Madre fue una gran persona, buena mujer y muy familiera. Y mi padre; mi padre siempre lo supo todo. Soportó por amor las cosas feas que se decían de ella en aquellos años.
18 - "Esplendor, misterio y ocaso del Edificio Plaza Ritz"
Madre fue una gran persona, buena mujer y muy familiera. Y mi padre; mi padre siempre lo supo todo. Soportó por amor las cosas feas que se decían de ella en aquellos años.
Madre se encandiló con José, sí, es cierto, pero de una forma distinta a la que todos pensaron. Lo veía como a un hijo, o mejor, como a un hermano. Y era entendible, al menos yo, como mujer pobre, bien lo comprendo.
Imaginate, una jovencita inmigrante, recién llegada de su Perú natal, con todas las necesidades, frente a un hombre millonario, con los mejores modales, siempre respetuoso, siempre atento. Un caballero que no hacía diferencias entre mujeres humildes o las ricachonas que se hospedaban en el hotel.
Claro que después se debe haber conmovido con las cosas que se dijeron de él. Es que, en aquel tiempo, los diarios lo describían como un delincuente de lo peor, y la gente en la calle no paraba de insultarlo.
Alguna vez contó que los compañeros del banco eran los más enojados y fueron sus habladurías lo que a ella más la lastimaron. Aún recuerdo cuando llegaba llorando, buscando el consuelo de la familia.
Yo sabía que su historia iba a salir. Cuando vi tus cuentos en El Litoral me imaginé que alguien te lo contaría. Es más, cada domingo esperaba el zarpazo. Pero bueno, si estás acá es para que te cuente la verdad, después publicarás lo que vos quieras. Allá vos y tu conciencia…
En marzo de 1970, Madre llegó de Arequipa y el primer trabajo que tuvo fue en el Hotel Ritz. Ya habían pasado las épocas de esplendor y a duras penas se mantenía; el desenlace sobre su cierre definitivo se veía venir.
Por tradición, el Ritz mantenía un grupo de huéspedes importante, entre ellos José. Él llegaba todos los miércoles de paso desde Corrientes, donde tenía sus negocios, hasta Buenos Aires donde vivía su familia.
Al ser un pasajero de privilegio, el hotel le asignó a Madre para que lo atienda particularmente, y ahí entablaron una amistad. Una amistad que hoy quizás cueste entender. Para que tengas idea, te cuento que siempre ella (y creo que él también) lo trató de usted.
Después se precipitaron los hechos… El hotel Ritz presentó quiebra y cerró sus puertas; los nuevos dueños se hicieron cargo. Todo el personal quedó en la calle.
Pasaron varias semanas... ¿Te imaginarás la sorpresa de Madre, una humilde muchacha peruana con tres hijos y embarazada, cuando el nuevo dueño del edificio (y del banco), la mandó a buscar?
Como en las películas. Un enorme coche conducido por un chofer tocó bocina frente a nuestra casita en Santo Tomé. Resultó que el dueño era el huésped que ella atendía todos los miércoles en el hotel. Ese mismo día comenzó su segundo trabajo en el edificio Ritz. Ya para algunos esto fue imperdonable. Una traición.
Se empeñaba en aclarar a quien quería escuchar, que no había ningún privilegio, que el trabajo era de mucama, igual que en el hotel. Servía café y limpiaba los despachos. Y papá la llevaba y la buscaba todos los días.
El único trato diferencial que recibía era un saludo cordial de José y un agradecimiento cuando, de tanto en tanto, le llevaba un plato de ceviche de pescado. Siete años estuvo sirviendo café y limpiando despachos. Pobre vieja, aguantó miradas y comentarios por necesidad. Por amor a su familia.
Pero, otra vez, el diablo metió la cola. El gran Banco de Intercambio Regional presentó quiebra y fue un escándalo nacional. Todos (seguro con razón) hacían responsables al dueño, y el dueño era José. José, el amigo de Madre desde los tiempos del Ritz.
Otra vez los empleados quedaron en la calle, muchos se sumaron a los manifestantes estafados. Pero Madre no, simplemente se quedó sin trabajo, como cuando quebró el Ritz y ya.
¡Raro! A las pocas semanas del gran revuelo, la vimos arreglarse como cuando trabajaba y salir sola de casa, casi al anochecer. Y lo más extraño, llevaba escondido en la cartera una vasijita con ceviche de pescado recién hecho.
Desde ese entonces sus escapadas al atardecer con un plato de comida se hicieron habituales. Tan habituales que dejó de ocultarlo, incluso solía pedirme que la ayudara a preparar el plato de más para el fantasma, como acostumbraba llamarlo.
Por largos años, los lunes, miércoles y viernes, Madre tenía un compromiso inaplazable, llevar la vianda al fantasma. Cuando hacía ceviche, ración doble. Las explicaciones tanto de ella como de papá retaceaban. Excusas, nada más. Mentiras piadosas. Mis hermanos y yo fuimos creciendo con el misterio de la vianda para el fantasma, hasta que un buen día Julio, el mayor, nos convenció para seguirla. Y así lo hicimos, y entendimos. Terminamos de armar el rompecabezas familiar.
Lunes, miércoles y viernes, Madre pasaba por el mismo almacén de calle Francia, compraba pan, una bebida cola y, a veces, un chocolate Aero; caminaba hacia la parte trasera del viejo edificio Ritz; movía unas chapas y entraba por el portón de 25 de Mayo, justo frente al Sirio Libanés. Al rato salía con la vianda vacía y a tomar el colectivo a casa.
A principio de los noventa, antes que el edificio se convierta en Shopping, Madre enfermó y cayó internada en el Cullen hasta el día de su muerte. Por un tiempo, mi papá cumplió con el mandato familiar; los lunes, miércoles y viernes llevó la vianda por el portón trasero del Edificio Ritz. Pero nunca más ceviche.
El mejor ceviche de pescado peruano murió con ella y es posible que también el fantasma.
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"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: [email protected] y [email protected].
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