Lunes 27.11.2023
/Última actualización 19:04
La segunda jornada del festival nacido en Barcelona comenzó a las 14.30, bajo un sol más agresivo que el día anterior. Winona Riders fueron los encargados de recibir en el Stage Heineken a los visitantes primerizos, festivaleros de alma que entienden que la experiencia es toda la jornada. En el mismo horario hicieron lo propio Juana Rozas (Stage Barcelona) y Limón (Nobody Is Normal).
Rayos Láser ganó el Stage Primavera con su indie rock festivo, celebrando el cumpleaños de su guitarrista Gustavo “Gringo” Rodríguez. “Ahora vamos con una para chapar bajo el sol: es difícil”, dijo el cantante y bajista Tomás Ferrero antes de “Un recuerdo de vos y de mí”. Citaron al “Bolero” de Maurice Ravel desde la guitarra e invitaron a bailar con “Nada de mí”.
A esa hora, Yami Safdie atrajo a un puñado de corajudos hasta el escenario más catalán. De largas trenzas, crop top y pantalón patchwork, salió al frente de un trío de guitarra, bajo y batería electrónica más secuencias.
Así abordó las canciones de “Sur”, su más reciente álbum, como “Demasiado”, sobre las “inseguridades en las relaciones” tuvo como invitado al español Álvaro Luna, y bailarines se sumaron para “Pedazos”. Dijo que el flamante material “es un disco conceptual, un homenaje a la música latinoamericana y argentina. Esta se hizo viral, para mandar a la mierda a los haters”, comentó antes de “Tengo”. De ahí pasó a “Tango de crueldad” con la voz grabada de Omar Montes y una pareja del staff que se bailó unos pasos. La solista mostró que tiene una voz pop entradora, y que es una artista joven con inquietudes.
Dedicó a su mamá, presente en el show, la milonga “No lloresW, con L-Gante saliendo desde la pantalla. Ahí abordó “Yarará”, “la más especial del disco, por la participación de Gustavo Santaollalla”: allí estuvieron los sonidos de aerófonos andinos, charangos y ronrocos que tanto le gustan al compositor, que el ballet abordó con pañuelos.
El sello del festival, de Cataluña al mundo. Foto: Gentileza Mora AlarcónCanciones consagradas
A esa altura, 15.55, Marcelo Moura (canoso, de camisa floreada) capitaneó la aparición de Virus, junto a su hermano Julio en guitarra (de color firme en el cabello y camisa a rayas), el histórico baterista Mario Serra (remera sin mangas) y los músicos que amplían la formación en vivo (Agustín Ferro en segunda guitarra, Patricio Fontana en teclados y Ariel Naón en bajo), para “Sin disfraz”.
“Están muertos del calor, ¿no? Bueno, vamos a hacer un show fresco”, antes de “Imágenes paganas”. Marcelo fue al teclado y Julio cantó “Ausencia”. El menor de los Moura volvió a la voz principal para “Me puedo programar”, y se colgó la guitarra para cederle nuevamente la voz a Julio en “Pronta entrega”. Pasó “Destino circular” y el inevitable “olé, olé”. “Este lo conocen, hágannos la gamba dijo el cantante principal, antes de “Amor descartable”.
Julio hizo lo propio con “Mirada speed”, y “Agujero interior” desató un coro y bailecito en el público en la melodía del teclado, ánimo que siguió en “Wadu wadu”. Marcelo anunció fecha del 12 de abril en Movistar Arena (¿quién sabe dónde estaremos para entonces?), antes de “Luna de miel” con sus teclas identitarias (ahí le tiraron cositas a Marcelo, que las pateó de regreso) con solo de Ferro.
Joaquín Levinton (pantalón Adidas, saco sobre el torso desnudo, cadenas al cuello salió a ganarse al público de entrada al frente de Turf, tirándose entre los presentes en “Kurt Cobain” y “Eso no se llama amor”, con un solo de flautín a vara del cantante. Repartió agua a los acalorados espectadores antes de “Cuatro personalidades”, con coros de Leandro Lopatín (“el García Moritán de Pichot", dijo alguno).
