La sucesión de incursiones de grupos de atacantes en supermercados y depósitos de mercadería fue abordada con distintos grados de prudencia, compromiso o negación. Y hasta con distintos nombres. Pero el principal interrogante es si ya llegó el momento de su naturalización.
Delito piraña, robo en banda, ataques organizados. Falsas alarmas, fake news, videos de otros episodios. Rumores, alarma, acción psicológica. Palabras que se esquivan o que se agitan, y episodios que irrumpen y desatan la violencia, la depredación, la impotencia. Con el nombre que se le quiera poner en cada caso, elementos que repentinamente se inscriben en la vida cotidiana, para evocar fantasmas del pasado y arrojar sombras sobre el futuro. Y que en la semana que pasó se impusieron en la agenda de los medios, las autoridades y los candidatos, y se suman a las angustias y tribulaciones de los vecinos.
En 1966, los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann introdujeron en las ciencias sociales el concepto de “la construcción social de la realidad”, en un libro llamado precisamente de esa manera. Y que propone entender a los elementos de la vida cotidiana como una composición intersubjetiva, basada en procesos de interacción y comunicación con otros individuos (y también con el pasado), y apoyada, entre otras cosas, en un lenguaje, que ya nos viene dado: ya estaba ahí cuando llegamos. Esa realidad construida y en contrucción se ve desafiada, eventualmente, por sucesos disruptivos o “problemáticos”, que no encuadran en el “tutorial” que ya teníamos cargado de antemano sobre los protocolos de actuación vigentes. Para poder ser abordado desde el sentido común, e integrarlo a la experiencia “manejable”, ese suceso debe paulatinamente trasladarse al campo de lo reconocible. Y se produce la naturalización.
Esta reconfiguración permanente de la realidad cotidiana, entonces, registrará los cambios sociales en la medida y al ritmo que se produzcan. Pero en algunos casos, se verá forzada a asimilar variaciones abruptas e intempestivas.
Se pare uno en la vereda en que lo haga con respecto a determinados temas, habrá que coincidir en que muchos componentes integrados a esa realidad, antes no lo estaban. Pasó con los piquetes y cortes de ruta, con el progresivo relevo de la cultura del trabajo, con la violencia en los espectáculos deportivos, con la exhibición de la vida privada en el espacio público, con el avance del narcotráfico, con la degradación del sistema educativo, con la disolución de las expectativas de progreso. Y con la situación económica. ¿En qué momento la “crisis” dejó de aludir a un período traumático de transición y se transformó en un estado?.
La teoría de la naturalización de Berger y Luckmann podría explicar cómo, a medida que se repiten estos hechos sociales, se pierde la capacidad crítica para cuestionarlos y se perciben como algo normal. En cuya raíz y trasfondo, además, emergen otras naturalizaciones: la violencia como recurso, que haya millones de argentinos sin acceso a bienes básicos, que finalmente el saqueo se acepte como la respuesta esperable a ese nivel de injusticia social. A tal punto que en este caso, más que los hechos en sí sorprendió su ocasión: unos meses antes de diciembre, que es cuando el calendario de expectativas le asigna fecha.
Al ritmo de la evolución de los acontecimientos en la semana que se inicia, el discurso oficial volverá a poblarse de compromisos, negaciones, eufemismos, exhortaciones y reparto de responsabilidades. Y la sociedad, en su conjunto, a plantearse si cabe esperar que la ola de ataques pase, y si se convertirá en una angustiosa reminiscencia, o en una amenaza siempre latente. Y en cualquier caso, si debe ser un factor más a incorporar a lo esperable, a lo previsible. A lo natural.