La historia es un proceso dinámico, poblado de escenarios, actores, contextos, hechos, rupturas y continuidades. Dar cuenta de lo acontecido es tarea apasionante y nada sencilla. Desde hace largo tiempo, gracias a los avances propios de la disciplina y a la articulación con otros saberes, se habla de historias (así, en plural) y se tiene conciencia de la diferencia existente entre hechos, interpretación y representación. Por otra parte, el análisis y la confrontación de testimonios documentales -fotográficos y escritos- orales y otras fuentes permiten bucear en diversas canteras del accionar colectivo y no meramente individual.
Diccionario enciclopédico de 1944 censurado en 1955, patrimonio de la biblioteca de la Escuela Normal Gral. San Martín de Santa Fe.
Los libros, las cátedras y los espacios de la memoria, tal es el caso de los museos, ofrecen aquello que conocemos, pues, como representaciones de esa/s historia/s. Es a partir de textos, objetos y testimonios que nos acercamos al conocimiento de aquello que alguna vez sucedió. ¿Cómo, cuándo y por qué sucedió? ¿Cuándo lo supimos, cómo nos lo contaron, o quizás nunca nos lo contaron? ¿De qué modo llegó a nosotros?
Hace pocos días, como parte de la propuesta denominada "Maratón de Museos", volvimos -en familia y con amigos- a lugares entrañables. El primero fue el Museo Histórico Provincial de Santa Fe. La muestra era desconcertante, llamativa, curiosa. Algunas de las personas que me acompañaban se mostraron sorprendidas, incluso desorientadas, en especial ante el juego de luces y sombras. Fueron necesarias las explicaciones: el foco estaba puesto en los aniversarios: la ciudad, la inundación, la democracia y la creación del museo.
Panel de imágenes conmemorativo por los 80 Años del Museo Histórico Provincial de Santa Fe, inaugurado en 1943.
Luego, entre admiración y preguntas, cierta exclamación y novedades, en el sector dedicado a los años de democracia y golpes militares, apareció un diccionario de 1944, censurado en 1955 con pintura negra. Una curiosidad, algo absolutamente desconocido por todos nosotros. Y así, llegamos a la sala donde el guía comentó con pormenores las tareas de la trastienda del museo: conservación, registro, curaduría de una muestra, guión previo, el montaje y la difusión.
La tarde siguió su curso. No llevábamos paraguas; poco importaba. El entusiasmo de la charla le dio al sábado un clima interesante, yo diría fervoroso. Los más jóvenes preguntando o reafirmando. El debate entre adultos y la propuesta fue in crescendo. Llegamos al Museo Etnográfico y nuevas polémicas se abrirían. No sólo votar por la permanencia o no de una pieza emblemática y disfrutar de la avidez de los niños sino también abrevar en imágenes, objetos y recorridos para acercarnos a de la prehistoria santafesina.
En otra geografía de la ciudad y con cascos intervenidos, sumados a relatos vivenciales del mundo laboral, nos recibió el Museo del Puerto; a eso se le sumaba una maqueta accesible para no videntes... y hablar de los elevadores. Relatos, imágenes, un pañuelo blanco, un barco añoso, una vasija. Modos de contar y representar fueron parte de un gran convite que difícilmente vamos a olvidar... ¡Aun cuando nos quedaron cuarenta y siete sitios por visitar!
Las urgencias de lo cotidiano suelen hacernos injustos, porque nos devuelven demasiado pronto al presente. La realidad es compleja, tan compleja como dar cuenta de la historia. Aun así, valga esta sencilla nota como reconocimiento a cada una de las instituciones, a quienes gestionan en uno y otro ámbito y a sus incansables trabajadores.