Los encuentros en tiempos de la comunicación digital pronto van a necesitar una rectificación. Basta con observar cualquier reunión, ya sea entre familiares, amigos o en ocasión del trabajo, para advertir que el smartphone (teléfono inteligente) resulta un factor determinante que absorbe la atención de cada uno de los presentes.
Los modos de socialización siempre han sido motivo de preocupación, tal como la tuvo –en un tiempo muy distinto al actual- Horacio Oliveira, uno de los protagonistas junto a La Maga de la novela "Rayuela" de Julio Cortázar (1963). Bien propio de él, que no dudaba en tener elucubraciones de cualquier índole, incluso ante el más nimio hecho cotidiano. En una ocasión, Oliveira se puso "a mirar lo que ocurría en torno y que como cualquier esquina de cualquier ciudad era la ilustración perfecta de lo que estaba pensando y casi le evitaba el trabajo".
En ese instante, en un café parisino, Horacio observó que "un grupo de albañiles charlaba con el patrón en el mostrador", protegidos del gélido tiempo. Y prestó especial atención en que dos estudiantes leían y escribían en otra mesa, "los veía alzar la vista y mirar hacia el grupo de los albañiles, volver al libro o al cuaderno, mirar de nuevo". En fin, una escena propia de esa época pensó, unos y otros "de una caja de cristal a otra, mirarse, aislarse, mirarse: eso era todo".
Pasados un poco más de sesenta años de "Rayuela", la realidad varió tanto –aunque en la misma dirección de aislamiento- que se fagocitó hasta la "caja de cristal", al punto que cada una de las personas están aisladas ahí adentro, atentas a sus celulares. Se reúnen, están juntas, pero sin proporcionarse compañía. De la misma manera que Oliveira podemos mirar un encuentro al azar y comprobarlo, desatendidos entre sí, enfocados en sus smartphone con conversaciones simultáneas, recorriendo las redes sociales o navegando por internet. Aun cuando alguno esté expresándose, el resto oye nomás ignorando el rostro, la gestualidad y sus miradas, sin que se considere una falta de cortesía.
La penetración social de la utilización del smartphone es casi total, al igual que su fusión con la vida cotidiana. Brinda beneficios prácticos para los más diversos aspectos y ha sido una bendición para ciertas situaciones de salud u otros motivos delicados, pero tanto por el grado de dependencia que genera, el tipo de comunicación que importa y de lo que priva a las personas por el uso compulsivo, debe ser motivo de preocupación.
El smartphone no deja de ser un instrumento que -según cómo se lo use- puede ser bueno o perjudicial. Tal como destacó José Ortega y Gasset respecto de las cosas, "su ser no consiste en ser cada una por sí y en sí, sino que tienen sólo un 'ser para' (…)". Es su condición primaria "servirnos 'para' o impedirnos 'para' (…)". Hay que tomar consciencia, entonces, en el aspecto que aquí nos interesa, hasta qué punto podemos utilizarlo sin que distorsione la relación con el prójimo.
La comunicación digital permite que la lejanía del otro no sea una ausencia inconsolable gracias a la presencia virtual que compensa, pero -paradójicamente- desdibujó la asistencia personal del que está al lado, debido a la ubicuidad sin descanso que proporciona. El hombre está omnipresente, participa y se comunica virtualmente con muchos lugares al mismo tiempo, mientras vacía su presencia en el sitio en que se encuentra físicamente.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su libro "En el enjambre" (2013), desmenuzó las implicancias de la comunicación digital y el uso del smartphone. El ensayista observó que "la comunicación digital deshace, en general, las distancias". Caracterizó esta situación como un "enjambre digital", en donde los individuos están juntos pero aislados entre sí, "no desarrollan ningún 'nosotros' (…)".
Byung también expresó que el núcleo de toda comunicación "está constituido por las formas no verbales, tales como los gestos, la expresión de la cara, el lenguaje corporal", pero con la comunicación digital no sucede así, es "pobre en mirada" y "carece de cuerpo y de rostro". Por su "eficiencia y comodidad", advirtió, evita "el contacto directo con las personas reales, es más, con lo real en general". Al evitarse la facticidad, dijo, la comunicación huye hacia la imagen digital.
Más recientemente, el autor surcoreano ahondó el asunto en su ensayo "No-cosas. Quiebres del mundo de hoy" (2021). Allí, precisó que el orden digital está constituido por "la información", que es una "no-cosa" y, al informatizarse todo, el mundo se "descorporeiza". A esta supresión del cuerpo, se le añade otro problema, que lo digital no es "narrativo" sino "aditivo".
