I
I
No sé si se debe a la casualidad, al insomnio de una noche de verano o al trascendido político de que Mario Firmenich fue designado, o sería designado, funcionario de la dictadura de Daniel Ortega, pero lo cierto es que durante algunas horas me dediqué a mirar algunas entrevistas a quien fuera el dirigente máximo de Montoneros. Cada uno elige en la vida el modo más adecuado de perder o ganar el tiempo, yo elegí repasar entrevistas a Firmenich; entrevistas hechas por diversos periodistas entre los que destaco a Enrique Llamas de Madariaga y Bernardo Neustadt. Inútil decir que mi contemplación fue objetiva, porque con Firmenich se puede ser cualquier cosa menos objetivo, pero me esforcé por tratar de entender su lógica, sus recursos retóricos y sobre todo, entender el tiempo histórico en el que le tocó desenvolverse a quien se inició en la política participando en el asesinato de Aramburu cuando apenas tenía 22 años. Insisto que acerca de Firmenich y Montoneros tengo una opinión formada desde hace medio siglo, opinión que además no se vio alterada por esta inesperada curiosidad televisiva, pero me esforcé por escucharlo y entenderlo, entre otras cosas porque nunca compartí ni la demonización ni la idolatría política.
II
Tal vez mi inesperada curiosidad por Firmenich proviene del hecho de que en estos días leí algo así como las memorias de Juan Manuel Abal Medina, y me llamó la atención que a lo largo de muchas páginas del libro apenas mencionara a Firmenich, una omisión que me pareció por demás sugestiva. Abal Medina parece reducir su relación con Montoneros a los afectos personales con su hermano, aunque no bien se presta atención a sus palabras se observa que su relación ideológica y política con el jefe montonero es más íntima de lo que él mismo está dispuesto a admitir. Pero volvamos a Firmenich. En las diversas entrevistas que vi, observo como constante que se reconoce cristiano y peronista. En todos los casos no hay la menor referencia al marxismo, aunque sí me llamó la atención en Firmenich que para referirse al ERP de Santucho hable de la izquierda liberal y gorila. Juventud maravillosa: cristianos y peronistas; anticomunistas y antiliberales. Firmenich y Abal Medina pertenecen a cierta clase media porteña que envía a sus hijos al Colegio Nacional y los domingos escuchan los sermones de Castellani, Franceschi, Meinvielle, Ezcurra y cuanto sacerdote asegure, con lenguaje de izquierda o derecha, que su enemigo jurado es el liberalismo. Por supuesto, detestan a Rivadavia, a Mitre y a Sarmiento; y aman a Juan Manuel de Rosas. Montoneros sería algo así como la síntesis de esa relación entre integrismo religioso y peronismo, con toques vinculados a un curioso socialismo nacional y cristiano que Abal Medina no vacila en decir que en la Argentina su expresión genuina es el peronismo. Estos pilares ideológicos se matizan con algunos retazos de nacionalismo popular y teología de la liberación.
III
Lo que aprendí a lo largo de los años es que en estos relatos, si se aceptan las primeras premisas todo lo demás fluye con coherencia. Firmenich parte del principio de que en Argentina hubo una guerra civil. El golpe de Estado de 1955 la inició y luego la reforzaron las siguientes intervenciones militares. Si admitimos que efectivamente hubo una guerra, debemos admitir que hay un enemigo a derrotar y sobre todo a matar. Curiosamente, los militares se justifican con el mismo principio: hubo una guerra y, como se sabe, en la guerra está todo permitido. La pregunta a hacerse en este caso es la siguiente: ¿Hubo una guerra? Mi respuesta es no. Y en las discusiones que he mantenido sobre este tema daba siempre un ejemplo: cuando en España se inició la guerra civil, nadie puso en duda que efectivamente era una guerra. Población movilizada, ejércitos regulares e irregulares de los dos bandos, bombardeos de ciudades y pueblos. Las guerras se viven y se padecen; no son especulaciones. En el caso de Montoneros, la declaración de guerra fue ideológica: hay una guerra porque nosotros, un grupo de veinte militantes, decidimos que así sea. La guerra más que una realidad, es un deseo con un objetivo que permite habilitar la dialéctica de los puños y las pistolas, como dijera un referente ilustre de estos muchachos: José Antonio Primo de Rivera. En la Argentina hubo violencia, hubo conflictos políticos duros, hubo intervenciones militares mesiánicas, pero esas desgracias no habilitan a jugar arbitrariamente con la palabra "guerra" y convertirse en "novios de la muerte", como les dijera Unamuno a sus pares españoles.
