Influenciado por ciertos libros y películas de terror, pienso que las historias oscuras merecen ser contadas desde el final hacia el principio o, dicho de otra manera, desde los efectos hacia las causas, para enfatizar el episodio que las hace inolvidables.
Esta historia que hoy les traigo es oscura, muy oscura; nada tiene que ver con los románticos tiempos del Hotel Ritz, salvo que se desarrollaron en el mismo edificio.
Entre marzo y abril de 1980, los argentinos despertamos con la noticia de que el Banco de Intercambio Regional (BIR) había quebrado. Unas 350.000 cuentas habían caído, perdiendo sus titulares, en muchos casos, los ahorros de toda una vida. La mayoría eran pequeños y medianos ahorristas que se tentaron por una tasa de interés que les ofrecía un paliativo, siempre insuficiente, frente a los años de inflación desembocada.
En Santa Fe, la cola de indignados reclamantes se comenzó a formar algo más tarde que en Buenos Aires; a partir del primer lunes del mes de abril, por San Martín, desde la puerta del BIR hasta calle Tucumán.
He aquí que el tristemente célebre banco quebrado tenía su sede en nuestro edificio. Nuestro edificio que, por desgracia, mantenía el nombre que lo había hecho famoso. El Edificio Ritz Santa Fe.
Haciendo fila para conseguir una respuesta que nunca llegaría, muchos se enteraron que antes que el BIR, el edificio albergó al hotel más emblemático del interior del país. También en la fila, muchos se enteraron que el responsable se llamaba José Rafael Trozzo. Paradoja imperdonable de la historia asociar apellidos tan antagónicos. Empresas tan antagónicas.
El reclamo de los estafados hizo ruido, pero no llegó a explotar en el pueblo, quizás, porque los tiempos de sangre y plomo paralizaban. Más aún, cuando el mismo grupo BIR había hecho correr el dato que el propio ministro de economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, era accionista, y que un tal Emilio Masera, estaba detrás de los negocios del banquero.
Dijeron las crónicas de la época, que pocos personajes hubo tan intrépidos y desvergonzados como el abogado mendocino José Rafael Trozzo. Pero, como siempre sucede, esto se dijo cuando cayó en desgracia, antes se lo solía presentar como un auténtico mago de las finanzas, el dueño de "El Banco del niño por nacer", como rezaba una de las tantas campañas publicitarias.
Folleto promocional del BIR, en pleno auge de la referida entidad bancaria.
Según sus allegados, el Dr. Trozzo era un hombre común de clase media, no fumaba, no bebía, ni tenía gustos caros. Si bien no hacía pública su vida privada, se sabía que tenía nueve hijos de dos esposas. Acostumbraba escaparse de las reuniones de negocios alegando tener que cuidar al bebé de turno.
A meses de haberse recibido en la facultad de Los Andes, y con la ayuda de un grupo de amigos, se largó a comprar el Banco Popular de Corrientes, cerca de la frontera con Paraguay. Ese fue el primer eslabón del BIR, que al poco tiempo (menos de una década) llegó a convertirse en el segundo banco privado de capitales nacionales, llegando a tener sucursales estratégicas en Nueva York (1978) y París (1979), donde fue miembro del club CECI, apadrinado por Olivier Giscard d'Estaing, hermano del presidente de Francia.
Trozzo nunca fue un gran abogado, ni un economista de prestigio, ni siquiera un gran gestor, pero era un maestro en el marketing y las relaciones públicas. Tuvo en su agenda de amigos, desde los miembros más encumbrados del poder dictatorial latinoamericano, hasta famosos artistas de Hollywood y presidentes de importantes firmas europeas. Pero el negocio (la estafa) lo hizo con pequeños y medianos ahorristas nacionales, a ellos había que impresionar. A ellos había que seducir para que abran plazos fijos en su banco.
El banquero del poder, era consciente que tenía poco tiempo, el mundo estaba cambiando y el sistema político-financiero cambiaba con él. Quizás por eso, en su esplendor, hizo dos inversiones inexplicables, pero, para él, necesarias. Compró dos hospedajes emblemáticos. El Edificio Ritz, en el centro de la ciudad de Santa Fe, donde funcionó por siete años una sucursal de mediana importancia, ocupando solo tres plantas y dejando las de más arriba como vivienda de algunos gerentes y de su familia en paso por la ciudad.
Y, en la otra punta del país, compró la residencia Inalco, un complejo ubicado cerca de Villa La Angostura, a unos 80 kilómetros al norte de Bariloche. Este conjunto edilicio posee puntos en común con nuestro Ritz. Fue construido en 1943 –en pleno auge del nazismo- por el reconocido arquitecto Alejandro Bustillo, diseñador, entre otros, del Hotel Llao Llao y el Hotel Provincial de Mar del Plata.
Emplazado en un lugar aún hoy alejado y de difícil acceso, resultaba y resulta asombrosamente similar al Berghof, la casa de descanso que Adolf Hitler tenía en la zona montañosa de Obersalzberg, en los Alpes Bávaros. Leyendas urbanas aseguran que el mismísimo Hitler vivió en la residencia desde el fin de la guerra hasta 1949.
El banquero declaraba, aun en su peor momento, que pase lo que pase nunca terminaría preso y fue esta quizás la única promesa que cumplió. Trozzo figuró entre los prófugos más buscados por interpol desde la quiebra del BIR y aún hoy, pese a que tendría más de 90 años, nunca fue encontrado, menos juzgado. Quizás sea posible que no haya salido de nuestro país, y que la compra de misteriosos hospedajes lejos de Buenos Aires encierre alguna respuesta. ¿No les parece?
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"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: [email protected]