Padre Atilio Rosso (*)
Mirando los cuatro millones de excluidos, en vísperas de celebrar los 200 años de la Independencia, intentamos buscar las causas profundas de la cultura actual, que nos ayude a tener la fortaleza necesaria para superar la omnipotencia del poder económico. Una nación que se empeña en olvidar el ayer, una nación que ha entrado en una cultura de la indiferencia, una nación que ha puesto su acento en el individualismo y que ha perdido el sentido de su existencia, difícilmente pueda conmoverse ante cuatro millones de excluidos.
La realidad nos advierte la magnitud del problema: saber que la vida en la marginalidad tiene un promedio de entre 55 y 60 años, mientras el del resto de la población es de 72; saber que representan el 1,7 % de la distribución del ingreso; saber que el crecimiento, hace 30 años, quedó a un ritmo de 200 mil excluidos por año, llegando hoy a cuatro millones.
Históricamente los argentinos tenemos una experiencia de cómo un país que nació pobre resolvió, a través de una Constitución, el respeto por la libertad y la dignidad humanas. El crecimiento económico de una estructura agroexportadora supo acompañarse de un proyecto educativo que alcanzó niveles de formación, ubicados entre los primeros del mundo. Se asumieron valores espirituales que el Preámbulo y la Constitución marcaban.
Pensemos la respuesta hoy
Por eso, hoy como ayer, la Constitución debe darnos instrumentos legales para ir en busca del mundo de los excluidos. La incorporación en 1994 de los Derechos Humanos puede ser el instrumento que nos ayude a acudir en búsqueda de los excluidos. El futuro espera ver si podemos redimir los Derechos Humanos y ponerlos al servicio de los marginados. La ambigüedad en la aplicación de los Derechos Humanos ha llevado al hombre común a sentir una cierta incredulidad frente a éstos, que ha incorporado la Constitución Nacional. El hombre común presiente que la globalización, con sus sistemas económicos, han creado una crisis sin precedentes en materia de derechos humanos.
Se violan los derechos del pobre, de su educación, de su salud. Todavía hoy no hay un mecanismo adecuado para combatir este absolutismo.
El sistema económico exige una infinidad de sacrificios humanos. Nuestros intelectuales deben descubrir la manera de dar fuerza y legalidad a los Derechos Humanos al servicio de los excluidos, para que la víctima se sitúe en el centro de todo. La hegemonía de la globalización parte del oscurecimiento de este sujeto. La gente se vuelve sin rostro, lo cual hace más fácil la exclusión. Este arrogante proyecto homogeneizador excluye toda esperanza para el futuro, justificándose como promotor del desarrollo. Necesita la fuerza de la totalización para domesticar al Estado, para hacerlo incapaz de intervenir ante la violación de los Derechos Humanos que ha causado.
Un reto para nuestros días
Se exige un punto de partida diferente. Diferentes presupuestos filosóficos y una orientación espiritual no centrada sobre el individualismo ni la ganancia. Poner los Derechos Humanos al servicio de los excluidos pide medios arraizados históricamente. Nos hacemos cargo de los excluidos al acercarnos no a individuos abstractos sino a sujetos y a víctimas en una historia concreta, a quienes están sometidos al hambre, a la falta de atención médica, a la falta de techo, al analfabetismo, etc. Esta situación de sufrimiento es el punto de partida de la praxis y el discurso sobre los derechos humanos.
El respeto a la dignidad de los otros surge de otra clase de antropología. En un mundo de víctimas, lo humano resuena de manera diferente. En esta concepción antropológica, los humanos no son seres éticos con ciertos principios de conducta conforme a la razón. Los seres humanos tienen la capacidad de ser afectados por los demás y así se pone un fundamento duradero al respeto por los demás.
Los seres humanos no se definen sólo en términos de razón, son seres compasivos. Los Derechos Humanos son la expresión de la compasión hacia el sufrimiento de los pobres. El sufrimiento y la compasión son la clave para acercar los derechos a los excluidos. A veces, la mejor manera es traduciéndolos al lenguaje legal. No es el caso nuestro. No es el caso de nuestras modernas leyes constitucionales. Son letras muertas.
Una aproximación legal a los derechos humanos formulados por una antropología abstracta, sin las víctimas, no será muy escuchada. La atención a los demás y la compasión es lo que puede conducir al cumplimiento de las exigencias éticas y legales. El compromiso de muchos movimientos sociales y ONGs abre un amplio espacio de participación. Son un signo esperanzador para los excluidos. La efectividad del discurso actual sobre los derechos humanos es incompleto mientras no refleje todas las esferas donde son violados, en particular, la esfera referida a la grandeza de los seres humanos.
(*) Movimiento Los Sin Techo.