Por Augusto Munaro
En el libro de Alejandra Correa encontramos un puñado de personajes infantiles, testigos de los estragos de la violencia de la muerte. Dividido en cinco meticulosas partes, el poemario tiene a Hiroshima como epicentro de una sensibilidad vapuleada por la tragedia de los hechos.
Por Augusto Munaro
Editado originalmente en 2010, esta segunda edición de "Los niños de Japón" cuenta con ilustraciones de El pibe evanescente y despierta las mismas sensaciones de áspera lucidez. La mirada desde un puñado de personajes infantiles, testigos de los estragos de la violencia de la muerte. Dividido en cinco meticulosas partes, el poemario tiene a Hiroshima como epicentro de una sensibilidad vapuleada por la tragedia de los hechos. Y sus víctimas, entre ellas, claro, los niños. Los niños como una incumplida promesa que fermenta en sensaciones abortadas. "Este ojo mío / es una ranura / por la que espío / cómo duermen los niños / en esos lechos duros / como el hueco / de una tumba". Imágenes fuertes, que atravesadas por la poesía, se ofrecen duras: "Tarde o temprano / somos culpables / de haber nacido", ecos de un nihilismo sólo comparable, acaso, con el filósofo rumano E. M. Cioran.
En ese tejido inocente de la mirada de los niños, Correa articula su propuesta a través de una colección de piezas sutiles, de porosa intensidad: "Algo de mí / en algún tiempo / cuando yo recién era / fue de japón // una sola palabra / entre paréntesis / en medio / de un inmenso mar // un intervalo / de espacio seco // una lengua que sostuvo / mis viejos pies / recién amanecidos". Escenas espectrales que operan como pesadillas diurnas, cuyos personajes pueblan la realidad, la dura realidad del existir. En ese marco alegórico, por momentos casi fantástico, se desenvuelve, verso a verso, una belleza hipnótica. Un mecanismo donde la sinceridad de imágenes posibilitan escenografías intimistas. La generosa variación y efusión de historias se engendran mutuamente, diseñando así, entre luces y sombras, su visión sobre el accionar de la maldad. Una sintaxis del abismo, la orfandad de las infancias.
Alejandra Correa (Uruguay, 1965), es poeta, artista visual, comunicadora y gestora cultural. Algunos de sus libros de poesía publicados son: Río partido (1998); El grito (2002); Donde olvido mi nombre (2005); Cuadernos de caligrafía (2014); y Maneras de ver morir a un pájaro (2015), entre otros. Codirige junto con la poeta María Julia Magistratti, el sello de poesía La Gran Nilson. Desde 2010, Correa coordina junto a Marisa Negri, el Festival de Poesía en la Escuela.
Un puñado de personajes infantiles, testigos de los estragos de la violencia de la muerte. Dividido en cinco meticulosas partes, el poemario tiene a Hiroshima como epicentro de una sensibilidad vapuleada por la tragedia de los hechos.
Escenas espectrales que operan como pesadillas diurnas, cuyos personajes pueblan la realidad, la dura realidad del existir. En ese marco alegórico, por momentos casi fantástico, se desenvuelve, verso a verso, una belleza hipnótica.