Viernes 14.2.2020
/Última actualización 9:55
El avance de la ciencia ayuda, entre otras cosas, a conocernos a nosotros mismos. En el día de los enamorados, el Dr. Hugo Valderrama, médico neurólogo y master en neurociencias, y columnista de este diario, cuenta algunas dudas que están develando las neurociencias respecto al funcionamiento del cerebro cuando una persona se enamora.
—¿Cupido apunta al cerebro?
—Justo al medio, donde está el hipotálamo.
—¿Y las “mariposas en el estómago”?
—Es porque por momentos fluye poca sangre hacia el estómago. Al estar frente a la persona que nos atrae mucho, o de solo pensar en ella, el cerebro puede llegar a aumentar la adrenalina. Esta genera ansiedad y activa el sistema de defensa, provocando que la sangre fluya hacia los músculos y disminuye en órganos como el estómago o los intestinos, por si literalmente tenemos que salir corriendo. Para que esto ocurra, el corazón debe latir más rápido, de ahí que también podemos sentir “palpitaciones por amor”.
—¿Por qué nos prepara para huir?
—Hay redes neuronales básicas o primitivas del cerebro, que no diferencian entre un desafío, una sorpresa o una amenaza. El cerebro se sorprende de las propias emociones que generan sus redes neuronales frente a esa persona, de la que capta estímulos que lo “enamoran”. Entonces otras redes neuronales activan, por las dudas, el sistema de defensa, sin diferenciar si esa sorpresa puede ser buena o mala.
—Pero no nos sentimos así de mal cuando nos enamoramos.
—No, porque justamente el hipotálamo libera el ingrediente esencial del enamoramiento. Un neurotransmisor llamado feniletalimina, que junto a otras sustancias, explicarían esa sensación de euforia, exaltación y bienestar que acompaña a todo buen enamorado.
Entonces estamos ansiosos pero felices. De hecho, esas “mariposas en el estómago” generadas por el desafío de una entrevista de trabajo, en donde hay adrenalina pero sin estas otras sustancias, las referimos como “estoy descompuesto”.
—¿El amor vuelve ciego al cerebro y no deja ver los defectos del que nos estamos enamorando?
—Quizás no ciegos, pero “nubla la vista”. Las redes neuronales que se asocian al establecimiento de un juicio crítico de la conducta y las intenciones de las personas, funcionan con una eficiencia relativa, a partir de que se bañan con estas sustancias. Desde el punto de vista biológico y de la evolución, se sostiene que esto es para cumplir como primera instancia con el objetivo de la reproducción.
—¿O sea que no es nuestra culpa si nos equivocamos de quien nos enamoramos?
—Leí una vez “la naturaleza nos susurra al oído a quien amar”, lo cual según muchas investigaciones es cierto, pero podemos elegir ignorarla. Aunque sea muy difícil y acarree a veces otras emociones, o sentimientos como consecuencia. Es más factible ignorar ese susurro, cuanto más desarrollados tengamos el lóbulo frontal, el encargado de razonar sobre lo que percibimos.
—¿Por ello de niños o adolescentes se enamoran más?
—Es una de las causas, sí. Es por ello que en en vez de “susurros”, es más frecuente que el adolescente sienta “gritos de amor”. El adolescente no tiene un lóbulo frontal con conexiones tan eficientes como el adulto, sino que se van generando a medida que recibe los estímulos adecuados. Pero los “gritos” se pueden sentir a cualquier edad, cualquier adulto mayor se puede enamorar.
—¿Qué pasa en el cerebro de las parejas que perduran juntas, más allá de estas primeras fases del enamoramiento?
—Cuando el cerebro logró establecer un apego duradero con otra persona, es porque se liberó otra sustancia llamada oxitocina, frente a los estímulos adecuados. Es una hormona prosocial, que frente a los estímulos adecuados genera cambios en las redes neuronales, que tienden a generar protección hacia al otro, como también sentirse bien a su lado.
—Muchos dicen que las neurociencias son muy reduccionistas, al explicar cosas tan abstractas como estas, ¿es así?
—El cerebro es un órgano concreto, que nos permite sentir lo abstracto. Muy reduccionista pueden llegar a ser las personas, determinados neurocientíficos o profesionales en relación a la rama, pero no las neurociencias como campo científico. De hecho es con neurociencias, con “s” final, porque es plural, inter y transdisciplinario. Abarca desde la física hasta la psicología, pasando por la neurología, antropología, ciencias sociales y muchas más.
Establecer como funcionan sistemas complejos como el cerebro, iniciando por algunos de los sistemas más simples que lo componen, es lo que se denomina “reducción” en la ciencia, que es parte de una metodología. Lo que no hay que confundir es con “reduccionismo” que es una forma de pensamiento, en que erróneamente se intenta explicar absolutamente “todo de todo”, por la suma de las partes constituyentes.
—Entonces tendríamos que decir ¿“te amo con todo mi hipotálamo”?
—Sería más acertado, pero no se asocia al romanticismo que se le da al corazón, desde los egipcios hasta la actualidad. A pesar de que ya Hipócrates, considerado el padre de la medicina, enseñaba que en el cerebro se producen los sentimientos. Ahora tenemos las herramientas tecnológicas, que comprueban lo que ese genio dijo hace 2300 años atrás.
—¿Cuánto sabemos sobre nuestro cerebro?
—Muy poco, pero mucho más que antes. El ingeniero y científico Emerson Pugh dijo: “Si el cerebro fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, seríamos tan simples que no lo entenderíamos‘, pero lo dijo hace 70 años y no imaginó el avance tecnológico. El cerebro humano sigue creando tecnología, que lo ayuda a entender más sobre sí mismo.
Al estar frente a la persona que nos atrae mucho, o de solo pensar en ella, el cerebro puede llegar a aumentar la adrenalina.