Nos escribe Florencia (37 años, Pergamino): "Hola Luciano, otras veces ya escribiste sobre las relaciones tóxicas, pero yo quiero preguntarte por algo que no logro entender y que me pasa y es ¿por qué este tipo de relaciones se repiten? ¿Por qué es más común tener varias, una después de otra y no saber cómo salir? Muchas gracias como siempre".
Querida Florencia, muchas gracias por tu correo; por cierto, con una pregunta más que interesante. Es cierto, nunca escribí sobre este asunto tan particular, a pesar de haber escrito en varias ocasiones sobre relaciones tóxicas. Quizá porque ¡nunca me había llegado una carta con la pregunta! Tenés mucha razón en decir que las relaciones tóxicas tienden a reproducirse y que quienes están atrapados en ese circuito notan la repetición.
Entonces, voy a ensayar una respuesta, que será un poco más amplia porque ninguno de los fenómenos amorosos se explica de manera lineal, es decir, con una causa simple. Vamos por partes y, te propongo, remontémonos a una escena fundamental del erotismo. Me refiero al llamado "primer amor". ¿Qué es el "primer amor"? Suele ser una relación de intenso carácter afectivo, muchas veces acompañada por la decepción, vivida con una forma promisoria que, con el tiempo, nos parece disparatada (por ejemplo, "Te voy a amar para toda la vida", decía alguien a los 15 años).
¿Qué me interesa de este primer amor? Que es un amor destinado al fracaso, que tiene que ser superado, porque en realidad es el amor que surge de la actualización en la juventud de las condiciones intra-familiares infantiles. Por eso suele ser un amor de tanta intensidad. Por esta vía los adolescentes vuelven a revivir el amor que, de niños sintieron por sus padres, con el fin de perderlo y pasar a una visión más realista del amor. El primer amor suele hablar de incondicionalidad, de eternidad, de que el otro es todo… si la especie dependiera de que los amores sean como el primer amor, ya nos habríamos extinguido.
Justamente, es necesario que el primer amor demuestre su fracaso para que, luego, sea el turno del llamado "enamoramiento". Primer amor y enamoramiento son dos maneras bien distintas de vivir el amor. Cuando nos enamoramos, tenemos la impresión de que hubo algún encuentro, de que encontramos algo que nos faltaba y nos completa. Asimismo, enamorados siempre sentimos que amamos más, que el otro se va a dar cuenta de que somos unos tontos y nos dejará; en fin, por la vía del enamoramiento es difícil escapar a la idealización. También es con el enamoramiento que llega la humildad y la posibilidad de disfrutar de cada momento con el otro como si fuera el último.
En el primer amor sentimos que sin el otro no existimos (correlato de la dependencia con la madre), mientras que en el enamoramiento suele haber un dejo de nostalgia -sabíamos que, en algún momento, iba a terminar. En efecto, querida Florencia, en otra oportunidad de esta columna conversamos de cómo se da el paso del enamoramiento al amor propiamente dicho, qué trabajo mental es requerido para no quedarse en el sufrimiento del enamorado que teme siempre la pérdida y la desilusión.
En este punto, estamos un pasito atrás. En el punto en que el pasaje del primer amor al enamoramiento no se produce. Más bien es como si hubiera un primer amor fallido y, a partir de ese momento, cada encuentro con otro, toma la forma de una compulsión a querer vivir un amor inédito, sin parangón, siempre pleno. Porque si algo caracteriza al amor es que, con el tiempo, se vuelve menos apegado -lo que no quiere decir desinteresado. Recuerdo el título de un libro de Selva Almada que me parece oportuno: "El desapego es una manera de querernos". En la misma línea, recuerdo también una canción de Joaquín Sabina que dice: "Ahora que las tormentas son tan breves/ Y los duelos no se atreven/ A dolernos demasiado/ Ahora que está tan lejos el olvido/ Ahora que me perfumo cada día/ Ahora que, sin saber, hemos sabido/ Querernos, como es debido".
Me gusta esta canción, porque muestra cómo la madurez en el amor va de la mano de ir perdiendo la ansiedad y aceptar lo transitorio del amor, su finitud (como acontece con todo lo humano), independientemente de cuánto dure. No es lo que ocurre con las relaciones tóxicas, que tienen como trasfondo una versión del amor que no tolera las condiciones… la del primer amor, que no termina de pasar y dar lugar a una nueva experiencia. Por eso suelen tender a la repetición, porque el circuito de la decepción, en lugar de llevar a una concepción amorosa que incluya los límites -que no tienen por qué ser limitaciones, sino posibilidades- en el interior del vínculo, los busca siempre en el otro. De esta manera es que, en las relaciones tóxicas, se termina por tratar de todo lo que el otro hace, sin que podamos reconocer nuestra parte en la expectativa de una fusión para la cual, cualquier interrupción, es vivida como una amenaza y un anticipo del fin.
De este modo, querida Florencia, antes que un tipo de vínculo caracterizado por tal o cual aspecto, como si se tratara de una acumulación de rasgos (que hoy se promocionan como banderas rojas), la relación tóxica tiene en su núcleo un modo de entender el amor como una necesidad y esto es lo más propio de nuestra vida infantil. Cuando crecemos, somos capaces de reconocer que el amor es un don, algo que llega para cambiarnos y transformar la idea que tenemos del mundo, a partir de la perspectiva de otro. Si el amor se conserva como un tipo de necesidad, seguramente vamos a forzar el vínculo, comportarnos de modos que transgredan la autonomía del otro y, sobre todo, no permitan elegir.
En el amor maduro, si somos capaces de elegirnos cada día, es porque bien podríamos no estar juntos. Esta es la vía por la que finalmente admitir que incluso el anhelo de estar todo el tiempo enamorados -como dice la canción de Virus- ya reconoce que bien podríamos no estarlo y, si se nos dio, no puede ser una obligación ni un mandato.
Querida Florencia, ojalá que estas palabras hayan ampliado tu compresión de un campo tan complejo, dentro de los límites que impone una columna de opinión. Como ya dije, lo que nos limita no necesariamente es una limitación. Es también una potencia.