Por Ignacio Hintermeister | El Litoral
El país trasandino reclama inclusión en una economía que ya redujo pobreza pero mantiene recursos y poder concentrados.
Por Ignacio Hintermeister | El Litoral
Cuando Apolo 11 fue lanzado a la luna en junio de 1969, el mundo vivía la dramática grieta entre capitalistas y soviéticos. Neil Armstrong subió a la nave como soldado de una campaña de propaganda que marcaría al mundo; muchos años después contó que en realidad, a poco de tomar perspectiva, se conmocionó profundamente al mirar por el “ojo de buey” de su nave. Fue cuando vio que la humanidad que se amenazaba con misiles apocalípticos, vivía en un planeta casi insignificante y frágil, un punto cercano a la nada en un universo sin fin.
La “mirada lunar” puede correr velos que enceguecen. El seudoprogresismo que campea en redes y medios argentinos se ha apresurado a celebrar que el “modelo neoliberal” chileno ha fracasado. Pero lo que la propaganda prejuzga no es todo lo que concluye la perspectiva.
El ex presidente Ricado Lagos ha escrito desde su columna en Clarín que Chile bajó su pobreza del 40 al 10 % desde los ‘90. Eso mientras gobiernos de mayorías populares se travestían en la Argentina de neoliberales a progresistas, bajo la misma bandera partidaria y con muchos de los mismos actores. Se dilapidaron las joyas de la abuela y la soja a U$S 600 la tonelada; creció la indigencia estructural, ocultada por el apagón estadístico.
Lo que las protestas trasandinas reclaman no es “suicidar” las exitosas políticas económicas que les procuran crecimiento sostenido sin inflación; lo que quieren es más participación democrática y más equidad redistributiva en un escenario político aún dominado por estamentos conservadores, que reflejan menos una sociedad en progreso que a los herederos del dictador Pinochet. Lagos sugiere que es hora de un nuevo contrato social que expanda hasta la Constitución -a la gente- los beneficios logrados desde la concertación política del ‘88, en el camino hacia la libertad.
Yuval Harari postula que los países con éxito en el mundo protagonizan el “paquete liberal” que incluye democracia (libre elección de autoridades), derechos humanos, libertad de mercados y prestaciones sociales de Estado (seguridad, eduación y salud). La historia no lo desmiente. El autor también señala que existen “democracias iliberales” (la “i” funciona como en la palabra ilegal, como contrario a legal).
Democracia iliberal sería en ese sentido la chilena, en la que hay libertad de mercado pero faltan derechos humanos y bienestar social. También lo puede ser la Argentina, que por un lado gestiona igualda en derechos de género pero al mismo tiempo amenaza la libertad de expresión, sometiéndola a inconstitucionales tribunales partisanos u organizados escupitajes públicos a fotos de periodistas en la plaza mayor.
Protestar en Santiago de Chile es reclamar inclusión a un sistema sociopolítico que posee recursos económicos, para redistribuir en una arquitectura más justa del poder. Salir a la calle en la Argentina a reclamar inclusión, es hacerlo en un país que ya tiene reconocidos cuerpos legales para hacerlo, pero carece de los recursos económicos. Y no los tiene porque su clase dirigente viene prometiendo lo que no hace.