Efraín Colombo lee en mi programa de LT 10 las memorias de su amigo Pitti Enriquez: "El 29 de abril de 2003 a esta hora, empieza a oscurecer. En la radio nadie avisa nada. Sólo relatan lo que ya pasó. La luz hace rato está cortada. El agua sigue subiendo y no sé hasta dónde va a llegar. Si me voy para el techo con la familia quizás se haga de noche y no tenga quién me saque de acá. Tengo una hija chiquita, un perro fiel y una esposa dispuesta a aceptar el precio de mi decisión. De repente, escucho una explosión: la heladera que había subido a cuatro sillas se vino abajo porque el agua ya le alcanzó. Ese ruido me hace eco en la cabeza y decido que es una señal. El Salado nos sorprendió con semejante crecida pero me está diciendo: '¡No te dejo quedarte acá!' Decido dejar la casa. Mi hija, a horcajadas de su madre. Yo, con mi amigo Peter en un hombro. Y en el otro, un bolso llevando una muda de ropa para cada uno, los documentos y todo lo que de valor habíamos juntado en una vida. La correntada hacía difícil avanzar. ¡Fueron 200 metros de lucha para salvar todo lo que podía hasta terminar de cruzar el parque Garay y tocar tierra firme! ¡Decí que, como vecino del barrio Roma, sabía por dónde cruzarlo! ¡Incluso con el Salado a diez centímetros de mis hombros!"
¿Cuál es la función de escribir, narrar, leer y compartir experiencias traumáticas como la catástrofe hídrica de 2003? Estudios experimentales muestran que escribir sobre las emociones sentidas en relación a hechos traumáticos mejora la salud psicofisiológica a medio plazo, incluso cuando se escribe sobre traumas que no se han vivido personalmente. A su vez, estudios clínicos sugieren que escribir sobre hechos traumáticos acaecidos a personas cercanas tiene efectos terapéuticos; entre otras cosas, porque se cumple un deber de memoria; hablar con los demás y escuchar a otros es un ejercicio que se hace imprescindible tras la vivencia de un suceso vital estresante.
Según James W. Pennebaker, conviene que la persona damnificada dé su testimonio; que hable de su vida antes del hecho traumático; que reconstruya imágenes, sensaciones y sentimientos. Dentro de lo posible, se busca otorgarle un sentido: por qué y cómo ocurrió lo que ocurrió. Es importante que el recuerdo y la narración impliquen no sólo activación emocional, sino también una actividad cognitiva de elaboración, de atribución de significado y de reinterpretación. La narrativa debe restaurar el sentido de control y la dignidad de la víctima.
A veinte años de la inundación de la ciudad, me he encontrado con una polifonía de voces que narran, testimonian, documentan y denuncian lo acaecido con diverso vuelo artístico. Todas esas voces se hacen escuchar con profunda honestidad, con un dolor no cicatrizado y con amarga indignación a flor de piel. El fotógrafo y músico Leandro Alloatti canta: "Vi dinamitadas las defensas./ Recuerdo el día que todo importaba menos yo./ Oí las voces de siempre especular./ Lloré con mi abuelo el esfuerzo que no alcanzó./ Lo que no escuché fue pedir perdón/ ni sentencia a los culpables./ Tuve oscuros sueños con la gente al despertar./Caminé al sureste de las vías de la desolación./ Estuve preso dentro de mi propio hogar/ y mezclé con mi sangre el agua alrededor./ No puedo dormir con las tormentas/ algo adentro mío se rompió".
En "El arte de la lectura en tiempos de crisis", Michèle Petit afirma que en ciertos momentos de la vida, cada uno de nosotros es un espacio en crisis. Los seres humanos tienen una predisposición originaria, antropológica a la crisis: al nacer prematuros, estamos marcados por una fragilidad cuyas huellas persisten durante toda la vida. Pese a ello, se nos ofrecen salidas para no quedar atrapados en los componentes destructivos de aquello que nos toca enfrentar. Aquí se vuelve clave la escritura: no como catálogo de la desgracia humana sino como despliegue de posibilidades, como respiración. Somos seres de lenguaje y seres de relatos; y estos tienen un valor reparador. Todo ser humano necesita, de manera vital, contar con espacios en los cuales encontrar mediaciones ficcionales y simbólicas.
En tal dirección, se destaca la promoción social y cultural que lleva a cabo el Centro Birri. Sobre todo, su Taller de la Memoria que hizo posible la publicación de dos diarios biográficos de vecinos de barrio San Lorenzo que padecieron la inundación: "Diario de Leda Sánchez" y "Lágrimas saladas" de Daniel Ojeda.
