Miércoles 3.4.2019
/Última actualización 13:26
Los dos puestos 11 en las multitudinarias Superliga de los dos años anteriores, le dieron a Colón sendas clasificaciones a Copa Sudamericana y un colchón de puntos. Este puesto 21 de un torneo olvidable no sólo convierte en un fracaso a la campaña de Colón, sino que lo ubica en un nivel de alta preocupación mirando la tabla de promedios de la Superliga que viene, donde quedará relegado a los últimos puestos, aún con este sistema de cuatro descensos que persistirá en la próxima temporada, esperando llegar a un nivel de equipos que permita reacomodar por fin el calendario y que se puedan jugar dos torneos cortos como era antes o uno largo a dos ruedas, sin esta incongruencia competitiva de tener que enfrentar una sola vez a todos los rivales.
El desmejoramiento futbolístico de Colón se dio en contrapartida a los esfuerzos económicos que hizo la institución. Se pensó en grande, se gastó en grande y se cosechó en chico. A principios del 2018, le trajeron cuatro jugadores a Domínguez para que intente la clasificación a la Libertadores y apenas entró por la ventana a la Sudamericana por haberle ganado a Racing en Avellaneda, es cierto, pero porque lo ayudó un arsenal de resultados favorables.
Luego se buscó otra vez, con un técnico como Domínguez que llevaba un año y medio en el club en ese momento, dar un salto de calidad aprovechando también el dinero que estaba por ingresar por lo de Alario y por la venta de Conti. Sin embargo, lo que se hizo en el armado de este plantel en el inicio de la temporada, sumado a la llegada de un entrenador extranjero y varios jugadores para intentar un cambio profundo en el juego del equipo a principios de este año, se convirtió en una sucesión casi interminable de errores que desembocaron en esta muy mala campaña, que en nada condice con lo que se pretendió, lo que se gastó y lo que se soñó.
Así dadas las cosas, el fútbol de Colón merece una especial atención y cambios otra vez profundos —pero esta vez certeros y positivos— para no penar en la temporada que se inicia. Ya se sabe lo que le ha pasado a otras instituciones grandes del interior, caso Belgrano por ejemplo, cuando se cometieron errores y se produjeron situaciones no advertidas a tiempo.
Colón tuvo un año plagado de sobresaltos, con planteles mal armados, mal entrenados, sin una línea de juego y sin rebeldía interior para salir adelante. De esto se exceptúa, naturalmente, a Pablo Lavallén. El plantel se armó mal con Domínguez, se lo entrenó mal con Domínguez y la llegada de Comesaña no corrigió nada. Al contrario, empeoró el cuadro de situación, porque lo que medianamente funcionaba con Domínguez (el sistema defensivo), pasó a ser de una vulnerabilidad total. Y llegaron jugadores que, salvo el Pulga Rodríguez, no le aportaron hasta ahora ese salto de calidad pretendido. Ni siquiera alcanzó para mejorar al equipo, porque se juega tan mal como antes y siguen habiendo tantos problemas físicos como antes.
Colón necesitaba un cambio de imagen y de allí la decisión de traer a Comesaña (idea pura de Vignatti, avalada por el resto de la dirigencia) a un fútbol muy complejo como el argentino, más seis refuerzos (Cadavid, Morelo, Celis, Rodríguez, Zuqui y Esparza). Comesaña no vino con su cuerpo técnico, fue el primero en relativizar la situación y dio evidentes signos de no sentirse a gusto. Su incomodidad en Santa Fe se vio reflejada en todos los aspectos, arrancando por una relación que se desgastó rápidamente con el plantel.
¿Fue advertida por los dirigentes?, se supone que sí, aunque dudo si fue realmente a tiempo. Colón no tiene dirigentes “caídos del catre”.
Vignatti, Darrás, Fleming y Alonso son hombres de trayectoria, de experiencia. Pero han fallado en la toma de decisiones que se hizo desde la “abundancia” de recursos y de colchón de puntos. Ya los recursos no son los mismos, por más que el propio Vignatti le dijo a este periodista que la situación económica del club es muy buena y que quedan algunas cuentas por cobrar; y el colchón de puntos ha desaparecido con esta pobrísima campaña y la magra cosecha de apenas el 32 por ciento de los puntos en disputa.
Colón tendrá que apostar ahora a otra renovación. Insisto en que la excepción se llama Pablo Lavallén. Pero es el hombre que tendrá que tener la mente fresca y clara, elaborando el mejor diagnóstico para no incurrir en los mismos errores. Hay que cambiar todo en este plantel. La calidad de los jugadores, la idea futbolística, la mentalidad y la manera de encarar las cosas. El desgaste ha sido muy grande y el ciclo de varios jugadores ha llegado a su fin. Ya no tienen nada para dar y lo que alguna vez fue positivo, ahora resulta nocivo. Mirando este plantel y este momento, son muy pocos, casi que sobran los dedos de una mano, aquellos jugadores sobre los que se puede construir una base fuerte y segura. Los nombres pueden variar, según las distintas opiniones, pero estoy seguro de que habría muchas coincidencias. No se podrá cambiar a todos, pero otra vez —como pasó en los otros mercados— surge la idea de que se tiene que renovar profundamente el plantel. Sólo el aire nuevo y las caras nuevas podrán levantar a Colón de este bloqueo mental peligroso en el que ha entrado.
El peligro tiene nombre y es el promedio. Pero en esta realidad matemática y el cambio de paradigma, se sustenta el declive en las ambiciones. Colón pasó de armar un plantel para sacar 40 puntos y salvarse del descenso, con Montero y Domínguez, a sacar 49 y jugar una Sudamericana. El objetivo creció y se pensó en dar un salto de calidad, apostando a pelear la Libertadores como paso siguiente. Esto nunca ocurrió y hoy, la realidad, lo muestra a Colón en un punto de partida, para la próxima temporada, tan parecido como aquél que afrontó Vignatti hace poco más de dos años y medio cuando asumió la presidencia.