En “Malas decisiones”, el narrador de historias picantes terminó cantando sobre la valla, y agarró un abanico negro para “Casanova”, con una explosión de Lopatín en la guitarra. “Al menos no hace 60 grados... todavía”, con guitarra acústica para el cantante y sonidos de Hammond de Nicolás Ottavianelli, con una ola de brazos yendo de un lado al otro.
Una introducción de guitarra surf de Leandro llamó a “Loco un poco” y su clima festivo, con el frontman de nuevo en la valla, sostenido entre tres del staff de prevención. Ensayó un “Eo, eo” a lo Freddie Mercury, y volvió a colgarse el instrumento para otro hit como “Pasos al costado”, consagrado en las canchas (y así lo reflejo el gesto de los brazos”. “Saltando para la foto”, pidió el vocalista, en doble solo de guitarras de Lopatín y Santiago Tato.
El final cantado (en yodos los sentidos) fue con “Yo no me quiero casar”, con la multitud a los saltos en el rayo del sol. Levinton narró un ficticio chat con el Indio Solari, donde habría, comparado pogos, para estimular el último agite. Leandro se despidió al grito de “¡Viva el Primavera Sound, y aguante Argentina, la concha de su madre!”.
Ahí varios aprovecharon para acercarse a la sombrita del NIN, disfrutando un rato del funk/R&B de Vinocio.
Música del futuro
Pero ya unos minutos después arrancó el primer número internacional en los escenarios grandes. Delante de un paisaje animado en la pantalla, y de un cerezo artificial florecido al estilo Bresh, se sentaron frente a frente Domi y JD Beck: ella en teclados (incluyendo pedalera de bajos) y el en batería. Ella es Domitille Degalle, aka Domi Louna: francesa, 23 años; con colitas, hebillas y maquillaje de personaje de animé; sentada sobre un símil inodoro, papel higiénico incluido; él es estadounidense, 19 años; aniñado y de jardinero, como conductor de programa infantil. “Este es nuestro primer show en Argentina”, anunció el muchacho, y le pasó a su compañera la tarea de leer un saludo humorístico traducido.
¿La propuesta? Un viaje mayormente instrumental (decían “cúbranse los oídos” en los temas cantados) híper complejo, con paisajes virtuosos en las teclas e intrincados ritmos mutantes y sincopados en los parches. Mucho de free jazz y jazz rock de los 70, balanceando entre la partitura escrita y el relojeo entre ellos. Se trata de dos monstruitos que se vienen formando desde los tres y los cinco años respectivamente, y este lenguaje les es tanto o más natural que el hablado.
La revista Downbeat (la referencia del ambiente jazzístico “duro”) y un artista del momento como Anderson .Paak coinciden en que son una revelación, y quizás una oportunidad de futuro para un universo sonoro (el jazz moderno) donde obra y performance vienen batallando hace mucho.
Hubo un “olé, olé, Domi, Domi”, y enseguida un corearon “JD Beck” para que no haya susceptibilidades. Se despidieron parcamente, dejando más tablas calientes para otro Beck, con más kilometraje encima.
En el mismo horario, en el Barcelona se presentó Weyes Blood, encarnación artística de la cantautora y multiinstrumentista Natalie Mering: al frente de una banda mixta, se lució en voz y piano, enfundada en un vestido blanco con capa, como las amazonas de Wonder Woman.
La canadiense Carly Rae Jepsen, sacudiendo el escenario junto a las coristas Sophi Bairley y Rachel Clark. Foto: Gentileza Mora AlarcónChica de oro
Carly Rae Jepsen llevó la pulsión rockera al Stage Primavera. La rubia, salida del programa “Canadian Idol” en 2007, comandó una banda mixta (Tavish Crowe en guitarra; Nik Pesut en batería; Jared Manierka en teclados y saxo; Bobby Wooten III, ex novio de Katie Holmes, en bajo; Sophi Bairley y Rachel Clark en coros) por una senda que va de un powerpop guitarrero y para arriba a canciones más grooveras y bailables. Entre las primeras estuvieron “Let’s Sort the Whole Thing Out”, “Run Away With Me” o “Talking to Yourself”, y entre las segundas “Anything to Be With You”, “Shy Boy” o “Western Wind”.
