Por Jorge Bello
Los estudiantes llevan a casa las buenas prácticas, los buenos hábitos que aprenden poco a poco en la escuela, y que así se consigue modificar ciertos malos hábitos de la familia.
Por Jorge Bello
Ahora que sabemos que la escuela es un espacio razonablemente sano y seguro, un oasis en el desierto, es necesario dar un paso más y entender que salud y escuela son un solo corazón.
Salud y escuela son, en efecto, un binomio que no conviene separar, sino potenciar, porque la escuela tiene una influencia altamente positiva sobre la salud de sus alumnos. Siendo así, conviene que la escuela sea, aún más, una plataforma para promover la salud presente y futura de los alumnos.
Los hábitos saludables quedan grabados para siempre si se establecen durante la infancia y la adolescencia, y es aquí donde la escuela asume un papel protagónico. Ahora más que nunca, la escuela debe ser un espacio de brazos abiertos, y puertas abiertas, de la mañana a la noche, puesto que es necesario que siga siendo, y cada vez más, el lugar protegido donde niños y jóvenes pueden vivir y divertirse, recibir formación para el futuro, e incluso aprender a trabajar.
Se sabe, por ejemplo, que tanto los chicos como las chicas que logran completar la secundaria consiguen luego mejores trabajos, lo que les implica mejores perspectivas para el resto de la vida. Por lo tanto, retener a los adolescentes también es un objetivo.
También se sabe que se crían más sanos y más fuertes los bebés que son hijos de una madre, o una pareja, que consiguió completar la secundaria. Por lo tanto, retener a los adolescentes tiene el objetivo de enseñarles las cosas que tienen que saber para enfrentarse a la vida real.
Se trata de recibir más y mejor formación sobre cuestiones tan decisivas como el respeto mutuo y la responsabilidad compartida, la sexualidad y la salud afectiva, el alcohol y las demás adicciones, la buena y la mala comida, etc. Crecer y madurar juntos es mucho mejor que verse obligado a madurar de pronto, por un revés de la vida, y además solo, o sola.
El cierre de las escuelas durante el pasado curso lectivo dejó a la vista que la escuela es mucho más de lo que se pensaba. Pudimos ver cómo niños y jóvenes presentaban problemas de salud relacionados con la privación social, la soledad y el sedentarismo. Se vieron expuestos, o incluso fueron víctimas de situaciones nocivas que la escuela hubiera evitado. La distancia entre ricos y pobres se hizo más marcada. Falta de escuela fue entonces falta de salud: es necesario aprender esta lección.
Recordemos que la salud infanto-juvenil es el resultado de una compleja interacción entre lo biológico, lo económico, lo social, lo cultural y lo ambiental. Así, la escuela puede actuar como vacunatorio y a la vez puede promover la actividad física lúdica y no competitiva. Debe promover la dieta sana a la vez que debe saber detectar quién come mal en casa, sea por poco, por mucho o por inadecuado.
Ciertas escuelas tienen que ofrecer buenos baños, incluso duchas, puesto que no todos los niños tienen un baño decente en casa. La escuela debe limar las diferencias porque estas diferencias determinan la salud del alumno, tanto presente como futura. La escuela como efector de salud llega incluso a mejorar ciertos malos hábitos familiares.
Sabemos que los niños llevan a casa las buenas prácticas, los buenos hábitos que aprenden poco a poco en la escuela, y que así se consigue modificar ciertos malos hábitos de la familia. Niños y jóvenes que en la escuela aprenden a posicionarse en contra del delito, del consumo excesivo de azúcares, de las adicciones, de la violencia como método, del poco respeto entre hombres y mujeres, también llevan estos posicionamientos a casa.
La escuela es entonces una plataforma óptima para contribuir a la salud infanto-juvenil, lo que equivale a mejorar el futuro. Hay que entender que la pandemia obliga a repensar la escuela, a rediseñarla. No se trata de ofrecerles una versión reducida de la escuela, sino de aprovechar la oportunidad para ofrecer más, para ofrecer aquéllo que realmente necesiten.
Con los protocolos de rigor, las horas diarias de escuela y los años de escolarización deben ser largos y generosos, y deben contener, además de las materias propias, los contenidos y las actividades que promueven la salud. Estos contenidos suelen venir del consenso entre profesionales de la educación y profesionales de la salud, tanto médicos como enfermeras.
Este consenso se fundamenta en la realidad concreta del barrio donde esté la escuela, porque se trata de que cada escuela ofrezca aquéllo que en particular allí se necesite. La figura de la enfermera escolar, capaz de dar una primera y confidencial atención a problemes que no se hablarían en casa, ya está establecida en algunos lugares, y así evita males mayores.
Salud y escuela, un solo corazón, porque docentes y sanitarios tiramos todos del mismo carro. Sobre el potencial que para la salud infanto-juvenil tiene la escuela, propongo profundizar lo expuesto con este artículo: Supporting every school to become a foundation for healthy lives. Lancet Child Adolesc Health 2021; 5: 295.
El cierre de las escuelas dejó a la vista que esta institución es mucho más de lo que se pensaba. Pudimos ver cómo niños y jóvenes presentaban problemas de salud relacionados con la privación social, la soledad y el sedentarismo.
La escuela puede actuar como vacunatorio y a la vez puede promover la actividad física lúdica y no competitiva. Debe promover la dieta sana a la vez que debe saber detectar quién come mal en casa, sea por poco, por mucho o por inadecuado.