Entendí que no era conveniente hablar del caso de las urnas funerarias con muchas personas, por eso pensé que lo mejor sería comenzar con el gerente, al fin y al cabo, él me las había dado y era el único que sabía que estaban en mi poder. Gracias a él estaban en mi poder.
El gerente se mostró evasivo y era entendible. Imaginé que quería poner fin al capítulo de su vida relacionado con el hotel. Para colmo, por esos días, el Banco de Intercambio Regional publicitaba con bombos y platillos su inauguración en el ex Ritz. ¡Herida abierta!
Pese a todo, y después de un largo rato de charla trivial en la mesa junto a la ventana norte de la confitería Gayalí, logré sacar un dato alentador. Surgió de la conversación; para averiguar cómo fue que llegaron las urnas a la caja fuerte, una buena idea sería revisar los registros de huéspedes. Sonaba razonable.
Comenté que, al momento del vaciamiento del edificio Ritz, varios días atrás, habíamos puesto los cuarenta y tantos libros (uno por año de actividad del hotel) en viejos canastos de mimbre prolijamente acomodados en la cochera para que se los lleven los cirujas.
-Quién te dice, en una de esas todavía nadie se los llevó y los puedes recuperar. Me soltó el gerente con gesto escéptico o quizás indolente.
Esa misma noche, linterna en mano, me metí por la cochera que da a calle 25 de Mayo, saltando el tapial bajo. Ahí estaban, en el mismo lugar que los habíamos dejado, cinco canastos de mimbre con los cuarenta y cuatro registros de huéspedes ordenados por año, tal como los sacamos de la administración.
Adivinando, solo guiado por la intuición o algo incomprensible por el estilo, comencé a revisar los libros desde 1942 a la fecha. Buscaba el nombre de alguien que podría haber dejado los tres féretros en la caja de seguridad.
Anoté un centenar de nombres anglosajones que en las últimas tres décadas habían requerido de la caja fuerte para guardar algo de valor. Supuse que estaba ante un buen dato.
Pero hubo algo que evitó que me marche. Ese algo me llevó a revisar los registros anteriores a esa fecha, fue entonces cuando hice un hallazgo extraordinario. Revelador. ¡El gran dato!
Briam Arthur Brennan, su mujer Arlem O Brien y el hijo de ambos Cillian se habían hospedado en el Ritz Santa Fe una vez cada tres años, desde 1936 hasta 1942 inclusive, el año de su fallecimiento. Provenían de Wexford, Irlanda, y jamás habían dejado nada en custodia de seguridad.
Me fui de la cochera al amanecer, seguro de que había hallado la punta del ovillo. Estaba convencido de haber sido guiado por esas almas que imploraban "correr el velo". Al otro día volví a casa del gerente. Él solía jactarse de haber trabajado más de treinta y cinco años en el Hotel Ritz, seguramente debió conocer a los tres irlandeses. Raro que no los recordó al encontrar las urnas, pensé.
Parte trasera del antiguo Hotel Ritz, por calle 25 de Mayo. Cocheras y ventanas del comedor. Estado actual.
El gerente no solo no me quiso atender, sino que se hizo negar por su hija. Incluso ella llegó a decirme que no volviera a molestarlo, que los recuerdos del Ritz le hacían daño.
Otra vez en blanco. ¿Por dónde seguir? Estuve dos o tal vez tres semanas sin saber qué diablos hacer; mientras tanto, la gente del Banco BIR ya se había hecho cargo del edificio y toda la "basura" fue levantada y tirada, vaya uno a saber en qué basural de Santa Fe.
Me reproché una y otra vez no haberme quedado con los registros. Pero llegó el jueves 21 de septiembre, nunca podré olvidar ese día de primavera. Ese día recibí un llamado, un llamado tan inesperado como esclarecedor. Otra vez ayuda recóndita, pensé.
Anoticiado de mi búsqueda, seguro por el gerente, me llamó el doctor Velásquez, viejo médico del Ritz. Yo llegué a conocerlo antes que se jubilara y se marche de la ciudad para radicarse definitivamente en las sierras de Córdoba.
- ¿Tiene usted todavía las tres urnas funerarias? Me preguntó sin rodeos.
- Claro que sí, doctor, las tengo acá, en mi casa. Contesté. No tenía por qué mentir.
- ¿Abrió alguna de ellas? Continuó.
- ¡No! Le respondí, dejando que se notara mi molestia por semejante pregunta.
- No tiene ni idea la historia que esconden esas urnas.
- Seguro que no, pero no voy a parar hasta conocerla. Contesté con firmeza.
- En unos días voy a Santa Fe y le voy a contar lo que sé. Pero si le interesa tanto la historia, le recomiendo que abra la urna del niño, de Cillian Brennan.
- De ninguna manera, eso sería un sacrilegio. Interrumpí
- Ábrala sin cuidado, no hay resto humano adentro. Solo una carta, y un poco de aserrín.
- ¿Cómo?
No podía creer lo que me decía, y luego de colgar el teléfono dudé en seguir su consejo. Otra noche larga, otra noche con las tres urnas bajo la cama.
A la mañana siguiente, me levanté decidido, busqué una sierra, un martillo y una palanca, me santigüé tres veces, recé varios padres nuestros y abrí la urna funeraria de Cillian.
Efectivamente había una carta amarillenta. Una carta escrita en inglés que tenía en grandes letras manuscritas un destinatario indefinido: FAMILY BRENNAN – Wexford –Irlanda.
Le confieso algo señor Dupuy, algo que ni mis allegados saben, aún tengo la carta en mi poder aquí en Madrid. Siempre pensé en hacerlas públicas pero hasta el momento en que leí sus historias, no sabía cómo hacerlo. Creo que ha llegado el momento. Usted será mi intermediario.
Dios quiera que todavía haya alguien en Santa Fe que le interese la verdad que tengo para contar…la verdad sobre los tres irlandeses.
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"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: [email protected]