Briam Arthur Brennan, Arlem O Brien y el pequeño Cillian, llegaron por primera vez a Santa Fe en otoño de 1936. Venían invitados por la familia Murray, paisanos criadores de ovejas y floricultores de Wexford, Irlanda, que, tras una década de tesón y trabajo, habían logrado posicionarse en la zona rural de San Justo.
Contar con familias compatriotas en un país inmigrado por españoles e italianos, era un sueño muy anhelado. Los Murray se propusieron persuadir a los visitantes para que se radiquen, sino en Santa Fe, al menos en Argentina. Ese objetivo los llevó a reservarle una habitación familiar en el mejor lugar. El Hotel Ritz.
Por requisito legal, sin conocerlo ni en fotos, declararon a su llegada que el domicilio en el país sería San Martín 2766 de la ciudad de Santa Fe. El Hotel Ritz. Briam estaba dispuesto a quedarse, incluso desde antes de llegar. Soñaba dejar atrás la vieja Europa belicista y hacer "vida e historia" en este país, Argentina, cuyo nombre apenas podía pronunciar.
El obstáculo fue Arlem, siempre fue ella. Arlem y su mal presentimiento. Vinieron y se fueron dos veces, hasta que el bombardeo alemán a Belfast, en 1941, terminó de convencerlos. El peligro era irlandés, la prosperidad, argentina.
En junio de 1942, luego de mal vender sus pertenencias, cruzaron el océano decididos a asentarse definitivamente en nuestra provincia. Empresa común por esos días. Pararon en el lugar de siempre, el Ritz Hotel, pero solo por pocos días. La idea era aceptar la hospitalidad de los Murray y desde allí comenzar su vida gaucha.
A pocas semanas de instalados en el campo, el mal presentimiento de Arlem se materializó, un gran incendio arrasó parte de la estancia. Solo el joven Cillian, con 12 años, sobrevivió a la tragedia.
Quizá por su insistencia, los Murray se sintieron responsables. Se encargaron de los trámites, de las exequias y le ofrecieron al niño huérfano continuar su vida aquí. Un hijo más de la familia. Pero Cillian no estaba convencido.
Pese a que Irlanda se había convertido en zona de guerra, insistía en volver a la búsqueda entre fuego y escombros de sus tíos y primos. Los Murray intentaron convencerlo. ¿Otra muerte sobre sus conciencias?
Fue entonces que acordaron el plan de las urnas. Enviarían tres urnas a Wexford, dos con las cenizas del matrimonio y otra con una carta en su interior, donde explicarían que el niño estaba a resguardo y a la espera de que sus parientes se contacten. Por fuera, un recado de última voluntad: esparcir los restos de la familia en su tierra y nada más. Si llegaba a destino y ellos se mostraban voluntariosos de cumplir con el deseo familiar, hallarían la carta. Si no, Cillian sería un Murray.
Imagen del Hotel Ritz de Santa Fe completamente abandonado. Sus paredes encierran innumerables secretos.
Llevaron la encomienda al Hotel Ritz y encargaron su envío, ni bien la circunstancia de la guerra lo permita. Por algún motivo, el tiempo pasó y la encomienda nunca partió del hotel. Su contenido, enigmático, quedó olvidado en la caja fuerte del sótano por largos años.
El joven Cillian esperó por mucho tiempo la respuesta de parientes irlandeses, pero, como bien se sabe, nada como el tiempo para cicatrizar heridas.
Y el convencimiento le fue ganando a la resignación. Vivió una vida simple, honesta y de trabajo como el menor de los Murray. Se casó con una argentina, tuvo tres hijos y volvió varias veces a Irlanda. Murió en 2005, satisfecho, aunque quizás, con el recuerdo de un enigma sin resolver.
Como usted verá, señor Dupuy, el misterio estaba resuelto. La historia de los tres irlandeses tenía final feliz, o al menos mucho menos fatídico de lo que imaginé al principio. Fue entonces que me dispuse a enterrar las urnas y con ellas mi obsesión. Creí conveniente sacarle las placas de bronce con los nombres y las fechas.
Se me ocurrió llevarlas al cementerio, pero supuse que sería difícil de justificar mi tenencia. Después pensé en tirarlas al río, pero creí que no sería justo. Recién entonces me decidí; hice un encofrado de cemento y las sepulté en el fondo de mi casa, en barrio Roma.
La vida continuó y casi, casi logré olvidar la historia. Pero los irlandeses me tenían reservada otra emboscada o, tal vez, otra posibilidad de terminar de comprender.
Le cuento:
Hace catorce años, regresé a Santa Fe por cuestiones familiares; grande fue mi sorpresa al comprobar que en mi vieja casa de barrio Roma se había construido un enorme edificio.
No hubo en mí nostalgia, sino preocupación. Más aún cuando comprobé que en el lugar donde dejé sepultadas las urnas, ahora se alzaba la estructura del galponcito del filtro de la piscina. No era justo que esto termine así. No podía terminar así.
Fácil encontré la dirección de la empresa que había construido el edificio y pude dar con el ingeniero a cargo. Un hombre de edad avanzada, que sin excusas aceptó que nos encontremos en su oficina.
Al otro día fui. No podía creer lo que veían mis ojos, incluso pensé que mi corazón no resistiría, pero sí. En un lugar relevante de la elegante biblioteca del ingeniero, se hallaban las tres urnas. Tal como las encontré treinta y seis años atrás.
Sin rodeos le conté la historia de los tres irlandeses a mi anfitrión que, impávido, me dijo no estar sorprendido pese a jurarme que nunca abrió los jarrones de ébano, como él los llamaba.
Nada más podía hacer. Volví conmovido a Madrid e intenté olvidar para siempre la cuestión. Dos, o tres meses luego, recibí el llamado del hijo del ingeniero. Me dijo que tenía un mensaje de su padre, recientemente fallecido:
"Los tres jarrones de ébano retornaron a su sitio y seguirán esperando".
Según aclaró antes de fallecer, hizo que los depositen en las ruinas del viejo Hotel Ritz. Por algún motivo, esta noticia me tranquilizó y si usted me hace el favor de publicar esta historia, entenderé que mi parte ha sido cumplida.
Tu historia puede inspirarnos
"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: [email protected]
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