Las informaciones -que se acumulan- pueden ser contadas, señaló, pero no narradas porque no permiten la combinación para constituir una historia. Así, les resulta imposible crear un significado y contexto para las personas. De esta manera, se empobrece la vida espiritual e intelectual limitándose a vivenciar, según el filósofo, de una "sobrecarga sensorial" que termina por reprimir la imaginación. No dudó en considerar que "el smartphone fragmenta la atención y desestabiliza la psique", al igual que provoca un uso repetitivo, poco creativo y compulsivo.
Otra arista de esta problemática la explicó la socióloga franco-israelí Eva Illouz en "Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo" (2007). Internet no permite conocer al otro como un todo, sólo facilita un saber que "está desarticulado y desconectado de un conocimiento contextual y práctico de la otra persona". A diferencia del encuentro cara a cara, que Illouz calificó de "holístico", en tanto brinda "atención a la forma en que se interrelacionan muchos atributos en lugar de a cada uno de ellos".
Identificar y entender las cualidades de lo digital, ayuda a racionalizar su utilización para que no afecte o reemplace aspectos valiosos de la vida, como el encuentro presencial, con su dimensión corporal a través del rostro, el roce casual o contacto querido como el abrazo a un amigo. Ninguna comunicación virtual será equivalente al abrazo con que Mario Benedetti simbolizó a la amistad, al recordar a quienes ya no están: "Se me han ido muriendo los amigos/ se me han ido cayendo del abrazo".
Sin miedo a la promiscuidad afectiva, ese abrazo sabe –a su vez- representar al amor, como el mismo poeta enseñó: "Tus brazos tan delgados/ cuando abrazan abrasan/ y de paso conectan/ tu alma con mi alma// en ese nudo alegre/ no hacen falta palabras/ a lo sumo se escuchan/ sutiles campanadas".
Todo "contacto" para los enamorados, escribió el semiólogo Roland Barthes, "plantea la cuestión de la respuesta: se le pide a la piel que responda" (en "Fragmentos de un discurso amoroso", de 1977). El amor reclama contacto y, luego, el cuerpo solicitará más cuerpo, mientras lo virtual desoye estas exigencias. La mano que presiona a otra o el brazo tímido que recorre el respaldo del asiento, es lo desconocido por lo digital, esa "región paradisíaca de los signos sutiles y clandestinos: como una fiesta, no de los sentidos, sino del sentido" (Barthes).
Otra lamentable consecuencia es la desaparición de la mirada, tanto en la comunicación digital en sí misma, como en el encuentro presencial en donde es eclipsada por la atención al smartphone. Ortega y Gasset luego de sostener que el cuerpo -en general- es un fertilísimo "campo expresivo", destacó -en particular- a los ojos en tanto nos muestran más del otro porque son miradas, "actos que vienen de dentro como pocos". Aunque aclaró que, además, "notamos desde qué profundidad mira".
Si los hombres supieran "medir" esa profundidad, "se ahorrarían muchos errores y muchas penas" advirtió el filósofo, quien ejemplificó con la mirada de la mujer. En ella está la que concede "como una limosna", que es "poco honda, lo justo para ser mirada". Aunque también posee "la mirada que viene de lo más profundo", aquella que va "trayéndose su raíz misma desde el abismo del ser femenino, mirada que emerge como cargada de algas y perlas y todo el paisaje sumergido, esencialmente sumergido y oculto".
Ortega la llamó "la mirada saturada", porque "rebosa su propio querer ser mirada, mientras que la primera era asténica, casi no era mirada, sino simple ver". Si el hombre no fuese vanidoso, sostuvo el pensador español, y no interpretase cualquier gesto insuficiente de la mujer como una prueba de estar enamorada de él, suspendería su opinión hasta que sucedan los gestos saturados y no padecería las dolorosas sorpresas en el amor (en "La aparición del 'Otro'", de "El hombre y la gente", año 1957). Semejante encuentro, colmado de entendimiento y sutileza, resulta imposible en la conversación virtual.
Lo digital incorporó a la vida posibilidades antes vedadas, produjo un ensanchamiento de la realidad, con características que requerirán estabilidad emocional e integridad moral en el hombre para que no pierda su humanidad. Es un desafío trascendente, en tanto ya observamos que lo virtual está malogrando el encuentro en persona. La presencia debe reclamar con urgencia sus antiguos privilegios, el recibir del prójimo su compañía llena de atención y calidez.