Sarah Mulligan, la venadense que abandonó la abogacía para dedicarse a su pasión: la literatura infantil
La escritora llevaba una carrera “exitosa” en el mundo del derecho, con reconocimientos a nivel internacional, aunque su sueño era otro. Hoy lo pudo cumplir, pero antes tuvo que dar un giro de 360 grados y volver a sus orígenes, a su infancia, para poder trasladar todo ese amor y ternura a sus obras literarias.
Sarah Mulligan, la venadense que abandonó la abogacía para dedicarse a su pasión: la literatura infantil
Sarah Mulligan nació en Venado Tuerto, ciudad en la que vivió hasta los 17 años cuando decidió mudarse a Rosario para continuar sus estudios superiores. Por “mandato familiar” eligió abogacía, profesión que ejerció hasta el 2006, año en que decidió dar un giro de 360 grados -volver al punto de partida- para tomar otro camino y dedicarse a su verdadera pasión: la literatura infantil. La historia de Sarah demuestra que la vida ofrece segundas oportunidades y que siempre es un buen momento para perseguir sueños.
Su infancia
Sarah atesora muchos recuerdos de Venado Tuerto, estrechamente ligados a su infancia, como “la tranquilidad de las calles, las horas de la siesta que permitían la generación de espacios creativos ya que no había muchos juguetes y nos obligaba a utilizar la imaginación para poder entretenernos, siempre estimulados por mi mamá, que era docentes y mi papá que era una persona muy divertida que jugaba siempre con las palabras”, recuerda.
“Desde muy chica escribía guiones, obras de teatro, canciones, poemas graciosos, sketch que luego poníamos en escena; tenía esa chispa para lo divertido”, cuenta.
Mucha de esa inspiración aparecía en la casa de sus abuelos paternos, en la esquina de Castelli y 25 de Mayo, donde tenía “el jardín de las flores del mundo, como le decía yo, porque tenía muchas flores de diferentes colores y aromas, además de una fuente y un aljibe. En el interior tenía muchos pasillos, en forma de laberintos, y un altillo con libros y revistas antiguas. En esa casa, donde pasé gran parte de mi infancia, con mi abuela, que era una mujer muy parlanchina, siempre narraba historias y anécdotas, ovillábamos la lana mientras me compartía algún relato. De eso me nutrí y hasta entendí que ovillar la lana, que no es más que ordenarla, es similar a la narración, donde uno tiene que ordenar las ideas y la historia para darle el sentido”, remarcó.
Club del cuento
A los 11 años, fundó un espacio que denominaron “El club del cuento”, y participaban sus primas y sus amigas del barrio donde además de poemas y relatos, escribió “La carta a la infancia” a la cual le puso como fecha el año 2015. “Yo visionaba con ser adulta y le escribía a mi propia infancia. En ese mensaje, en la posdata, me pedía 'no dejes de escribirme en mi imaginación y en mi corazón'”, recuerda, asegurando que tiene una gran conexión con su infancia y siente que se remonta en el tiempo cada vez que se pone a escribir.
“Los estados de fascinación, de inspiración en los que entro hoy cuando escribo, son claramente los que vivía cuando era chica. Es, claramente, el mismo sentimiento”, señaló.
El camino de las leyes
Con sus jóvenes 17 años, Sarah desembarcó en Rosario para comenzar a estudiar abogacía. En ese proceso, las disciplinas artísticas quedaron un poco relegadas, continuando con dibujo, solo unos meses, y teatro.
“Desde que empecé a estudiar abogacía sabía que no era para mí, pero en mi familia sólo se justificaba que fuese a Rosario si estudiaba 'algo serio'; en ese entonces el arte era solo un hobby para la mentalidad de mi entorno”, comentó.
La autoexigencia de Sarah la llevó a recibirse con muy buenos promedios. A los dos años de haberse recibido comenzó a trabajar en uno de los estudios más importante de Rosario y “hasta me piden que escriba un comentario sobre una ley, junto a otra abogada, que al final se convirtió en un libro de 800 páginas”.
El día que decidió dejar la abogacía, sacó el cuadro con el diploma de la pared.
“A los 30 años les daba clase a mis profesores en posgrados y a los 34 concursé para un cargo de jueza, que salí primera, pero finalmente eligieron a la segunda de la terna”, destacó.
Más allá de lo “exitosa” que venía siendo su carrera profesional, donde escribió otros libros, artículos y recursos ante la Corte Suprema, además de dar charlas y conferencias, sentía un vacío que sólo llenaba su verdadera pasión. Aunque sí escribió algunos poemas infantiles cuando ejercía la abogacía, lo cierto es que lo jurídico ocupaba el mayor espacio de su literatura. “Escribía mucho, pero temas vinculados a la profesión y me costaba mucho salir de ese estado para poder escribir obras literarias”, planteó, poniendo como ejemplo “una tabla donde cortaste cebolla y por más que la laves y quieras cortar frutas, esas frutas te van a quedar con el sabor de la cebolla”.
La transformación
Tras ganar un premio de Derecho Procesal Civil en España, en la Universidad de Málaga, Sarah viaja a Praga con amigas. “Un día estaba sola y sentía una angustia muy grande, me sentía rara conmigo, con la vida, con el mundo. Caminaba por las calles llorando hasta que ingreso a una iglesia donde lo único que se veía era una imagen de Jesús crucificado y me arrodillé y pedí no sentirme así nunca más en la vida. Salí de ahí y me dije 'algo tengo que hacer, no puedo seguir de esta manera'”, contó.
Luego de esa situación, donde se había prometido no dejarse nunca más sola y que iba a escuchar más su corazón, comenzó a cambiar algunos hábitos, como darse tiempos para estar consigo misma, caminar al lado del río para conectarse con la naturaleza. “Me fui aflojando y la infancia empezó a aparecer”, resume.
En ese camino, Sarah viaja a África a visitar a una amiga y allí tuvo varias experiencias muy importantes para su vida, sobre todo al ver las ideas de las mujeres de una tribu. “Sentía que la sencillez de esas mujeres era lo que yo había perdido”, planteó.
“Ocho años después de Málaga -continuó- dije 'basta', y dejo la profesión definitivamente. En ese momento no era tan claro lo que quería hacer. Eso me generó una crisis muy grande, pero en esa semana, en tres oportunidades me topé, en diferentes lugares, con la leyenda del águila, que se toma cinco meses para cambiar las plumas, las uñas y demás. Ahí me di cuenta que estaba cerca de cumplirse ese tiempo, así que cinco meses después escribí mi primer poema, dando el inicio a esta nueva etapa de mi vida, con el nombre que elegí: Sarah Mulligan”.
Un nuevo nombre
Para poder dejar atrás su etapa como abogada, a la cual “no volvería”, necesitaba un nuevo nombre, diferente al original, al que aparece en el DNI. De ahí surge Sarah (por gusto) Mulligan (apellido de la tatarabuela y que en el golf significa segunda oportunidad). “Todos tenemos derecho a elegir el nombre con el que queremos ser llamados”, consideró.