Domingo 24.5.2020
/Última actualización 17:35
Vivimos un “tiempo raro, en el que han cambiado cuestiones existenciales”, comenzó diciendo María de los Ángeles González, en un “vivo” realizado días atrás con El Litoral a través de la red social Instagram. La ex ministra de Innovación y Cultura, que ocupó el cargo durante más de una década en la gestión socialista, dialogó sobre este aislamiento que atraviesa a toda la sociedad. Lo hizo desde su hogar, en la ciudad de Rosario. “Hace 12 años que no habitaba esta casa —confiesa—, vivía de acá para allá, y pernoctaba en Santa Fe”, recuerda —desde la pantalla de su celular— la ex funcionaria que estuvo al frente de proyectos “bisagra” para la cultura local, como son El Tríptico de la Infancia, y el de la Imaginación.
Los días previos al inicio de la restricción de circulación, Chiqui —como la conoce todo el mundo— voló a San Pablo (Brasil) para brindar una conferencia. Al arribar nuevamente al país se recluyó en su casa. “Llevo más de 60 días encerrada y sola. Ahora estoy ocupada con muchas conferencias y reuniones digitales”, cuenta la mujer que, por su edad, pertenece al grupo de riesgo.
Hasta hace unos meses, González llevaba adelante sus clases de Teoría y Estética de los Medios, y Dirección de Actores, en la Universidad de Buenos Aires. Ahora está redactando un libro sobre aquellas clases junto a quienes la acompañaban. También está generando otros contenidos sobre María Elena Walsh para el Centro Cultural Kirchner, entre otras tareas.
Pese a estar alejada de la función púbica, González se involucró para llevar adelante una nueva sala ambulatoria para niños con necesidad de tratamiento de salud mental en el Hospital de Niños “Víctor Vilela”, de Rosario. “Está destinada a niños con crisis subjetiva, quienes junto a sus terapeutas puedan acceder a juegos facilitadores para salir de su trauma”, explica. Y otra sala más para que puedan pernoctar las madres, mientras acompañan a sus niños internados.
Chiqui alterna su tiempo entre las clases por Internet y el orden de su casa, con quien —dice— se “reconcilió”. Es que al regresar tuvo que cargar objetos, libros y cuadros, obsequios muy preciados que se fueron acumulando durante 12 años. “Todavía tengo tres bolsos de ropa cargados en el hall, pilas de cajas que voy abriendo de a una por día y cuadros apoyados unos sobre otros”, describe.
Este tiempo genera interrogantes cuyas respuestas pueden buscarse desde distintas miradas, desde la lupa de todas las disciplinas. ¿Qué es esta realidad? ¿Cómo hay que decodificarla? ¿Qué elementos tener en cuenta para ello? O, ¿cómo entender esta nueva relación con la ciudad?, con el otro, como sujeto, ciudadano. Y ¿cómo será ello en el futuro?, ¿cómo será ese futuro?
En busca de esas respuestas, “desde las 7 de la mañana, leo y pienso todo lo que aparece de los filósofos”, cuenta González, como herramienta para entender lo que nos pasa. “La sobreinformación me tiene bastante preocupada”, agrega, “por ello no tengo encendida la televisión todo el tiempo, porque es monotemática”.
Para esta conferencista acostumbrada a andar de aquí para allá, “se interrumpió un viaje constante”, resume. “Yo me enfrenté con el silencio, con la ilusión del silencio”, aclara. “Paso muchas horas del día en completo silencio”. En la cabeza de Chiqui discuten opiniones, campos mentales, ideas y pensamientos, “porque la cultura es mi vida”, dice, pero “el silencio te deja sin pensamiento. Por ello es que digo que hoy ando sin pensamiento”.
La vida metódica comienza a las 7, con una caminata hasta la esquina, donde deja la basura. “También me ocupo de la casa, no cocinaba desde que mi hija de 32 años tenía 12”, dice, y se sorprende. “Esa es mi cotidianeidad; y salir al almacén que está en frente una vez cada 7 días”, suma, “donde me encuentro con gente muy cariñosa que me pregunta ‘¿cómo estás?’”. Entonces, “siento que el barrio es parte de mi familia”.
Al salir a la calle y ver esa ciudad vacía, González la define como “el revés”, como una película de ciencia ficción, “como en Black Runner”, de Ridley Scott, ejemplifica, o “Un oso rojo”, de Adrián Caetano. “La calle fantasmática”, describe. “Y si por un momento uno se separa de ello, como en un fenómeno de extrañamiento y separación de la emoción, y mira a la gente distanciada a un metro y medio unos de otros, con barbijos, y nadie habla con nadie, se da cuenta de que hay horas con un silencio espeluznante en Rosario”.
