Por Alfredo Morelli y Gustavo J. Vittori
Daños ambientales
Por Alfredo Morelli y Gustavo J. Vittori
En 1649, el procurador de la ciudad de Santa Fe, Juan Gómez Recio, le pidió al Cabildo la activación de la mudanza de la pequeña urbe a un lugar mejor, según la previsión del acta fundacional de 1573. Y dos años después, el teniente de gobernador, Mateo de Lencinas, dijo conocer el lugar adecuado para realizar la trasmuta. Se trataba de una rinconada de la estancia de Juan de Lencinas ubicada entre las cuencas del Paraná y el Salado, próxima a la laguna de los quiloazas, sitio al que se envía a un grupo de capitanes y sargentos mayores a fin de hacer las verificaciones del caso.
Poco después se ponen en marcha el desafío logístico y las múltiples acciones orientadas a cambiar una ciudad de lugar, esfuerzo agravado por la pobreza de recursos de ese tiempo. Como consecuencia de aquella decisión, y concluido oficialmente el traslado (1660), hace 364 años que sucesivas generaciones han habitado este sitio de Santa Fe de la Vera Cruz.
Desde el comienzo de aquella nueva etapa en la historia de la ciudad, la laguna de los quiloazas, ubicada en la vecindad noreste del nuevo caserío, ha sido una referencia geográfica insoslayable del sitio de implantación urbana. Los quiloazas, que también le daban nombre al río sobre el que se recostaba la ciudad originaria (hoy, río San Javier), formaban parte del grupo chaná-timbú. Eran indios canoeros, esencialmente pescadores, pero también cazadores y recolectores, lo que los llevaba a una vida seminómade.
Aquel primer nombre, pronto habrá de compartirse con el de laguna de Lencinas, ambos desplazados luego por la denominación de laguna grande, que no hacía más que objetivar su tamaño y facilitar su identificación. En el siglo XVIII, esos antecedentes nominativos serán absorbidos por el de Setúbal, en razón de la chacra que el portugués Juan González de Setúbal levantará sobre la orilla oeste a la altura aproximada de la actual calle Javier de la Rosa. Del nombre completo de aquel propietario, constituido por el patronímico González (hijo de Gonzalo) y el topónimo Setúbal (ciudad y distrito de suroeste de Portugal), la tradición popular retendrá este último, que aún perdura asociado al espejo de agua. Tanto como el de Guadalupe, originado en la misma época y vinculado con la capilla levantada por el ermitaño Francisco Javier de la Rosa en terrenos del lusitano, en la que se veneraba una estampa de la Virgen de Guadalupe, aparecida según la tradición en el cerro Tepeyac, de México, al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, origen de una devoción católica que se extendió más allá del continente.
Lo cierto, en cualquier caso, es que la laguna, al margen de la secuencia histórica de sus nombres, es un factor de identidad de la ciudad de Santa Fe y un insoslayable patrimonio natural que merece un trato condigno. Y esa laguna experimenta, desde hace décadas, procesos de progresiva contaminación que degradan la calidad del agua y el bello paisaje lagunar.
Desde hace décadas, especialistas de las facultades de Química y Bioquímica de la UNL y del Instituto Nacional de Limnología, realizan periódicos estudios sobre la contaminación de las aguas por distintos factores: conexiones cloacales clandestinas a los grandes desagües pluviales, detritos industriales, proliferación de plásticos, efecto de los arrastres de elementos tóxicos por lluvias en zonas de bajo nivel de servicios, etc. Esos controles y algunas acciones consecuentes, como la construcción de un ramal secundario de la cloaca máxima hasta Guadalupe para evitar los vertidos clandestinos en una amplia zona de rápido crecimiento poblacional, lograron en su momento mitigar el problema, pero la continua extensión de la mancha urbana y la falta de obras de infraestructura para el tratamiento de la basura, avanzan con mayor velocidad que las respuestas de gobierno y comprometen gravemente la salud de la laguna.
En la última onda de crecida, el explosivo fenómeno de crecimiento de los basurales sobre terraplenes ubicados al oeste de Rincón, se manifestó con crudeza cuando una ingente cantidad de basura flotante, constituida principalmente por plásticos, cruzó la laguna de norte a sur durante días a la vista de todos. El problema es viejo, como la labilidad de la conciencia ciudadana y la morosidad de las autoridades para gestionar temas cruciales de saneamiento y salud pública.
En 2016, un grupo de investigación alertó sobre el alto índice de contaminación por plástico en los cursos de agua del Paraná, en especial la Laguna Setúbal, y cauces cercanos. Algunos de sus integrantes dijeron entonces: "Las botellas y otros residuos plásticos son extremadamente abundantes; sin embargo, como sociedad aún no vemos el problema en su total magnitud y no lo asociamos con lo que realmente significa".
Los investigadores también detectaron grandes cantidades de microplástico. Explicaron: "La acción de los rayos UV, la fricción del agua y la arena, entre otros factores, degradan el macroplástico; lo fragmentan y lo transforman en microplástico de origen secundario. Esto quiere decir que antes fue otro producto ‒por ejemplo, botellas, bolsas plásticas y restos de telgopor‒ y que se ha reducido o desgastado hasta fragmentos menores a 5 mm… hemos encontrado en cantidades alarmantes… Si bien la distribución es heterogénea, en algunos lugares hemos tenido que contar dos veces porque nos ha parecido inadmisible la cifra encontrada: en algunos sectores alcanza las 35.000 partículas por metro cuadrado, lo que supera todas las mediciones internacionales".
La acumulación de datos es aplastante, y lo que se ve a simple vista es aterrador. La ciudad de Santa Fe, logró durante algunos años, luego de 2010 avances en el tratamiento de la basura a través de asesoramientos especializados que fueron aplicados mediante interacciones multidisciplinarias, pero las crisis recurrentes han afectado aquellos impulsos y hoy se vuelven a afrontar graves problemas de saneamiento ambiental. Ni qué decir del nunca solucionado problema de Rincón y la franja costera de la ruta provincial N° 1, cuya población se expande sin cesar, pero sin el acompañamiento de obras necesarias para tratar de manera adecuada el aumento imparable de la generación de basura.
Es lo que expuso la última crecida, y como la fuente principal del problema se encuentra en jurisdicción de San José del Rincón, pero sus efectos impactan en Santa Fe y municipios y comunas de aguas abajo, la solución exige la articulación de políticas y obras a nivel de municipios y el gobierno provincial. Es que el problema excede las jurisdicciones municipales, pero requiere de su participación. Hay créditos internacionales para saneamiento ambiental, pero los debe tomar la provincia con aval nacional. No es, por lo tanto, una cuestión simple, aunque sea imperiosa. Todo debe empezar con un acuerdo político-institucional de las partes y la consiguiente elaboración y presentación de un programa bien fundado para conseguir el financiamiento. Es hora de dar esos primeros pasos.