IV
La otra premisa que sostiene el discurso de Firmenich, es que ellos lo asesinaron a Aramburu cumpliendo un mandato del pueblo. No son asesinos seriales, no les gusta matar, se dicen cristianos y peronistas, pero el mandato popular les exige ese "sacrificio". Juan Manuel Abal Medina, que se diferencia de Montoneros porque su relación con el poder es otra y su maestro más que Perón es Marcelo Sánchez Sorondo -que le enseña el arte de intrigar en las cúpulas del poder con militares, curas y empresarios-, justifica a su hermano en nombre de ese mandato popular y esa pasión cristiana. Santo Tomás entre otros, es el teólogo que los habilita moralmente para ejecutar a Aramburu, ejecución que Firmenich y Abal Medina comparten. Los muchachos no están mal acompañados: Dios y el pueblo. Pueblo que, como todos sabemos, mantiene una identidad peronista. "Admítame una cosa", le dice Llamas de Madariaga con cierto toque de ironía a Firmenich: "Mi sacerdote evidentemente no fue el suyo".
V
Firmenich no vacila en admitir errores y en practicar el ejercicio de la autocrítica. El pase a la clandestinidad en 1975 fue un error; las reuniones con Massera son invenciones de sus pérfidos enemigos; la contraofensiva que mandó a la muerte a muchos jóvenes fue una orden tomada por un estado mayor y cumplida por militantes que libremente decidieron incorporarse a Montoneros y dar la vida por la causa. En lo personal se desentiende de ciertos operativos hoy indefendibles. Explica que la organización Montoneros mantenía una unidad política estratégica y una generosa flexibilidad táctica con los diversos estamentos clandestinos. Esto quiere decir que un comando tomaba decisiones sin que el alto mando, cuya cabeza era él, lo supiera. Si uno le creyese, pensaría que esta organización que hizo del verticalismo y el "ordeno y mando" un dogma de fe, funcionaba como un partido democrático suizo. Lo escucho hablar, lo veo expresarse, es un hombre inteligente, sabe lo que debe decir y no ignora qué tipo de oyente es el destinatario de su mensaje, pero no me queda claro si es un cínico, un falsario o supone que sus interlocutores son tontos. ¿O alguien puede creer, por ejemplo, que un comando montonero por la libre puede ordenar la ejecución de Rucci sin que la máxima conducción no lo sepa y no lo apruebe? Firmenich insiste en que mataban con dolor, pero si mal no recuerdo una de sus consignas favoritas era: "Hoy, hoy, hoy, hoy, que contento, estoy/ vivan los Montoneros que mataron a Mor Roig". ¿Estaban contentos por matar o la consigna obedecía a las exigencias de la rima?
VI
El tema da para seguir hablando, pero a modo de síntesis parcial digo una vez más que en el caso de Firmenich y Abal Medina estamos ante dos versiones políticas del peronismo, versiones que abrevan en las mismas fuentes ideológicas aunque luego el destino, el azar, o la ambición de poder los haya separado. Firmenich no es un infiltrado, un agente de Moscú; mucho menos marxista. Es peronista, como peronista fue la identidad de Montoneros. No comparto nada de lo que dice e hizo, pero estoy dispuesto a admitir que creyó en su causa y que en lo fundamental es sincero con aquello que constituye su filiación política forjada durante décadas: peronista y cristiano.