El grito de alerta corrió rápido por todo el mundo, pero me temo que no logró toda la repercusión que se necesita puesto que no todos los medios se hicieron eco de tal alerta. Ciertos jarabes de la tos resultaron tóxicos, mortalmente tóxicos, y no es la primera vez que esto pasa.
Esta vez pasó en Gambia, un pequeño país africano cuyas tierras fértiles no olvidan el triste pasado durante el cual fueron víctimas del comercio de esclavos, primero a cargo de los portugueses y luego en manos de los ingleses.
Allí, ahora, varios jarabes provocaron la muerte de 69 chicos. Son jarabes de esos que con cierta ingenuidad se venden para la tos y los mocos, para los síntomas del resfrío o de los cuadros gripales de la infancia. Estos jarabes contenían, por error, una cantidad tóxica de dos disolventes industriales, y éstos provocan, les provocaron un fallo renal agudo. En al menos 69 niños este error y este fallo fueron causa de muerte.
La Organización Mundial de la Salud alertó al mundo sobre el peligro de estos jarabes, fabricados en la India y comercializados en varios países de Asia, África y América Latina. Pero no en la India (ni, que sepa, en Argentina). Un alto funcionario indio aclaró que se trataba de jarabes fabricados sólo para exportación, y no para el consumo de los niños indios, y que esta práctica es habitual.
Pero este funcionario no dijo que estos jarabes ya no se vendían en la India porque en dos ocasiones anteriores ya habían provocado la muerte de decenas de chicos. Donde la ley es laxa, allá o acá, y cumplirla o no cumplirla es materia opinable, y donde la corrupción es habitual, acá o allá, las consecuencias quedan a la vista.
Primero fue en Gurgaon, una ciudad del conurbano de Delhi, la capital de la India, cuando, en 1998, al menos 33 chicos murieron intoxicados por los mismos disolventes, que también estaban en jarabes. Años después, en 2020, al menos otros 12 chicos morían por la misma causa en Ramnagar, una pequeña ciudad de la India. Ya se sabe que cierta desgracia suele quedar anónima, e impune, cuando las víctimas son los hijos de quienes saben poco, y tienen poco, y no tienen por lo tanto voz.
Fue a la tercera vez que la Organización Mundial de la Salud alertó, alzaba la voz por ellos, al ver que aquello que estaba pasando no podía quedar otra vez en nada.
Ahora el mundo sabe lo que pasó, y por qué pasó, y cada país puede tomar en consecuencia las medidas que considere oportunas. Como siempre, lo primero y fundamental es saber. Y saber es siempre mejor que no saber.
Saber es conocer, es entender más, es poder preguntar y averiguar, es tener una mirada crítica, un espíritu crítico. Saber es para defenderse. La escuela, una vez más, demuestra que es la clave.
Los jarabes estaban etiquetados en inglés. Entonces hay que preguntarse si los padres de estos chicos hoy muertos entienden suficiente el inglés, o si más bien estaban obligados a dejarse llevar por el mensaje que transmitían las imágenes de la etiqueta y de la caja del jarabe. En la caja se ven unas imágenes simpáticas y coloridas, y en una de ellas hay un bebé rubio y gordito, sin mocos en la nariz ni aspecto de estar resfriado.
Un informe procedente de la India sugiere que esta masiva intoxicación, repetida al menos tres veces, pudo ser consecuencia de un error que se relaciona con una pobre escolarización.
En efecto, los jarabes tóxicos contenían cantidad de dos disolventes industriales cuyos nombres se ven y suenan parecido al nombre de sendos componentes habituales de la fórmula de estos jarabes. Esto sugiere entonces que alguien confundió esto con aquello, parecido pero a la vez muy diferente.
Mientras tanto, en Indonesia, al ver lo que pasaba, ya están investigando la muerte, ahora sospechosa, de al menos 99 niños que tuvieron en común el haber muerto por un fallo renal agudo de causa poco clara. Hasta que se aclare si estas muertes tienen relación con la administración previa de un jarabe tóxico, el país suspendió por completo la venta de los jarabes para la tos.
Es necesario remarcar que estas muertes por jarabe infantil se debieron a que el jarabe en cuestión contenía una cantidad tóxica de dos disolventes industriales, que obviamente no entran en la fórmula de tales jarabes. Sabiendo además que los jarabes antitusivos y expectorantes son poco efectivos, cabe preguntarse si realmente valen la pena.
Aunque estén bien fabricados y hayan superado todos los controles de calidad, hace tiempo que los jarabes antitusivos (o antitusígenos) y los expectorantes están en el campo de la duda, porque ni calman la tos ni ayudan a eliminar mocos y catarros, al menos en resfríos y gripes. Diversos estudios avalan esta afirmación. Por lo tanto, estos jarabes no son todo lo que dicen ser ni consiguen todos los beneficios que prometen. Y como algunos no están libres de efectos secundarios, o incluso de un uso adictivo, sólo debe recibirlos un niño si el médico se lo receta.
Y tanto es así que países como Australia, Bélgica, Holanda y Gran Bretaña prohiben la venta libre de los llamados antitusígenos y anticatarrales para menores de 6 años. En España, ya hace años que están fuera de la cobertura de la Seguridad Social, que así no los reconoce como necesarios y por lo tanto no les aplica el descuento, en la receta, en la farmacia, que es normativo. En Estados Unidos está prohibida la venta del antitusivo codeína para menores de 18 años. Y en cuanto al dextrometorfán, que también se ofrece como antitusivo, ya se sabe que algunos lo consumen con otros fines muy distintos. Recordemos que tanto la codeína como el dextrometorfán son derivados del opio, y que por tanto el consumo irresponsable es peligroso.
En Santa Fe, el Laboratorio Industrial Farmacético (LIF) no fabrica ni antitusígenos ni expectorantes, tal vez porque considera que no son, ni mucho menos, medicamentos esenciales. En cambio, sí que fabrica otros medicamentos que la Organización Mundial de la Salud considera esenciales para la infancia, como amoxicilina en suspensión, ibuprofeno en jarabe y permetrina en crema. No obstante, al ver la lista de todos los productos que fabrica, salta a la vista que la infancia no les parece prioritaria.
En efecto, al parecer la infancia no es prioritaria para el Laboratorio, es decir, para la Provincia de Santa Fe, porque no fabrica medicamentos tan esenciales como el paracetamol en jarabe, para el dolor y la fiebre; el mebendazol en jarabe, para los parásitos intestinales; y la azitromicina en suspensión, que es otro de los antibióticos que se consideran esenciales. Ni jarabe alguno para el tratamiento de la anemia por falta de hierro, pese a que ésta es frecuente, y afecta al desarrollo físico e intelectual del niño.
En cambio, fabrica el aceite de cannabis, un producto empírico que, más allá de los deseos y los discursos, carece de un aval científico serio, con alguna excepción. Siendo así que estas parecen ser las preferencias del Laboratorio, y de la Provincia, se comprende por qué ciertas infancias de la ciudad continúan marginadas y sin perspectivas.