Por otro lado, “se ve, desenmascaradamente y sin barbijo, la tremenda desigualdad”, advierte González. Y cuenta las dificultades que tienen los chicos más postergados de Buenos Aires, por ejemplo, para recibir un cuento de 3 minutos a través de un audio de whatsapp, debido a la falta de conectividad y acceso tecnológico.
“Veo además que algo tiene que cambiar, para no desaprovechar la experiencia. Gobernar es leer las necesidades, la experiencia histórica y las expectativas en el territorio”. Y sigue: “Otra de las salidas es la vuelta al pensamiento mágico, a través de la poesía, junto al pensamiento conceptual, como dice Edgar Morín (filósofo), para llegar a un pensamiento complejo”.
“Si salimos a un bar para mantener un metro y medio de distancia, no sé si voy a amar los bares como los he amado. Esto es lo contrario a la tertulia rioplatense, donde escuchás lo que dice el de la mesa de al lado —reflexiona en voz alta González—. Para comerme una rica medialuna me quedo en mi casa”.
“Ha cambiado la noción del tiempo, ha cambiado el sueño. Hay muchos problemas para dormir. Yo me despierto tres o cuatro veces por noche, lo mismo le ocurre al resto. Hemos perdido la noción de cuándo es el día y cuándo la noche. Y lo que es peor, perdimos la noción de hacer un domingo, algo distinto, salir de la casa de manera recreativa”.
—Qué paradójico resulta hoy no poder expresar el afecto en un beso o un abrazo, y que una expresión de afecto sea mantener distancia.
—Así es, contigo a la distancia, como dice el bolero. Esa distancia agiganta la melancolía. Por primera vez en mi vida llevo tres meses sin ver a mis nietos, a quienes viajaba a Buenos Aires para visitarlos una vez por semana. La distancia como afecto es algo que mi generación no lo entiende. Entonces, si vamos a amar a la distancia habrá una ruptura muy grande, pero no creo que ello pase, porque habrá una vacuna que lo evite, porque nos están asustando con el apocalipsis como lo hacían los astrólogos en el año 1.000.
Gustavo Villordo (Gentileza) Hablan de la vuelta a la normalidad. Yo no se qué es la normalidad. Vivimos en un mundo muy complejo, de crisis en crisis, en el que la normalidad es tener el mismo trabajo, la misma pareja, volver a la misma hora; eso no es la normalidad , reflexiona.“Hablan de la vuelta a la normalidad. Yo no se qué es la normalidad. Vivimos en un mundo muy complejo, de crisis en crisis, en el que la normalidad es tener el mismo trabajo, la misma pareja, volver a la misma hora; eso no es la normalidad”, reflexiona. Foto: Gustavo Villordo (Gentileza)
“Hay dos cosas que no son ciertas”, dice Chiqui González. “Hablan de la vuelta a la normalidad. Yo no se qué es la normalidad. Vivimos en un mundo muy complejo, de crisis en crisis, en el que la normalidad es tener el mismo trabajo, la misma pareja, volver a la misma hora; eso no es la normalidad. La normalización es un proceso del siglo XIX, y es una forma de disciplinarnos a todos para comprar, comer en los shopping, darles juguetes tecnológicos a los chicos”.
“No creo que el capitalismo se retire fácilmente, pero sí creo que es un momento especial para dar los grandes debates. Todos los filósofos hablan de la centralidad del aislamiento o derecho a la ciudad. Yo opino que si no tenés derecho a la ciudad, no tenés ciudadanía. Sos una mera persona a la que están cuidando. Aclaro que estoy de acuerdo de la manera que nos están cuidando, no estoy hablando mal del plan de Alberto Fernández. Pero advierto que eso no es normalidad, es suspensión de la ciudadanía, porque no tengo el espacio público para expresarme. Eso me lo dijo Javier, un niño, en un Consejo de los Niños, cuando escribió en un afiche: “Cuidemos lo público, porque para algunos es lo único”. Está tan bien enunciado que podría ser una campaña publicitaria”. Entonces, “cuando termine el cuidado tendremos derecho a la ciudad, supongo será progresivo”.
Por último, esta pensadora y hacedora de la cultura dejó una reflexión: “Creo que la distancia social, cuando podamos liberarnos de ella, nos va a devolver el cuerpo nuestro y el del otro. Nos va a devolver el ejercicio de la ciudadanía en las ciudades. Nos va a devolver un sistema de cooperación y de fraternidad mucho más sólido y más importante, porque todos estamos interconectados”.
“Si salimos a un bar para mantener un metro y medio de distancia, no sé si voy a amar los bares como los he amado. Esto es lo contrario a la tertulia rioplatense, donde escuchás lo que dice el de la mesa de al lado —reflexiona en voz alta González—. Para comerme una rica medialuna me quedo en mi casa”.