De melena larga y vestido charleston con estrellitas y guantes con inscripciones, como tatuajes falsos, sumó a las chicas del coro en arengas y coreografías en un escenario con escaleras y plataformas a lo Avril Lavigne; la banda sonó prolija, como en el pasaje pianístico de “Kollage”. “Este es mi momento favorito de la noche”, dijo en el atardecer, y meneó sus botitas rojas con “Psychedelic Switch”, sumando a los cuatro del frente al bailecito final.
“Gracias por ser una multitud tan maravillosa”, saludó, antes de cruzarse de escenario y bajar a cantar “Call Me Maybe” junto a una audiencia que se sabía la letra completa. Ahí casi pierde el receptor de los monitores in ear: tan liviano era su vestido, que llevaba el gadget oculto en un brazalete.
“Stay Away” llegó en plan electropop, y “Bends” bajó un cambio, con una marea de brazos ondeando. Levantó de nuevo con “I Really Like You”, poniéndole picardía a su interpretación, con estribillos muy coreados. “I Want You in My Room” fue sensual pero inocente, con solo de saxo, mientras que “The Loneliest Time” sonó bien disco, con mucha interacción con un público ya ganado. Hubo un “olé, olé” para ella, no podía ser menos. “Esto es personal: es una canción sobre aplicaciones de citas”, despachó para introducir “Beach House”. Anunció una última canción, cerrando con la ganchera “Cut to the Feeling”.
Beck se movió entre la introspección, las guitarras contundentes y la electrónica vintage. Foto: Gentileza Mora AlarcónGüero amigable
Beck, aquel “perdedor” de los 90, salió en el ocaso en un escenario de dos pisos, todo pantallas psicodélicas, con el riff de bajo de “Devils Haircut”: vistió saco cruzado de marinero, pantalón de cuero, melenita crespa y un rostro juvenil que resiste las décadas. El salto fue a la mántrica “Mixed Bizness”, con saxo y coros en falsete del guitarrista Jason Falkner, y a “The New Pollution”
“Girl”, cayó como uptempo con sintes de ocho bits y viola acústica pasada por un fuzzbox. “¿Qué onda, Buenos Aires?”, tiró en castellano antes de “Qué onda Güero”, casi rapeada, sobre ritmo funky del bajo. “Vamos con las manos arriba”, pidió para Nicotine & Gravy, en la misma tónica.
“Wow” fue toda electrónica (bajo en teclados y batería electrónica) con el mundo rodeado por caballos en las visuales. La densidad analógica regresó con “Soul of a Man”, sumándose el solista para tocar a dos guitarras.
“Es un gusto estar de nuevo, hacia 11 años que no venía. Estuve cuatro días, hermosa ciudad”, comentó el rubio. Un cielo estrellado funcionó como fondo para la balada acústica “Lost Cause”, uno de los momentos altos del set. “Dreams” aportó un cambio de clima, entre escenarios oníricos y guitarras indie.
“Quiero traer a un amigo muy especial” y entró Damon Albarn (que tuvo su “olé, olé” antes de su propio show). “Fue algo muy especial en tiempos del Covid”, comentó Beck antes de interpretar juntos “Valley of the Pagans”: una canción de Gorillaz, el proyecto más reciente del cantante de Blur.
El propio Hansen arranco una intro de bues acústico con slide, para ceder pasó al sample en esa tónica que abre “Loser”: su mayor éxito con sus estrofas de rap conversado y todo el predio cantando aquello de “Oh soy un perdedor / I’m a loser baby / so why don’t you kill me?”.
