Sábado 30.11.2019
/Última actualización 14:45
En los mapas, el Paraje La Boca se ve anexado a Alto Verde y parece algo que no es: un “patio trasero” de la ciudad. Y no lo es porque allí late una historia viva, una idiosincrasia ligada a las islas. Hace más de un siglo que se asentaron sus primeros pobladores, y aún pervive el registro emotivo del lechero a caballo, de los pescadores con las carnada y la tarea recoger los pescados y cortarles las chuzas, de los perros echados a la sombra. En el paraje habitan familias que la luchan a diario, que tienen un fuerte sentido de arraigo al territorio y a esa memoria islera.
¿Y qué constituyen esa idiosincrasia, esa cultura y forma de vida tan particular, con todo ese valioso recurso natural costero alrededor? Potencialidades. Así lo entiende un grupo de docentes y colaboradores de la secretaría de Extensión de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Es decir, que todas esas ventajas comparativas podrían convertir a La Boca en un “polo” de turismo comunitario, sustentable y autogestionado por los propios vecinos, que seduzca a visitantes de la capital y de la región para conocer el paraje. Pero que además, esto genere una nueva forma de subsistencia económica para sus pobladores.
“Los vecinos de La Boca ven como algo cotidiano para ellos, por ejemplo, sacar el pescado y comerlo, o preparar empanadas (de pescado). Y creen que es un hecho natural para todas las personas, cuando en realidad no es así. Hay gente de la ciudad que jamás comió pescado de río. Entonces, se trata de que los vecinos vean que lo que es cotidiano para ellos, puede transformarse en una potencial propuesta turística”, coinciden en diálogo con El Litoral Patricia Mines, Germán Gómez, María Victoria Noriega y Emiliano Enrique, que llevan adelante este Proyecto de Extensión de Interés Social (Peis), articulado entre varios programas.
El Peis comenzó en 2014 y se fue ampliando, pues se articuló entre varios actores de otros programas de la secretaría. “Empezamos a conocer el paraje y vimos todas las oportunidades que tiene: mapeamos instituciones, identificamos el patrimonio natural y cultural. Y a partir de eso, analizamos la posibilidad de diseñar una propuesta de turismo sustentable y comunitario, adecuada al lugar, que genere oportunidades en la población”, cuenta Mines.
¿Cuáles fueron esas potencialidades detectadas? Primero, el patrimonio cultural y natural de un área que es insular. “Vimos que está activo ese patrimonio del islero: sigue presente en las formas de vida, costumbres y tradiciones, incluso en algunas antiguas construcciones. Creemos que todo eso podría tener un valor inmenso para generar una propuesta del turismo sustentable y comunitario”, agrega.
Infografía El LitoralFoto: Infografía El Litoral
En esta instancia del proyecto, sus integrantes están realizando talleres para conocer relatos de los vecinos. “En estos encuentros hay una idea muy presente de comunidad: de hablarse con el vecino, de conocerse todo el mundo. Todo el tiempo se recuperan apellidos viejos y nombres de vecinos de La Boca. Se atraviesa todo: la identidad, lo natural, la subjetividad de cada habitante”, relata Noriega.
La joven aclara que el proyecto no intenta cualquier tipo de propuesta turística: “Hablamos de un turismo con características comunitarias y autogestionado, con la participación directa y permanente de los pobladores del paraje, y que ellos lo sostengan en el tiempo. En los talleres, sólo coordinamos y escuchamos. No queremos que las propuestas que surjan sean impuestas, si no que nazcan de los propios vecinos. Ellos son los protagonistas, no nosotros. No vamos a ‘colonizar’ La Boca con nuestras ideas, si no escuchar qué quiere la gente. En función de eso, trabajaremos”, dice.
Para Gómez, en La Boca los vecinos tienen conciencia de los recursos naturales (la isla, la pesca) y culturales. “Por parte de los vecinos, las ganas de que este proyecto tenga impulso están... Ocurre que surge muchas veces la parte negativa. Eso negativo es la necesidad propia de un sector social con escasos recursos económicos para la economía doméstica o, por ejemplo, el aislamiento”, explica. Pero a esa condición de aislamiento que le juega en contra al paraje, “nosotros la vemos como una oportunidad”, apunta Mines. “Hay mayor contacto con la naturaleza, y eso es una potencialidad”.
La historia propia de los pobladores es otro elemento importante. “Hay un sentido de pertenencia tan arraigado tiene relación con la historia. Hablan de su historia y se nota en los talleres que realmente se siente parte de ahí, del paraje. Ellos se ven y se reconocen respecto del lugar, y se dan cuenta de que pueden relatarle a otras personas cómo viven, qué hacen todos los días”, coinciden los integrantes.
Integrantes. Germán Gómez, Patricia Mines, Emiliano Enrique y María Victoria Noriega (de izq. a der.), quienes llevan adelante el proyecto de extensión.Foto: Pablo Aguirre