo de clavel del aire que parece decorativo pero en realidad termina por secar y matar al árbol. Esta ideología asfixia y deja inoperante a todo el sistema.
Tal como lo propuso uno de sus pensadores, Michel Foucault, inventaron un pensamiento categórico con la pretensión de deshacerse de los conceptos familiares y reemplazarlos. Con el paso del tiempo, entonces, generaron su propia gramática y conceptualizaciones, tales como: "la verdad es finita y transitoria"; "no tiene validez la relación culpa-castigo"; "situación problemática en lugar de lo que el poder define como delito"; "el sistema penal es una fabricación de personas culpables, estigmatización de los prisioneros y la marginalización de determinados grupos"; y "abolir el concepto de 'gravedad' del delito, 'peligrosidad' del delincuente, el concepto metafísico de culpabilidad y la dicotomía de 'lo bueno' y 'lo malo' (...)" ("Abolicionismo penal" de Hulsman, Christie, Mathiesen y otros autores).
Esta ideología fue adoptada soterradamente con diversos matices y edulcorada, siendo la utopía o amor oculto de muchos. Con esta impronta echó raíces en las Facultades de Derecho y se propagó a los fallos judiciales y las leyes penales, hasta ocupar lugar en oficinas públicas de los poderes del Estado a fin de corregir cualquier desvío. De esta manera, la prevención y actuación sobre los hechos delictivos resulta una quimera en tanto las fuerzas de seguridad fueron jaqueadas con recursos escasos, estigmatización y desprestigio. La investigación de los delitos y su juzgamiento están sitiados, tanto por categorías conceptuales como por los obstáculos y estándares procesales que son sus derivaciones lógicas y prácticas. Ni qué hablar del servicio penitenciario, ya que este entramado de ideas impide directamente su viabilidad. En definitiva, cuando no se encuentra justificación a la sanción penal, a la privación de la libertad, el sistema empieza a corroerse desde allí. Vaciado de sentido y de razón el castigo penal, todas las demás etapas previas lo padecen (prevención, investigación y juzgamiento).
Cada vez que suceden tragedias como la de Umma, el ciudadano que es ajeno a aquella ideología, advierte que esa muerte sucedió en un sistema penal corroído por ideas que no tienen nada que ver con los valores que constituyen su vida. Será necesario, entonces, que la compasión de los conciudadanos alcance un nivel de indignación tal que dé lugar a la modificación de este estado de situación.
Mientras tanto ante el dolor que genera la muerte de un hijo, habrá que buscar la forma de expresar el acompañamiento. Se sabe de algunos que usan palabras, pocas, algo quebradizas y suaves; otros, se valen de gestos, como la mano que busca ocupar el mismo lugar que la otra; y están aquellos de los que la escritora brasileña Clarice Lispector dijo haber "recibido miradas que valen por un rezo". Estas maneras, en fin, son caricias para las madres y padres del dolor.