En el caso de Daniel, comenzó a escribir su diario en el centro de evacuados de la Escuela Adoratrices: "Entonces cargamos lo que pudimos y así nos rescataron. Era increíble, no sabíamos por dónde salir del barrio, era un laberinto en medio de la oscuridad y la lluvia. En un momento, le pegamos con el remo a algo. Yo creí que era una rama. Era una persona ahogada. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo y, lamentablemente, seguimos sin poder hacer nada". El relato es desgarrador. Confiesa que fue paracaidista en el ejército (¡un hombre de mucho coraje!) pero revivir estas experiencias, inevitablemente, le hace sangrar lágrimas de sal.
Por su parte, Leda cuenta que llegó a albergar a 27 personas en la planta alta de su casa en el momento más crítico del ingreso del agua a San Lorenzo. Su familia asistió y alojó a varios vecinos. Entre ellos, una anciana en silla de ruedas a la que, más tarde, tuvieron que sacar por una ventana para subirla a una canoa socorrista. Su diario es un registro de aquellos días y un reclamo de justicia: "Nos cambió la vida porque sufrimos mucho todo lo vivido; para Oscar y para mí no es lo mismo después de veinticinco años de luchar por nuestra casa, tener que volver a empezar de cero. Pero igual salimos y volvimos a empezar, volvimos a luchar por nuestros hijos. Lamentablemente, todo quedó en la nada, nadie tuvo la culpa. Hasta el día de hoy no hay responsables de algo que se pudo evitar. Los políticos van y vienen y nadie se hizo cargo. Sólo los que vivimos esto sabemos lo triste, doloroso, lo inhumano que fue. Esto no lo borramos más de nuestra mente aunque pasen años". Estos ejemplos de memoriosos vecinos confirman que narrar los acontecimientos traumáticos desde un punto de vista colectivo o general mejora la percepción de cohesión social.
Según Susana Gamboa, la "crisis" (del griego crineim) implica enjuiciar la realidad; verla cara a cara; discernir lo valedero de lo caduco; abrir un interrogante; cuestionar y cuestionarse; tomar conciencia de lo que somos, de lo que hacemos y cómo lo hacemos. Supone un cambio más o menos profundo que no se hará nunca sin dolor, sin sentirnos, de alguna manera, desgajados en las fibras más íntimas de nuestro yo. Toda crisis exige tomar decisiones. Volver atrás es alienarse, evadirse de la realidad. Permanecer en ella implica angustiarnos, destruirnos en una constante inestabilidad. La crisis se vive con tensión e inseguridad. Pero, si se la pasa por la palabra (escrita y oral), se hace visible, palpable, mensurable, pensable, maleable, discutible, comunicable y modificable.
En conclusión, el Salado nos dejó una "lecsión": "lesión" y "lección" a la vez; lesiones que nos dejaron una enseñanza. Entendimos ¡tarde! que la tragedia podría haberse evitado o, al menos, aminorado. Entendimos ¡muy tarde! que para gestionar la provincia o la ciudad, no basta un rosario hermoso de promesas electorales, la facha, la parla o destacarse en un deporte o ante las cámaras. Comprendimos ¡dolorosamente! que nos salvó la solidaridad improvisada de los vecinos y nos asfixió la inescrupulosidad de los oportunistas de toda ralea. Aprendimos que el cambio climático se acelera y nos pone entre la espada y la pared. Aprendimos que la sobreexplotación de los suelos y la tala indiscriminada de los montes no son gratis.
Vivimos en zona de riesgo hídrico y, por lo tanto, algo semejante a 2003 podría pasarnos nuevamente. En este hipotético caso y sólo por citar: ¿Están bien las defensas? ¿Tenemos plan de evacuación? ¿Plan de contingencia? ¿Monitoreamos la conducta de nuestros ríos? ¿Tenemos planes de obras que se sostienen en el tiempo: sea quien sea el que gobierne la provincia o la ciudad? ¿Hemos fomentado la natación y el canotaje (aunque suene ridículo) como materias vitales en nuestras instituciones educativas? ¿Hay fondos para subsidios en caso de catástrofes naturales? ¿Cómo están esos barrios de la zona oeste santafesina que sufrieron la inundación? ¿Podemos pensar una ciudad más allá de Boulevard, más equitativa, más organizada, más acogedora, habitable y cordial? ¿Una Santa Fe sin distinción entre ciudadanos de primera y segunda categoría?