I
I
¿El que mata, el que asesina, no sale más de la cárcel? He aquí una pregunta que admite varias respuestas con sus variaciones y matices. La reciente condena a perpetuidad a los rugbiers -a cinco de ellos- reactualizó el debate sobre el que yo no poseo respuestas definitivas, lo cual es previsible porque no soy jurista. Pero sospecho que tampoco poseen una respuesta definitiva la mayoría de la opinión pública, incluidos abogados, jueces, fiscales y académicos. Cuando los jueces de Dolores sentenciaron a cinco de los rugbiers a cadena perpetua la mayoría de la población estuvo de acuerdo, pero me consta que muchos de los que aprobaron la pena contra quienes asesinaron a Fernando Báez Sosa, acto seguido sintieron o sentimos que algo nos hacía ruido, que algo no estaba del todo bien. Era una sensación imprecisa, un malestar difuso pero presente. No se trataba de perdonar a quienes asesinaron sin piedad a Fernando, nada de eso, pero saber que los condenados saldrían en libertad casi a los sesenta años de edad era algo que producía un cierto escozor, no por ellos -a quienes no conozco y lo poco que sé de su vida es deplorable-, sino por nosotros, por aquellos valores que ordenan nuestra sociedad, por nuestra concepción de justicia.
II
A ver si intentamos entendernos. Un delito de sangre debe ser sancionado con todo el rigor de las leyes. El que mató produjo un daño irreparable contra la víctima y contra los familiares de la víctima que hasta el fin de sus días arrastrarán el peso de esa tragedia. Un asesino no puede entrar por una puerta y salir por otra. ¿Está claro? Es más, hay asesinos que no deberían salir nunca. Pienso, por ejemplo, en Robledo Pucho o en el Chajá Ferreira. Y no deben salir, entre otras cosas, porque a la media hora de estar en libertad cometerán otro crimen. La sociedad debe prevenirse de estos peligros o de estos personajes siniestros. No soy garantista ni pretendo serlo, pero tampoco soy de los que proclaman "que se pudran en la cárcel". Alberdi en 1853, es decir, hace 170 años, era más progresista y humanista que estos caballeros. Si no me equivoco el Código Penal prevé graduaciones, atenuantes y agravantes. El homicidio habla de ocho a veinticinco años de cárcel. Esto quiere decir que no todos los homicidios y los homicidas son iguales o matan en parecidas circunstancias o por los mismos motivos. De algo estamos seguros en una sociedad civilizada: quienes condenan o liberan son los jueces. Como en cualquier parte del mundo hay jueces más o menos competentes, pero estas son las reglas de juego. Un juez bueno no es el que en nombre de un dudoso humanismo deja a peligrosos asesinos en libertad o al borde de la libertad, como tampoco es bueno el juez que se dedica a repartir penas perpetuas. Los linchamientos de la turba pertenecen al campo de la barbarie y algo parecido ocurre con la justicia por mano propia, más allá que muchas veces esa muerte nos despierta sentimientos de solidaridad, o por lo menos de comprensión.
