Se dice que nuestro país es particularmente receptivo a las psicoterapias como modo de tratamiento del malestar en la existencia. Es un hecho constatable estadísticamente, si acaso observamos el número de psicólogas y psicólogos en su relación con la cantidad total de habitantes en el territorio. En este contexto, de tanto en tanto, irrumpen preguntas de orden práctico. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo supone una sesión?, ¿cuál es la duración del tratamiento en sí? En tanto la Psicología es una disciplina heterogénea, donde conviven en la oferta de la época diferentes orientaciones y corrientes, no existen respuestas unívocas. No obstante, es posible introducir aquí algunas precisiones.
Sobre el tiempo de una sesión, los criterios varían según la orientación y su grado de ritualización de la práctica. Quizá las más extensas alcancen una hora, en otros casos cuarenta y cinco minutos y también menos. Como siempre se dice sobre la valoración del tiempo, no es lo mismo un enfoque cuantitativo que cualitativo. Aunque podría pensarse que, a mayor duración de las sesiones, mayor efectividad del tratamiento, las cosas no son tan simples cuando se trata del ser hablante. Cada sesión supone un encuentro con lo contingente, lo incalculable y lo singular, por ello siempre fracasan las tentativas de imponer una temporalidad bajo la lógica del para-todos.
Al respecto, en el siglo pasado el psicoanalista Jacques Lacan propuso una innovación que perdura aún en nuestros días, las llamadas "sesiones de tiempo variable". En esta perspectiva el corte de sesión no se efectúa cuando el reloj alcanza el tiempo estipulado, es en cambio una operación a cargo del analista que obedece a una estrategia precisa. Para entenderlo es necesario un breve rodeo lingüístico.
Cuando hablamos las palabras se alinean una tras otra conformando una cadena articulada. Lo interesante es que, según dónde el hablante (emisor) decida puntuar su oración, la significación final será una u otra. Por ello el interlocutor (receptor) necesita distinguir el primer y último eslabón de la frase. Por ejemplo, si se toma el enunciado: "No quisiera perderme el evento de hoy", y procuramos anticipar la puntuación, entonces la significación cambia conforme se sustraen eslabones de la oración: No quisiera perderme el evento / No quisiera perderme / No quisiera / No. En su reverso, cuando la puntuación se demora y las palabras se acumulan, la significación en suspenso no se cierra y el interlocutor cae en la desorientación sobre el sentido original del mensaje.
Del mismo modo, el corte de sesión en una terapia psicoanalítica funciona como la puntuación de una oración, donde el analista busca introducir un efecto de significación particular, interrumpiendo el discurso del paciente (analizante) en un momento preciso y no en otro. Si, en cambio, se continúa hablando, esa oportunidad única de hacer oír un sentido nuevo se diluye en la intención preestablecida de los enunciados, es decir, el blablá. Se comprenderá así que desde esta perspectiva el tiempo de una sesión es variable en su sentido más literal.
Por otro lado, sobre la duración del tratamiento, la cuestión no es muy diferente. A propósito, la palabra "eslogan" es un término que deriva del gaélico escocés antiguo y se traduce como "grito de guerra de un clan". En su forma ideal, se trata siempre de una fórmula breve que actúa como una declaración de principios. En general, aunque no siempre, un eslogan tiende a rivalizar con otros sistemas de pensamiento. En el campo de las psicoterapias contemporáneas, en particular aquellas que se definen como focalizadas, existe el siguiente eslogan: "Resolver el aquí y ahora". En parte, es una alusión crítica al psicoanálisis y los tiempos supuestos en la duración de los tratamientos.
Cada época posee sus ideales, es decir, metas hacia las cuales se orienta para bien o para mal. La eficiencia, entendida como la capacidad de lograr resultados con el mínimo posible de recursos, es uno de ellos. Cuando se aplica a las formas de malestar subjetivo, entonces se abren viejos problemas bajo nuevos ropajes. Así, se busca construir estrategias que permitan alcanzar un objetivo terapéutico lo antes posible, por ejemplo, erradicar una fobia a insectos en solo dos o tres sesiones. Sin embargo, la inabarcable complejidad de la condición humana obliga a reconsiderar esta perspectiva pragmática y exitista.
En psicoanálisis un síntoma es aquello que llega a la superficie en íntima conexión con un malestar que habita en lo profundo. El síntoma es la cara visible del malestar, pero la causa permanece inconsciente. Una terapia es una invitación a descifrar el sentido del síntoma y así circunscribir aquello que ha dejado de funcionar para cada quien en el modo de hacer con la existencia. Si en nuestro medio suele repetirse que la angustia no engaña, es porque su causa está a la espera de ser nombrada, al menos para quien consienta a esa búsqueda. A diferencia de las psicoterapias donde el terapeuta otorga el "alta", aquí es el propio paciente quien decide hasta dónde proseguirá su experiencia de análisis. Más allá de una noción tradicional de curación, la finalización del tratamiento decanta cuando ya ha sido suficiente para cada uno.
La ética psicoanalítica implica un tiempo lógico antes que cronológico. Dejando de lado las pretensiones de eficiencia, la subjetividad no es mesurable, ni podría serlo. En consecuencia, la duración de un tratamiento psicoterapéutico no puede estipularse con antelación, en la medida en que no se sabe con qué se confronta cada uno en su coyuntura especial. Por mucho que frustre a quienes quieren cuantificar todo según las formas del pensamiento obsesivo, se trata siempre del tiempo necesario, ni más, ni menos.