Sergio Serrichio
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Más allá del éxito o fracaso del cuestionable paro general con movilización a Plaza de Mayo al que convocó para este miércoles el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, la consigna del líder camionero y su resonancia entre la población en general (y entre los asalariados en particular) expresa las severas distorsiones que introdujo en la economía el proceso inflacionario que el gobierno intenta ocultar hace ya cinco años y medio con el grotesco recurso de la mentira estadística.
Moyano tiene motivaciones personales, que van desde el disfavor oficial en el reparto de fondos sindicales, el desdén con que lo (des)trata la presidenta y su temor de terminar preso por obra del juez y títere K Norberto Oyarbide, pero fundó la movida de hoy en el reclamo de un aumento del piso a partir del cual los salarios tributan Ganancias.
Es una consigna poderosa. De no mediar actualización, este año ese impuesto mellará los ingresos de casi 1,9 millones de asalariados y casi 250.000 jubilados. Una inflación que por sexto año consecutivo superará el 20 % anual hizo el milagro.
Hay quienes atribuyen el fenómeno al “salariazo” kirchnerista. Es un argumento falaz. Los aumentos salariales de los últimos años, aunque por un tiempo superaran el ritmo de la inflación, están sometidos a la lima de precios siempre en ascenso. Cual carrera en la que alguien sube por ascensor y otro por escalera, tarde o temprano la mecánica y la electricidad le ganan a las piernas y pulmones del voluntarismo. Cualquier intento serio de redistribuir progresivamente el ingreso debe priorizar la lucha contra la inflación. El kirchnerismo eligió, en cambio, despertarla primero y azuzarla después.
Una inflación por sobre el 20 % anual es mala noticia, sobre todo en medio de pulsiones recesivas. Pero puede ser peor todavía, si el gobierno insiste en combatir la dolarización de los ahorros con métodos policiales y como si fuese una tara cultural y no lo que es, una respuesta al constante deterioro del peso. Es de celebrar que hasta ahora la demanda de pesos se haya mantenido relativamente firme: el circulante en torno del 8 % del PBI, y los depósitos bancarios en moneda local en 420.000 millones de pesos (20 % del PBI), la mitad de ellos en plazos fijos que rinden menos de la mitad de la inflación. Si una fracción de esa masa de liquidez pasara a la defensiva, el ritmo de los precios podría superar rápidamente el 30 % anual. O más. Por suerte no ocurre, por ahora.
Aquéllos favores
No sólo la inflación, sino el propio Moyano es una (re)creación kirchnerista. En 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia, el gremio de los camioneros apenas superaba los 100.000 afiliados. Nueve años después, obra de innumerables bloqueos de supermercados, de refinerías, de plantas impresoras de diarios, apañadas y hasta festejadas por el gobierno, el gremio tiene más de 200.000 afiliados, de los que depende más del 90 por ciento del transporte de cargas de la Argentina.
Los favores kirchneristas al líder de la CGT, que hasta se dio el lujo de dejar a su hijo mayor al frente de los camioneros y de poner a otro de sus vástagos en el de los trabajadores de peaje, para controlar mejor las arterias del país, llegaron al punto de darle el manejo de fondos oficiales de capacitación, el monopolio de la fiscalización de contenedores en el Puerto de Buenos Aires (mediante Ivetra, firma presidida por Daniel Llermanos, el abogado de Moyano) y la insólita iniciativa de sumarlo en 2006 a la propiedad y el directorio del Belgrano Cargas, la rama ferroviaria de cargas de mayor potencial del país, de la que la presidenta Cristina Fernández desalojó a los camioneros recién a fines de 2011, cuando inició los trámites de divorcio. Eso sí, allí siguen juntos el grupo Macri (de Franco, el papá de Mauricio), la Unión Ferroviaria de José Pedraza, encarcelado por el asesinato del militante trotskista Mariano Ferreira, y una empresa china.
Frente de negocios
El Belgrano Cargas es uno de los negocios que el gobierno busca movilizar mediante los acuerdos con China, ratificados en la reciente visita a Buenos Aires de Wen Jiabao, el primer ministro del gigante asiático. Además, la presidenta celebró la propuesta de Jiabao de negociar un Acuerdo de Libre Comercio entre China y el Mercosur y la posibilidad de una oleada de inversiones energéticas chinas en nuestro país.
Son entusiasmos paradójicos. El gobierno celebra un potencial acuerdo de libre comercio con China al mismo tiempo que aumenta el arancel externo del Mercosur y lleva más de diez años de infructuosas negociaciones para lograr un acuerdo similar con la Unión Europea. Y lo hace el mismo día en que rompe un acuerdo de intercambio de automotores con México, que llevaba diez años de vigencia. “La falta de competitividad de la economía de la Argentina se traduce en la poca seriedad para cumplir sus compromisos comerciales”, acusó Bruno Ferrari, secretario (ministro) de Economía de México, que anunció que se sumará a una denuncia multilateral contra la Argentina en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Del mismo modo, Cristina se frota las manos por posibles inversiones chinas en energía mientras un grupo sindical con logística de grupo comando, ocupa y destruye el principal yacimiento petrolero del país (Cerro Dragón, en Chubut), en cuya explotación está asociada, con una participación del 20 %, la China Nacional Offshore Oil Company Corporation (CNOOC).
La mayor paradoja
Pero en tren de paradojas, la más notable es aquella que produce la conjunción de inflación, voracidad fiscal y “relato” kirchnerista, en el que el neoliberalismo y el FMI figuran entre los cucos preferidos. He aquí que en los ‘90 el menemismo deleitó al FMI con las privatizaciones de empresas y del sistema jubilatorio, la “flexibilización” laboral y su protagonismo en los mercados internacionales de capital. En cambio, el organismo nunca pudo lograr que el gobierno de Menem bajara el piso a partir del cual se pagaba el impuesto a las Ganancias. “El piso es muy alto, lo paga muy poca gente”, se quejaban en vano los burócratas del Fondo. Más de diez años después, el kirchnerismo, el mismo que le pagó de una sus acreencias, logró lo que el FMI pedía: más dos millones de asalariados y jubilados argentinos pagan impuesto a las Ganancias. Si Moyano, personaje antipopular entre la clase media, tiene un buen argumento convocante, es ése. Los Kirchner lo hicieron.