Jueves 28.7.2022
/Última actualización 7:03
El documental acerca de la vida de Shimon Peres incluye episodios relevantes, que lo cuentan a él como protagonista decisivo. Se trata de un dirigente político que vivió más de noventa años, setenta de los cuales (y me quedo corto) estuvieron volcados a la actividad política. Nació en Polonia en 1923, llegó a Israel en 1934 y a partir de 1940, y de la mano de ese prócer de la nación judía que fue David Ben-Gurion, se comprometió con la causa israelí, un compromiso que incluyó la guerra y la paz en todas sus variaciones. Peres fue un protagonista decisivo de los años fundacionales de Israel y ese protagonismo se extendió hasta 2016, un período histórico que incluyó las más diversas alternativas. En ese escenario, Peres se destacó por su lucidez política, su talento, su astucia. Fue un político a tiempo completo. Fue “paloma” y “halcón”. Como todo político acertó y se equivocó muchas veces; conquistó amistades sólidas y enemigos implacables. No fue un santo -tampoco pretendió serlo- pero fue un político respetado por partidarios y rivales. Fue, para decirlo de una manera algo antigua pero certera, un hombre de honor, un político que amó a Israel, creyó con inspiración y coraje en la causa que defendió siempre.
Quien quiera conocer detalles sobre su vida puede mirar ese documental o leer algunas de las biografías que se escribieron sobre su vida pública y privada. En este caso, lo que propongo es algo que no suele ser recomendado por los historiadores: intentar hallar en las decisiones de ese hombre algunas referencias con nuestra realidad. Ya se sabe que las realidades de Argentina e Israel son difíciles de comparar pero, hecha esta advertencia, no está de más establecer algunas comparaciones, no para arribar a conclusiones predeterminadas, sino para pensar algunos dilemas históricos de nuestro tiempo. Menciono, por ejemplo, el momento en que esa gran dirigente judía que fue Golda Meir, renuncia a su cargo político, luego de los sucesos de Yom Kippur. “Me voy porque ya no puedo soportar la carga; llegué al fin del camino”. Ella que reconocía su debilidad fue, al decir de su rival de siempre, Menachem Begin, “una admirable mujer judía”, elogio que Begin le reconocía a muy pocos. Sin embargo, cuando su sensibilidad política percibió que su tiempo político había concluido, tuvo la dignidad de volver al llano. No sé si queda clara la lección.
En el documental se menciona al pasar algunos episodios de corrupción. Sí, como oyó, en Israel hay políticos corruptos. Rabin, por ejemplo, en 1977 debió renunciar al poder, porque un periodista descubrió que su esposa tenía una cuenta de dólares en el extranjero: 10.000 dólares. Suficiente. Algo parecido ocurrió con un presidente, otro primer ministro y más de un diputado. Hay corrupción pero no hay impunidad. Y como no hay impunidad, los episodios de corrupción son menores, porque los pretendientes a ese “honor” saben los riesgos que corren. Las luchas internas en Israel suelen ser duras. Las disputas entre el Likud y el Mapai fueron célebres. Se sacaban chispas. Y en sus inicios, más que chispas se sacaban fuego. Y también son duras las disputas internas: Rabin y Peres ya era un clásico. Pero en los momentos decisivos estaban juntos. Begin, con su enemigo interno de toda la vida, Ben-Gurion; o Rabin con Peres; o Sharon con Netanyahu. En este punto, para la clase dirigente judía nunca hubo dudas: todas las refriegas internas están permitidas, pero todo se subordina a la defensa de Israel.
Para mediados de los años ochenta, la inflación en Israel supera el 500 por ciento anual. A nosotros nos ganaban de orejita parada. Pues bien: había que ponerle punto final a esa inflación. Y lo hicieron. Un gobierno compartido entre el Likud y los laboristas. Compartido y rotativo: dos años estará presidido por Peres; los otros dos, por Shamir. Peres no pierde tiempo. Reúne a los principales economistas y elabora un plan antiinflacionario. Luego reúne a sus ministros y anuncia los recortes. Estos anuncios, y algunas reacciones, tienen ciertas resonancias para un argentino. Todos están de acuerdo con los recortes para los otros, pero no para ellos. Peres no vacila. “Ministro que pestañeaba, ministro que despedía”. Fue un ajuste duro que afectó a todos. Empezando por el sector de Defensa, estratégico para un país en guerra. Y siguiendo con Educación, también estratégico para la cultura judía del libro. La inflación bajó de 500 a 16 puntos. Peres era a los dos años el político más popular de Israel. Sus amigos le dijeron que llamara a elecciones y no respetara el acuerdo rotativo con el Likud. Su respuesta también fue ejemplar. “No lo voy a hacer porque he dado mi palabra”. Algo parecido ocurre cuando asesinan a Rabin. Le dicen que aproveche y llame a elecciones inmediatamente. “No me voy a aprovechar de una tragedia nacional para conquistar un cargo político”. Igualito a algunos políticos argentinos, de cuyos nombres prefiero no acordarme.
