I
I
No descubrimos la pólvora si decimos que la relación del peronismo con el poder es cesarista, es decir, quieren quedarse en el poder hasta el fin de los tiempos. En términos institucionales esto se traduce en la aspiración a la reelección indefinida. Esto lo hacen en el país, en una provincia y en un pueblito. En estos temas los compañeros son incorregibles. El "Primer trabajador" llamó a una Constituyente para cumplir con esa aspiración, recurriendo para ello a todas las mañas del caso; mañas no muy diferentes a las que aplican estos gauchos pícaros de la política que se llaman Uñac, Gioja o Manzur. Menem, convocó a otra Constituyente para lo mismo que hizo su jefe histórico. Y si no lo paraban marchaba a la recontra reelección. Algo parecido puede decirse de Cristina, en este caso sofrenada en el galope por su actual amigo Sergio Massa. Carlos Rovira en Misiones quiso hacer lo mismo, pero un obispo llamado Joaquín Piña le paró el carro y la lección fue tan contundente que por unos añitos los peronistas se dejaron de joder con sus reelecciones indefinidas. Apenas se disipó la "lección Piña", volvieron a las andadas, Gerardo Zamora, radical devenido en peronista de la primera hora, amagó con los mismos pasos de baile. La Corte le puso tarjeta roja, pero ni lerdo ni perezoso metió en el cargo a su señora esposa. La solución Kirchner: vamos rotando, primero el caballero, después la dama, luego el caballero y a continuación la dama, hasta que las velas no ardan. Zamora, a diferencia de Uñac o Manzur, se salió con la suya: su mujer fue gobernadora, lo que no significa una conquista feminista sino la afirmación de una dinastía, la de los Zamora. Hoy él es gobernador y ella senadora en línea sucesoria del poder. Algo parecido pasó en Tucumán con los Alperovich, también radicales tránsfugas. Hay más ejemplos, pero en principio admitamos con resignación o fastidio que los peronistas cuando llegan al poder se quieren quedar para siempre, y si no lo hacen no es por convicción republicana sino porque no los dejan. Institucionalmente lo que les importa es el principio de reelección indefinida. Es lo que han hecho en Santa Cruz, Formosa y Catamarca. Tres ínsulas que construyen la arcadia modelo del populismo criollo.
II
En estos días la Corte Suprema de Justicia les marcó los límites en San Juan y Tucumán. Están furiosos. Ellos aspiran a jueces como Oyarbide o Nazareno, a árbitros que les dejen hacer el gol con la mano. Y de pronto se encuentran con jueces que no aspiran a ser canonizados, pero están dispuestos a hacer cumplir las leyes de la Constitución y, si mal no viene, de las constituciones provinciales que ellos mismos votaron, pero a las que, llegado al caso, no vacilan en transformarlas en papel higiénico. Para mi gusto, los jueces de la Corte deberían haber tomado esta decisión una semana antes por lo menos, pero ya sabemos que en esta vida la perfección no existe. Ya es bueno que por ahora hayan impedido que este domingo no se elijan gobernadores hasta que el conflicto jurídico en cuestión se aclare. Ahora que políticos y constitucionalistas deliberen. Las partes tendrán sus argumentos y veremos qué se decide. En principio, los argumentos de los peronistas, empezando por el presidente de la nación y los gobernadores, son los de siempre: acusan a la Corte de arbitrariedad o de complicidad con la oposición. Lawfare, como les gusta decir. Fieles a su estilo, y a su historia, reivindican la "verdad local" y como broche de oro recurren a los mismos argumentos del compañero Gildo Insfrán respecto de la intromisión del poder central, la justicia y los "porteños" contra los derechos de las provincias dirigidas por montaraces caudillos que recurren a la palabra "federal" para proteger privilegios e intereses.
III
Conviene detenerse en este federalismo de chiripa y mate cocido que reivindican los peronistas para defender sus feudos provinciales. Según ellos, sus comarcas disponen de una personalidad propia, de un temperamento nutrido en los valores de la tierra y la sangre. Demás está decir que esa retórica algo oscurantista, algo reaccionaria, es una coartada para justificar su poder. La primera vez que escuché esta retórica fue en Catamarca, cuando el diario me mandó para atender el caso de Soledad Morales. Los Saadi estaban indignados con los periodistas "porteños", que "le faltan el respeto a los catamarqueños". Demás está decir que nadie le faltaba el respeto a Catamarca, solo pretendíamos ser leales a la verdad, ventilando el crimen de una adolescente cuyos asesinos eran protegidos por el peronismo gobernante. Algo parecido escuché con Carlos Juárez en Santiago del Estero. Carlos y la Nina, porque, otra preciosura del populismo criollo, fieles a su concepción cortesana de la política, es incorporar al poder a su esposa. Y si pueden a sus hijos, a sus hermanos y a sus amantes. Para el caudillo peronista santiagueño, los periodistas invadimos su provincia para despojar a los santiagueños de su "ser nativo". Canallas. Hambrean a su pueblo, lo esclavizan, lo someten y lo corrompen. Pero cuando las papas queman lo invocan como portadores de una causa histórica. Gildo Insfrán, la única vez que lo entrevisté, dijo algo parecido. Esa noche había ganado por primera vez las elecciones y la fiesta se celebraba en la casa de gobierno. La Marcha Peronista era la única música que se escuchaba entre los alaridos, el redoble de los bombos y las efusiones alcohólicas. Le pregunté, así como al pasar, si consideraba correcto que en la casa de gobierno, que debería ser la casa de todos los formoseños, se cantara una marchita partidaria. Y su respuesta fue descarnada y genuina: para los peronistas de Formosa la casa de gobierno es peronista. Y punto. Con esa respuesta, ¿no era acaso previsible que el hombre ya en ese momento (1995) haya tenido previsto quedarse en el poder por lo menos un cuarto de siglo? Alguna vez leí acerca de las desventuras del ajedrecista Jaime Emma, contratado por el clan de los Rodríguez Saá. Poco tiempo duraron sus lecciones. A los hermanos del clan, el Adolfo y el Alberto, les molestaba que Emma no les rindiera pleitesía, no asistiera a los partidos de básquet en el estadio que ellos decidieron construir con la plata de los puntanos para satisfacer un capricho tan intenso como breve; les molestaba que la esposa de Emma fuera independiente y de vez en cuando se burlara de sus vulgaridades y groserías propias de caciques "maloneadores" y, sobre todo, al Alberto le molestaba que Emma le ganara al ajedrez. Conclusión: Emma terminó preso. Y allí se armó el escándalo, porque la noticia llegó a Buenos Aires y de Buenos Aires llegaron los periodistas que para estos capangas se parecen al crucifijo que aterra a Drácula. También en este caso acusaron a los periodistas de atentar contra las esencias del pueblo puntano. En todos los casos, las invocaciones del localismo como una verdad propia es la excusa para justificar la barbarie. En Catamarca, en La Rioja, en Formosa, en Santiago del Estero o en San Juan y Tucumán. Realidades provinciales diversas, donde lo que se mantiene permanente es la insaciable vocación de poder de los capangas populistas. La seguimos el sábado.