Pirámides de viejos televisiones de tubo ilustraron “E-Pro”: un mid tempo sincopado, explosivo en los tarareos que fungen como estribillos, con un crescendo de intensidad en guitarras cada vez más filosas.
“Es una bella noche, con muchos amigos: Domi & JD Beck, todos los de Blur, Carly Rae Jepsen”, reflexionó. Sólo, a voz y armónica interpretó “One Foot in the Grave”, haciendo cantar a todos y mostrando su rango vocal de los graves al falsete, terminando con el bombo marcando negras. Es que la banda volvió para el cierre: El piano Rhodes trajo el clima soul de “Where It’s At”: la voz robótica permitió al solista tirar unos pasos, ya con el saco abierto, mostrando la camiseta que llevaba abajo. “Gracias, nos vemos la próxima vez”, saludó, y se fue tirando besos antes de que la banda termine.
Neil Tennant y Chris Lowe, los Pet Shop Boys, llamando a la fiesta techno como en sus años mozos. Foto: Gentileza Mora AlarcónBuenos muchachos
Una intro orquestal recibió a los Pet Shop (ya no tan) Boys, cada uno bajo una farola de alumbrado público, de pilotos y máscaras en forma de doble diapasón, con pantallas en blanco y negro (la de fondo y las laterales que los tomaban).
Abrieron con “Suburbia”, Chris Lowe impertérrito frente a su monitor y su teclado y Neil Tennant con su voz suave y sentimental intacta. Siguieron con la machacante “Can You Forgive Her?” (“pregúntate a ti mismo si puede perdonarla”, inquirió el coreable estribillo).
Un sonriente Tennant se sacó la máscara y dejó el pie del micrófono para acercarse a su compañero y cantarle a su público “Opportunities (Let’s Make Lots of Money)”. El color entró en la pantalla de fondo, sumando temperatura para la fiesta techno.
“Buenas noches, Buenos Aires, somos los Pet Shop Boys”, dijo Neal en castellano. “Esta noche vamos a entrar en otro mundo. Porque la música vive para siempre, donde las calles no tienen nombre”. Así dio paso a “Where the Streets Have No Name” de U2, en medley con “I Can't Take My Eyes Off You” (clásico de Frankie Valli: aquel de “I love you, baby / And if it's quite alright / I need you, baby...).
Las imágenes se pusieron figurativas; el vocalista comenzó grave hasta encontrar el dramatismo etéreo de “Rent”: “Mira mis esperanzas, mira mis sueños / La moneda que gastamos / Te amo, pagas mi alquiler”, cantó Tennant, con el videoclip de fondo en el que aparece él mismo en sus años mozos.
Una senda peatonal cruzó el fondo, en el marco de una puesta por el momento mimalista, para recibir “I Don't Know What You Want but I Can’t Give It Any More”, apoyados en coro femenino y percusión electrónica
Engancharon limpiamente con “So Hard”, con siluetas de caminantes animadas en tres trazos, volviendo sobre aquello de: “Dime por qué no lo probamos, me rompe el corazón que lo hagas tan difícil”.
Abandonaron el escenario, mientras dos operarios de casco se llevaba las farolas. Entonces se elevó lapantalla y reaparecieron Chris (ya de gorra y gafas), y Neal de saco, polera y un sombrero como el del Pandit Nehru. A la vista quedaron los músicos acompañantes, uniformados con un collarín de cuero y flecos: Clare Uchima (voz y teclados), Simon Tellier (guitarra y percusión) y Afrika Green (percusión). Así arremetieron “Left to My Own Devices”, ya con el color en todas las pantallas.
“That’s the Way Life Is” pasó con su estribillo entrador, coreado por la masa: uno má de tantos himnos que han legado a lo largo de los años, seguido por “Domino Dancing” Nuevo agradecimiento del vocalista, mietras auroras boreales coloreaban el escenario para “Love Comes Quickly”, en el que la pantalla volvió a bajar, dejando a Tennant nuevamente solo.