III
La Constitución Nacional, redactada en 1853, dice en uno de los párrafos del artículo 18 que las cárceles serán "sanas y limpias, para seguridad y no para castigo…". ¿Está claro? Más o menos. Está claro que un preso es una persona con sus derechos, pero también con sus deberes. Ahora bien, entiendo el valor humanista de reclamar que las cárceles sean sanas, limpias y que rehabiliten, lo que me cuesta menos entender es qué quiere decir en ese contexto la palabra "seguridad". Y lo que más me cuesta es entender la distancia entre esa proclama del artículo 18 y la realidad. Las cárceles -lo sabemos- no suelen ser sanas y limpias, y sus programas de rehabilitación dejan mucho que desear. Pero tampoco me queda claro qué se entiende por castigo. Si esa palabra se asimila a azotes y diversas modalidades de tortura, la entiendo, pero sabemos que el significado de la palabra "castigo" es mucho más amplio que esa versión extrema. Lo digo sin eufemismos: estar preso es un castigo; no conozco ningún preso que suponga que la pérdida de la libertad no sea un castigo. Si alguien lo quiere designar con otra palabra que lo haga, pero yo -y perdón la referencia personal-.cuando estuve preso sabía que estaba castigado. No me azotaron, no me martirizaron físicamente, pero estar encerrado en una celda y no poder salir porque los cerrojos lo impiden, y los guardias con armas largas y faros en las murallas no disimulan sus intenciones, es un castigo. Otra discusión es si alguien merece ese castigo. Por supuesto que sí: violadores, asesinos, ladrones, lo merecen. ¿A quién protege la ley? ¿A la sociedad? Supongo que sí. ¿Y de qué procedimientos se vale el estado para ejercer esa protección? Las cárceles y los fallos judiciales. ¿Y la ley no protege al delincuente? Protege sus derechos como persona, pero no debería protegerlo de los delitos o del daño social que cometió. ¿Pero acaso lo hace? No debería hacerlo, pero a veces pareciera que se esmera por hacerlo. Zaffaroni algo sabe de estas faenas. Llamo a la literatura en mi auxilio. Supongamos que un avance científico permite rehabilitar al asesino, transformarlo mediante una intervención quirúrgica en una persona buena, ¿esa certeza asegura que recupere la libertad? Depende. A mí me parece que debe cumplir la pena, tal vez reducida, pero cumplirla al fin. Si esto es así, podríamos concluir que la pena es un castigo, que quien mató debe pagar su deuda con la sociedad como se dice en estos casos, porque además su condena es una reparación al daño que le infligió a las víctimas: al muerto y a sus familiares y amigos. Entonces, por más que el "recuperado" por los avances de la ciencia sea más bueno que Lassie, su deuda debe abonarla. Una lectura de "La naranja mecánica", de Anthony Burgues no vendría mal.
IV
La cárcel, y las cárceles argentinas en particular, tienen un régimen muy duro. Puede que sea así, pero lo duro en todas las circunstancias es perder la libertad. Y una dureza que en más de un caso es irreparable: el deterioro físico. El encierro no es gratuito: afecta todos los sentidos. Nadie sale inmune después de diez años de cárcel. ¿Significa que me estoy oponiendo a las cárceles y a las sanciones a asesinos? Para nada. Digo simplemente que el encierro se paga y se paga con salud. Se dice que una vez a Borges lo convencieron para que firmara contra la condena a muerte de un campesino chileno que en circunstancias trágicas mató a dos o tres personas. Con los escrúpulos del caso, Borges firmó y cuando se enteró de que el gobierno suspendió la pena de muerte, preguntó dónde estaba viviendo el campesino porque lo quería saludar. Y para su asombro, le respondieron que seguía en la cárcel, que no lo ejecutarían, pero la condena a treinta años de cárcel debía cumplirla. La pregunta de Borges fue inmediata, expresada en su tono y con ese leve balbuceo que lo distinguía: "¿Pero usted le preguntó a ese señor si prefería treinta años de encierro a la condena a muerte?…porque en mi caso, antes que pasarme la vida encerrado, preferiría que me ejecutasen".
V
Volvamos a los rugbiers, a estos asesinos que mataron sin compasión a un muchacho desvalido. ¿Premeditación y alevosía? Supongo que algo de eso hubo, pero no soy abogado para opinar con certeza sobre este tema. Mis opiniones son las de un ciudadano; de un ciudadano atento a los acontecimientos políticos, sociales y culturales del mundo y de su país. Lo digo sin vacilaciones, pero con mis reservas y dudas: no me termina de convencer la cadena perpetua. No los quiero libres, pero tampoco encerrados de por vida. Me parece exagerado. Videla y Massera en 1985 recibieron condenas más leves. Y en este caso nos estamos refiriendo a responsables de cientos de crímenes, con torturas, secuestros, tráfico de niños. Si la proporción expresada simbólicamente en una balanza es uno de los valores de la justicia, convengamos que en este caso brilla por su ausencia. Por supuesto no pierdo de vista la muerte de Fernando, su infamia, el comportamiento de jauría de los criminales. No estoy reclamando nada, estoy expresando más dudas que certezas.