Miércoles 22.9.2021
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Daniel Guebel, escritor, dramaturgo y periodista concibió “El hijo judío” en 2019. Es una novela autobiográfica donde, a través de su particular prosa, explora la relación con su padre desde una infancia marcada por la severidad hasta la madurez, cuando debe hacerse cargo de un progenitor que queda completamente inerme ante la enfermedad. Dos años después, a través de Random House, el autor publicó una versión aumentada y corregida, donde mantiene los elementos centrales que tejieron la trama original, pero agrega otros que tienen, a su vez, una gravitación fundamental.
“Cargaba a lo largo de los años el peso de un vínculo conflictivo con mi padre, tan tormentoso como afectuoso. Cuando tuvo un ACV, que disminuyó sus posibilidades vitales, hubo que hacerse cargo de él, armar una red de cuidados y atenciones médicas, ya que prácticamente no podía hablar ni comunicarse. La señora que lo cuidaba se iba a las cinco de la tarde y a partir de ahí yo me ocupaba de todo. Por ejemplo, le preparaba comidas que a él nunca le gustaban y le hacía los trámites de la obra social, entre otras cuestiones. Una serie de asuntos menores que van volviendo difícil la vida de aquel que tiene que cuidar a un adulto mayor”, rememoró Guebel en una entrevista al referirse a su libro.
Fue en esa instancia cuando apareció el interrogante que fue el cimiento desde el cual se construyó “El hijo judío”: ¿Qué hacer frente a esa experiencia, con un peso tan grande? “La única respuesta posible fue escribir”, afirmó. Pero, en medio de ese proceso, se sumó un elemento más: el diagnóstico de que al padre le quedaban pocos meses de vida. “Estaba escribiendo un libro que mi padre no iba a poder leer por su situación y que no hubiera tolerado si hubiera estado bien. Y al mismo tiempo se daba la paradoja de que era un libro que yo quería publicar antes de que él muriera, un libro en el que no quería dar cuenta de su muerte”, remarcó el autor.
A diferencia de “Patrimonio” de Philip Roth, donde el escritor estadounidense plantea que “con la tradicional obscenidad y falta de decoro de un escritor”, fue escribiendo su libro mientras “su padre se moría”, Guebel no quería ser el “distanciado y obsceno testigo” de la muerte de su padre. “Me apuré a publicarlo y mi padre murió poco después. Apareció entonces la necesidad de contarlo, ya no como un registro de momento a momento, sino como una especie de recuento de cosas que habían pasado después de que publiqué el libro”. Lo cual dio pie a esta nueva edición, aumentada, que en definitiva es un libro distinto al anterior en varios sentidos.
Pero lo interesante es que, mientras escribía “El hijo judío”, Guebel estaba inundado por una sensación: la escritura suspendía el momento de la muerte. “Es como una operación mágica. Los escritores sabemos que hay un libro que no vamos a terminar, aquel que estemos escribiendo el día que muramos. Pero, mientras escribimos, tenemos la certeza de que no nos vamos a morir escribiendo. Que la escritura suspende al tiempo o por lo menos prolonga el tiempo de vida. Es la operación Sherezade”, afirmó el escritor, en referencia a “Las mil y una noches”. Intertexto que resuena en algún momento de “El hijo judío”, cuando el protagonista vuelve a comer cuando su abuela le narra un cuento.
Experiencias que se hacen texto
Para Daniel Guebel hay asuntos que atraviesan la obra. “Experiencias que uno convierte en asuntos secretos de sus textos. Cree estar hablando de otras cosas y de golpe, lo que no sabe, es que está transformando elementos de su autobiografía en literatura. Cuando escribí la novela ‘El absoluto’ que es central en mi obra, estaba contando la historia de una familia, invenciones, disparates, sueños cósmicos, la transformación del mundo, pero recién después de terminar de escribirla y publicarla me dí cuenta de que trataba el libro: del amor y el legado de padres a hijos. Ese libro nació después de que yo fuera padre. Mis últimos libros, ‘El hijo judío’ y ‘Un crimen japonés’, tienen que ver con la muerte del padre. Este último, es una versión japonesa de ‘Hamlet’, donde el protagonista debe vengar el asesinato del padre. Mientras que ‘El hijo judío’ da cuenta del vínculo”, explicó.
Gentileza del autorFoto: Gentileza del autor
Pero si la figura paterna es central en los últimos libros de Guebel, la materna también ocupa un lugar privilegiado. “Aparece en mis dos últimos libros. En un caso, como víctima y traidora a la vez. En el otro, como poseedora de un secreto y dueña del misterio. Estoy trabajando con varios alumnos que escriben textos respecto a su historia familiar y la dificultad para narrar a la madre es tan masculina como femenina. Hay algo en la figura materna que es inaprensible. No tengo la menor idea de por qué se da eso, pero es algo que pude constatar”, explicó.
Personajes que hablan de uno
Para el autor la creación de los personajes es un proceso enigmático. “‘El hijo judío’ forma parte de una zona de mi literatura que es la autoficción. De esa serie, forman parte también ‘Derrumbe’ y ‘Las mujeres que amé’, donde tomo elementos de mi propia vida a partir de los cuales establezco nuevas relaciones e invento. En ‘Derrumbe’ y en ‘El hijo judío’, me refieron a otros artistas. Son textos que parten de lo autobiográfico y que resultan también una meditación sobre las prácticas estéticas, literarias y vitales. Trabajo con artistas cuyas biografías me sirven para decir lo que tengo que decir en mis propios textos”.
Literatura Random HouseFoto: Literatura Random House
En efecto, en “Derrumbe”, influyó en el autor el aura de Paul Desmond, un músico a quien le detectaron cáncer y le dijeron que para seguir viviendo tenía que dejar de tocar. “Pese a eso, prefirió seguir tocando hasta morir. Entonces la pregunta que yo me formulé es: ‘Desmond hizo lo que quiso y fue consecuente hasta la muerte, pero ¿Pensó en su familia? ¿Qué importa más, el arte o la familia? Todo eso me lo preguntaba cuando escribía mi libro después de mi separación. En ‘El hijo judío’, mientras escribía, sentía que me faltaba algo. De golpe apareció ‘Carta al padre’ de Franz Kafka. La releí y me dí cuenta que mi libro no se podría haber escrito sin ese antecedente. Al mismo tiempo, tenía cosas como hijo que decirle a Kafka respecto a su incomprensión. Kafka me servía para entender a mi padre, porque entendía que Kafka no entendía a su propio padre. Y que Kafka no lo entendía porque él mismo no era padre”, finalizó.