A las seis semanas la cacería se tornó escasa. Muy escasa. Lalo se había cargado casi todas las palomas de los altos del Ritz.du
12 – "Esplendor, misterio y ocaso del Edificio Plaza Ritz"
A las seis semanas la cacería se tornó escasa. Muy escasa. Lalo se había cargado casi todas las palomas de los altos del Ritz.du
Dos, o tres fines de semanas la pasamos aburridos en la terraza del edificio, mientras papá hablaba con los empleados del hotel, ciertos temas no aptos para menores. Por las dudas, él retenía las gomeras y las piedras y sólo ante el pedido de Gustavo se las alcanzaba al cazador enano.
Un jueves de mayo, cuando Don César Lo Celso visitó nuestra casa y papá nos hizo seña para que nos retiremos, sospechamos lo peor. "Gracias por los servicios y esto fue todo". Pero no. Surgió algo nuevo, inesperado y fatídico. A la postre fatídico.
Luego de varias horas de charla, una botella Aperol, medio pan casero dos salamis y un buen pedazo de queso gruyere; el gerente del hotel se incorporó, abrazó con hosquedad típica a su paisano, lustró sus tamangos en posición de cigüeña y se fue de casa.
Inmediatamente la Brigada fue convocada a tertulia. Papá nos contó que el gerente le había confesado un secreto que nos afectaba directamente. Resulta ser que el cocinero del Ritz había creado un plato con las pechugas de las palomas que les dejábamos cada semana.
Le habían puesto un nombre en francés muy rebuscado que mi papá mal pronunciaba y yo, por más que intento, no puedo recordar. Pero en castellano podía traducirse como "Estofado de aves silvestres" o algo por el estilo.
En definitiva, el plato era un éxito y necesitaba más palomas. Creo que más por amistad que por negocio, papá accedió al pedido de buscar presas en otros lados. Fue entonces que la Brigada Palomita, amplió su coto de caza a toda la ciudad de Santa Fe y alrededores.
Fuimos de cacería al ferrocarril, al puerto, al molino y a varios lugares más. Las primeras semanas todo anduvo bien, pero un sábado de julio cuando Lalo hacía de las suyas en El Palomar de la Plaza Colón, los cuatro fuimos detenidos por la policía. ¡Hasta salimos en los diarios!
Papá que, como buen capitán, reconoció su culpabilidad, estuvo tres días preso por "perturbar la paz" y "atentar contra el patrimonio público". Nosotros, castigados por dos semanas. Y nuestras armas, preciadas armas, destruidas por mamá que no nos dirigió la palabra por mucho tiempo. Ese fue el fin de la Brigada Palomita y de la amistad de papá con su paisano César Lo Celso que, por cierto, negó toda responsabilidad.
Hace algunos años en ocasión del velorio de papá, los tres hermanos, que pasamos mucho tiempo, demasiado, distanciados por cosas de la vida, nos volvimos a encontrar. Caminando en el cortejo fúnebre por la calle central del cementerio municipal, los tres a la vez, nos percatamos de unos muy concurridos nidos de paloma que se encontraban en lo alto de un mausoleo.
Lalo, siempre el más ocurrente, les apuntó con un gesto de su mano derecha poniendo sus dedos en "V", emulando el movimiento de la gomera. Luego de tantos años, de tanta distancia y tanta vida transcurrida, las palomas volvieron a juntarnos y terminamos abrazados entre llantos y sonrisas.
Entonces Gustavo dijo algo en clave que todos escucharon pero sólo nosotros y quizás mamá, entendimos. Al menos en su total y fantástica dimensión: "¡Hasta siempre querido papá! ¡Querido Capitán de la Brigada Palomita!"
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