Chris tomó el micrófono para la recitada “Paninaro”, contrastada en los coros. La nueva explosión llego con “You Were Always on My Mind”, que en clave de techno bolichero y la voz de Neal encontró una nueva vida, romántica y optimista, diferente a la hondura de la versión de Elvis Presley.
El cantante cambió la pilcha (impermeable metalizado) para “Dreamland”, de regreso en el lado más oscuro del dúo, enfatizando el contrapunto con Uchima y su voz soulera. Piloteando desde lo alto, Lowe llevó a “Heart” de viaje a una warehouse party de los 80, con sus líneas de teclado gancheras.
El clima bailable y sensorial siguió con “It’s Alright”, canción de Sterling Void de los 60, que también supieron hacer propia. Fueron a “Vocal”, esa que habla de un cantante que “está solo y es extraño”, “Y todo lo que yo quiera decir en voz alta será cantado”.
Fue entonces el momento para “Go West”, la canción de Village People que la dupla resignificó en los 90, con coros soviéticos (y que en el último Mundial se convirtió en “Abuela, lala lala la”), entre atardeceres nublados con un cierre en la mutación del beat. “Muchas gracias Buenos Aires, son fabulosos”, dijo el cantante, mientras el demiurgo electrónico seguía impasible
Una tensión armonizada explotó en otro hit como “It’s a Sin” (Padre, perdóname, intenté no hacerlo). Parados a los lados de la plataforma, la vuelta al blanco y negro dio por cerrado el segmento “para arriba”. Los operarios reinstalaron las farolas en el centro, sobre el pie de micro y el teclado, dejando a la backing band detrás de la pantalla.
Nuevo cambio de vestuario para ambos (sobretodo cruzado y campera y gorra, respectivamente), en un tramo de cierre cercano al principio, que comenzó con la cadenciosa “West End Girls”. Recién entonces Lowe hizo una mueca cercana a una sonrisa, y anunciaron la última canción de la noche: las farolas se multiplicaron al infinito para la angulosa e introspectiva “Being Boring”, que no terminaron hasta presentar a sus acompañantes.
Desde Albión
En el último turno de la noche, el Barcelona recibió a The Blessed Madonna, la productora y DJ que supervisó el disco de remixes de “Future Nostalgia”, el exitoso álbum pandémico de Dua Lipa. Pero la mayoría quería ir a ver a Blur en el último show de la gira de presentación de “The Ballad of Darren”, su noveno álbum.
Sonó la pista del álbum “Parklife” que se relanzó con la película “The Debt Collector” y la banda salió un poco abajo, con “The Ballad”, con Albarn (de traje en un comienzo) al piano, y coros del guitarrista Graham Coxon. Pero levantaron con “St. Charles Square”, en la que Damon cruzó de escenario con un micrófono de cable (alerta asistentes). “Este es el último, sí”, djo que castellano, hablando de la gira, antes de la acelerada “Popscene”. “Argentina es fantástico”, agregó en su castellano cruzado, con la sequedad que se asocia con las bandas brit pop (aunque al lado de los hermanos Gallagher es Jorge Corona).
“Barbaric” lo de nuevo en las teclas, y desaceleraron en “Beetlebum”, con Albarn aportando guitarra acústica y falsetes, explorando los matices de su voz; Coxon viajó en su guitarra, en el upgrade de intensidad. “La Luna está muy guapa” insistió, conversador, el frontman, que rotó con Coxon entre la acústica y la eléctrica. Un toque étnico en los parches de Dave Rowntree redondeó el clima de “Trimm Trabb”; un alarido y un motivo en el piano del tecladista colaborador Mike Smith permitieron que Graham volviese a la eléctrica, para así desatar una tormenta de noise guitarrero.
Albarn pidió agite con poses y gestos, pero bajo un cambio con “Goodbye Albert”, con su línea de guitarra espacializada por los efectos, y remate melancólico en el piano.
