La situación sanitaria y económica de los últimos tiempos en nuestro país, hizo que muchas actividades en la provincia dieran un giro de timón para sobreponerse y subsistir. Hubo que reinventarse o ponerse firmes. Y en Carreras (departamento General López), pasó algo parecido con la Cooperativa de Trabajo Textil, que lejos de bajar su nivel buscó alternativas a la crisis y hoy está marcando su propio camino.
El emprendimiento, tiene 7 años de vigencia en este nuevo formato y una historia de 30 años de antigüedad: son el resultado de la desaparecida empresa “Plenit” y de las ganas de los ex empleados de continuar con la tradición en las telas. Por eso durante los peores sacudones en la región del COVID-19, pusieron a andar las máquinas y confeccionaron barbijos de primera calidad para el Gobierno de Santa Fe e instituciones locales, en los primeros tiempos de la pandemia (abril, mayo y junio del 2020).
“Se hizo imposible sostenerse y hubo que activar en otro sentido”, contó la presidenta de la Cooperativa, Marisa Haijan, a El Litoral. La mujer lleva casi 25 años dentro del predio que se ubica en las afueras de la localidad. Estuvo 18 años como empleada en “Plenit” y desde hace 7 está junto al consejo administrativo que llegó para defender las fuentes de trabajo.
Actualmente son 42 los asociados, que producen un total de 700 prendas por día en promedio, dependiendo de las características de los productos que van de básicos a complejos (los que requieren mayor dedicación). Allí confeccionan ropa interior de mujer, corsetería y trajes de baño. En algún momento, también fabricaron bóxers de hombre. Todo, siempre para el mercado interno.
Hoy, sus clientes que les confían productos son marcas reconocidas como Playboy, Bikinis Río, Mikov, AVON y otras. Aunque anteriormente hicieron trabajos para firmas como Luz de Mar, Martina Di Trento y Boscono.
Artesanal
Si bien en la zona hay otros emprendimientos textiles enfocados en la producción cómo la de Carreras, no tienen conocimiento de que exista en estructura, cantidad de personal y máquinas, algo como la cooperativa a la cual representan. “A nosotros nos llega la materia prima y trabajamos a “fasón”. Es decir, los clientes nos mandan las telas, las medidas y los detalles de cada prenda. Nosotros los armamos y dejamos listos para comercializar”, contó Haijan.
La trabajadora, explicó que la época del año donde más fuerte es la demanda empieza entre junio y julio y se estira a diciembre, donde suman turnos los sábados: “Ahí estamos con los pedidos de trajes de baño o mallas. Sumado a que también crecen los requerimientos por las tradicionales bombachas rosas que se regalan en Navidad”, recordó.
Más allá de que hay máquinas para hacer cortes y costuras en cantidades, el grueso de la tarea pasa por las manos de cada costurera y costurero. Es prácticamente artesanal, porque para llegar a la última estación de la cadena, el “ojo clínico” y la habilidad de cada trabajador está en juego. Con tijeras, metros, agujas e hilos se dan los toques finales.
“El gran tema hoy, como en muchas partes del país, son los costos. Cuando empezó a cambiar el dólar empeoró el trabajo y costó remontar. Es difícil pero lo importante es lo que tenemos para producir. Mientras más fabricamos, más ganamos. Pero con estos vaivenes, hay que poner el doble de energías”, agregó.