Dije que Peres fue halcón y fue paloma. Sus decisiones siempre tuvieron como mira la seguridad de Israel, pero también los valores humanistas que la constituían como nación. En la denominada guerra de la independencia de 1948, Ben-Gurion convoca a este jovencito de 25 años para que consiga armas. Las instrucciones son precisas y elocuentes. “Las compra o las roba”. La tarea la cumplió al pie de la letra. También se ocupó de arreglar un acuerdo con Francia para fabricar un reactor nuclear. “Israel es pequeño, no tiene tierra, no tiene agua, no tiene petróleo… nuestros enemigos son poderosos y necesitamos un factor disuasorio”. Por supuesto, todos estos acuerdos se hicieron bajo cuerda. Allí estuvo Peres. El acuerdo que se firmó con Francia incluyó una treta. El presidente autorizado para firmarlo cae con su gabinete por otros motivos. ¿Qué hacer? Peres encuentra la fórmula. Si el gobierno renunció el 28 de julio, convengamos que el acuerdo se firmó el 27 de julio. “Por 24 horas de diferencia no vamos a hacer problemas”. Peres es también el hombre que culmina las negociaciones con Alemania. Como van a reprocharle sus opositores: “Canjeó los muertos del Holocausto por armas”. Peres respondió con una sonrisa. No todas eran rosas. Inicia las tratativas de un acuerdo de paz con Hussein, rey de Jordania. Se reúnen en Londres y firman el tratado. Todo bien hasta que Peres regresa a Israel y el gobierno lo rechaza. El rey Hussein furioso. “La próxima vez que quieran firmar una paz hablen con los palestinos”. Peres siempre reprochará a sus adversarios haber rechazado esa oportunidad. “Si lo hubiéramos firmado nos habríamos evitado a Al Fatah, a Hamás, a la OLP…”.
Peres es el responsable del “Operativo Entebbe”, es decir, el llevado a cabo por fuerzas especiales de Israel, para liberar a los secuestrados por el terrorismo protegido por Idi Amin. Cien judíos rehenes en el aeropuerto de Uganda. El plazo es perentorio: 36 horas para pagar, “si no, los matamos”. Rabin consulta con sus ministros. Los familiares de los rehenes presionan para que se pacte la negociación. Pero Peres se opone. Y otra vez por “bajo cuerda” organiza el operativo de rescate. Un riesgo enorme, pero lo asume. A él le encanta asumir riesgos. Se prepara con esmero y actúa en consecuencia. Alguna vez le dijeron que no se debía negociar con un terrorista como Arafat. Su respuesta es típica: “Si conocen a alguien mejor…”. Así se firmó el acuerdo de Oslo. Ya para entonces era una “paloma”, pero no comía vidrio. “El problema con Arafat, es que sin él no se pueden empezar las negociaciones de paz, pero con él nunca se puede terminar”. Y no se equivocaba.
Shimon Peres, judío askenazi, laico, culto. Sonrisa seductora, modales distinguidos. Pero también pragmático, astuto, creativo. Diseñó la defensa militar de Israel, pero luego fue el embajador de la paz. Político a tiempo completo. Tiene más de ochenta años y lo convocan para la presidencia. Su esposa le hace un planteo terminante: “Aceptás el cargo y nos separamos”. Se separaron. Dolió, pero lo hizo. Después, cuando Sonya murió en 2011, escribió: “La amé desde el primer minuto que la vi, y la amo ahora, en el último minuto”. No mentía, pero ocurre que a un político de raza es muy difícil convencerlo de que se debe volver a casa, por más que en esa casa lo espere Sonya.