I
I
El presidente electo está terminando de designar sus ministros, una tarea más compleja de lo que a primer golpe de vista se cree, al punto de que muy bien podría decirse que "dime qué ministro designas y te diré que gobierno podrás realizar". Como a Javier Milei le gusta referirse con reiterada frecuencia a episodios históricos, quisiera recordarle como al pasar que la Argentina nunca fue la primera potencia del mundo. Puede que para el Centenario, con cierta buena voluntad, podamos colocarla en un sexto o séptimo lugar, lo cual atendiendo nuestro deplorable presente es una calificación envidiable, pero palmera potencia, nunca. Ya sé que mi observación carece de importancia política, pero mis respetos por la historia y por la verdad histórica me impulsan a hacer esta corrección, que insisto no desconoce los logros económicos y sociales de la Generación del Ochenta en un país que estaba muy lejos de ser el paraíso, pero crecía, educaba y sobre todo permitía movilidad social ascendente, es decir, un país exactamente opuesto al actual. También le recordaría al presidente que esa generación liberal, conservadora y progresista (fue todo eso junto) se propuso entre sus primeras preocupaciones la fundación de un Estado nacional, logro que se terminó de realizar en 1880 con una guerra civil que provocó el mayor número de muertos en un país habituado a las guerras civiles. Porque hubo Estado nacional hubo un modelo agroexportador eficaz, un proyecto educativo calificado entre los más progresistas del mundo, un plan de obra pública que dejó atrás a la gran aldea y un orden jurídico con una impecable Corte Suprema de Justicia, con tribunales, códigos y fuerzas de seguridad capaces de garantizar el cumplimiento de la ley. ¿O es necesario recordar que a un buen político o a un buen presidente se le dice "estadista"? No todos fueron dulces y pasteles en aquellos años. Hubo corrupción en las altas capas de la clase dirigente, hubo fraude electoral, hubo leyes represivas que contradecían el lema alberdiano de "gobernar es poblar", pero a la Argentina de principios de los años veinte hay que compararla no con el presente, sino con los países de aquellos años. Y en la comparación, esa Argentina obtiene las mejores notas.
II
Volvamos a los ministros y a las paralelas históricas. Con la máquina del tiempo vayamos a un siglo atrás. Año 1923. Presidente de la nación: Marcelo Torcuato de Alvear. Radical desde hacía más de treinta años. Con algunas disidencias con Hipólito Yrigoyen, entre otras cosas porque se propuso ser un presidente con personalidad política propia. Alvear, hijo de Torcuato y nieto de Carlos. Guapo, altanero y amigo de los amigos. Demócrata liberal y republicano. Uno de sus primeros gestos de independencia con don Hipólito fue la designación de los ministros. Contradiciendo la tradición radical (para 1923 la UCR tenía más de treinta años de existencia), pero en particular la tradición yrigoyenista, designó una plana de ministros de signo político independiente. Yrigoyen no protestó porque nunca protestaba en público, pero sus seguidores sospecharon con buenos fundamentos que la decisión del Niño Marcelo no le gustó nada. Pero Alvear estaba orgulloso de sus ministros. Tan orgulloso que alguna vez dijo: "Si me enfermara o muriera, puedo hacerlo en paz porque cualquiera de mis ministros dispone de conocimientos y sabiduría para ser presidente". Y tanto no se equivocó (aunque no sé si hubiera estado satisfecho con las lecciones que le dio la historia) porque, efectivamente, dos de sus ministros fueron presidentes: Agustín P. Justo y Roberto Ortiz. Y dos fueron candidatos presidenciales: Vicente Gallo y Leopoldo Melo. Justo y Ortiz fueron presidentes, con fraude, claro, pero presidentes al fin. Y, si le vamos a creer a Félix Luna, eran radicales antipersonalistas. Más conservadores que radicales, pero, seamos sinceros, en la UCR siempre hubo lugar para los conservadores. Emilio Hardoy, patriarca de los conservadores, político con quien tuve el gusto de hablar una sola vez en mi vida, me decía, guiñándome el ojo: "No se equivoque Alaniz, en la provincia de Buenos Aires las vacas son radicales". Es decir, los propietarios de los grandes campos son amigos de don Hipólito. Dicho sea al pasar, Hardoy me comentó en esa velada que en 1968 los conservadores le hicieron un homenaje a don Marcelo en el cementerio de La Recoleta. Un homenaje que era al mismo tiempo una severa autocrítica. Fue Hardoy quien habló y pidió perdón ante la tumba de Alvear por el fraude perpetrado en las elecciones de 1938 a "un gran hombre, a un gran político y a un gran partido de la democracia". Tarde, pero a tiempo.
III
No sé qué comparación histórica resiste Javier Milei. Nada o poco que ver con Julio Argentino Roca, Bartolomé Mitre o Domingo Faustino Sarmiento. Tampoco con Nicolás Avellaneda, Carlos Pellegrini o Miguel Juárez Celman. A él le gusta ponderar la gestión de Carlos Saúl Menem; pondera su convertibilidad y también sugiere que, como él, el riojano era algo así como un outsider. Sospecho que la comparación no es pertinente. A Menem le sobraba muñeca política, virtud que hasta ahora a Milei no se le reconoce, aunque, al respecto, la última palabra no está dicha porque en estos días el hombre ha demostrado que no le hace asco a la rosca política. Menem fue lo que fue, pero como me dijera un político que lo conoció de muchacho: "Vos tenías que enojarte con él, porque él aparentemente nunca se enojaba con nadie". Su guía de acción política se transformó en lo más parecido a un aforismo: "El que se enoja pierde". Ese temperamento, hasta la fecha, no es el que distingue a Milei precisamente. Menem siempre dispuso del apoyo del peronismo, una verdad que se mantiene intacta, más allá de los peronistas que se jactaban de su ortodoxia menemista hasta el momento en que se salieron de la carpa porque allí no le daban lo que pretendían. A diferencia de Menem, en Milei la corrupción no parece ser el rasgo distintivo de su temperamento. No lo imagino montado en una Ferrari regalada, como tampoco lo imagino abrazado a una caja fuerte en estado de éxtasis, como hacía Néstor. En Milei la incógnita acerca de lo que sucederá con él y su destino político se mantiene intacta. Pocos creyeron en serio que se presentaría a candidato; también fueron pocos los que predijeron que ganaría en las Paso; y poquísimos imaginaron que el domingo 19 de noviembre le ganaría al peronismo por casi doce puntos. Sin embargo eso fue lo que ocurrió. Para ser sincero, tengo mis serias dudas de que pueda asegurar la gobernabilidad. Los peronistas y la izquierda ya se pintaron la cara; los tambores de la guerra ya están replicando su lúgubre melodía, la indiada espera la voz de "aura" de los caciques para iniciar el malón. Sin embargo, debo admitir contra toda lógica que algo está pasando en la Argentina, y a ese "algo" Milei lo ha logrado captar. No sé si para bien o para mal. Por lo pronto, fue votado por el pueblo, su investidura política es legítima, y respecto del desastre económico y social que ha dejado el peronismo, este páramo de pobreza, indigencia y desazón, Milei no es el culpable. La casa no está en orden, y no deberían ser los responsables de este revoltijo y este chiquero los que den consejos o profieran amenazas acerca de lo que se debe hacer.