El cantante dijo que era el momento de realizar una ceremonia “para las buenas relaciones entre Inglaterra y Argentina”: devolvió una bandera a “Bubi de La Plata” (la bandera incluía su apodo sobre una jarra de chopp) quien se las dio a principios de año para que los acompañe en la gira. Ya que no daba cantar “el que no salta es un inglés”, se volvió a cantar “el que no salta votó a Milei” (Damon ya se había manifestado sobre el particular en Chile, hablando también de la victoria de la ultraderecha en Países Bajos) Bubi y sus amigos saludaron y se sacaron selfies con él antes de salir.
Solos de nuevo, recordaron viejos tiempos con el clásico “Coffee & TV” coreado por fans (veteranos y no tanto), que confiaron en que “Oh, podemos empezar de nuevo”. Estimulado, Damon bajó a la valla para cantar “End of a Century: “Todos decimos: ‘No quiero estar solo’ / Usamos la misma ropa porque sentimos lo mismo / Nos besamos con los labios secos cuando decimos buenas noches / Fin de siglo, oh, no es nada especial” (el comienzo de este ya viene dando algunas cosas para hablar, por cierto).
“Country House” salió marchosa, festiva y compartida con la audiencia, y un ruido ambiente de aire libre llevó a la charlada “Parklife”, estallando en los estribillos coreados con manos en alto desde la multitud.
Por ser el último concierto invitó a cantar a alguien de la audiencia (en realidad lo habían hecho en Santiago, así que era una especie de competencia). Damon tocó una melodía circense (“Intermission”) en el piano hasta que subió una chica llamada Daniela, que se llevó su propia ovación: la muchacha se bancó bastante bien entonar la relajada” To the End” y terminó de rodillas frente el cantante, antes de ser invitada a bajar por los asistentes.
Una línea de bajo zumbante de Alex James y un arpegio espeso edificaron la oscura “Out of Time (“Y has estado tan ocupado últimamente / que no has encontrado el tiempo / Para abrir tu mente / Y mira el mundo girar / Suavemente fuera de tiempo”). “Advert” los devolvió a su faceta más intensa, metiendo un megáfono y su sirena a lo Mike Patton, sobre guitarra repicante.
Albarn volvió a admirar la Luna antes de llamar al clásico “Song 2”, el del emblemático “Woo-hoo”, jugando entre la guitarra limpia y la distorsión comprimida. “Oh, Argentina. Nada de política hoy, sólo amor y unidad”, despejó todo conflicto el protagonista. “This Is a Low” sonó climática, con un solo de guitarra más expresivo que virtuoso. Damon regaló una camisa vintage del Chelsea (su equipo de fútbol), antes de la electrónica y bailable “Girls & Boys”, en la que se colgó una bandera arcoiris de capa.
“Tender” los bajó del agite pero no del clímax y la conexión; su estribillo mántrico, interpretado por Coxon: de hecho quedó en ostinato en el público (que podía seguir hasta el otro día). Pero de ahí se salió, al midtempo de “The Narcissist”.
“Para ser honesto, estaría de acuerdo en que esta noche no terminase nunca. Pero tiene que terminar”, dijo Albarn en su lengua materna, para cantar “For Tomorrow”, habla desde un siglo XX que se nos aleja raudamente. “Última cantata (sic), última noche”, volvió a ensayar su argento, y volvió al inglés para agregar: “Hermoso lugar para terminar el año”. La pista de las cuerdas anunció “The Universal”: hubo una largada en falso y al segundo intento entró, sumando trinos de arpa en el teclado de Smith, pero cimentándola como como canción rockera en los estribillos, rematando juntas, la orquesta y la banda eléctrica. El abrazo con Coxon fue sincero y sentido, con la felicidad del deber cumplido; todos se fueron arrimando para la reverencia final.
Así se despidió la segunda edición del encuentro “Created in Barcelona”, que quiere hacerse lugar como una nueva cita anual. Esperemos: en estos tiempos, estamos todos “holding on for tomorrow”.