Congreso Eucarístico Buenos Aires Monumento de los Españoles 1934.
Por Rogelio Alaniz
Congreso Eucarístico Buenos Aires Monumento de los Españoles 1934.
por Rogelio Alaniz ralaniz@ellitoral.com
foto: Revista El Hogar (18 de diciembre de 1953, nº 2301),
Entre el 9 y el 14 de octubre de 1934 se celebró en la ciudad de Buenos Aires el XXXII Congreso Eucarístico Internacional. Multitudes nunca vistas de creyentes argentinos se hicieron presentes, provocando el hecho de masas más importante de nuestro país y, para algunos historiadores, la movilización más grande que se haya producido en la Argentina durante el siglo XX y lo que va del siglo XXI. Los actos centrales se realizaron en Palermo a la altura del Monumento de los Españoles, donde se levantó una inmensa cruz. Pero también hubo procesiones en la Plaza de Mayo, el Congreso y el tramo que va de la Iglesia del Pilar en Recoleta hasta Palermo, sin mencionar las concentraciones en el puerto para presenciar el arribo de los ilustres visitantes o en las ceremonias de gala realizadas en el Teatro Colón. En definitiva, el congreso ocupó una ciudad que vio desbordada sus instalaciones hoteleras, comedores y medios de transporte. Las multitudes no sólo peregrinaron, sino que tomaron la comunión y rezaron. Muchos aprovecharon la ocasión para conocer Buenos Aires y algunos de sus sitios turísticos, como El Tigre, Luján y La Plata. El número de asistentes no se conoce con precisión, pero se estima que en las celebraciones del doce de octubre y del domingo catorce, la concentración superó el millón de personas, una cifra altísima en un país cuya población apenas llegaba a los ocho millones de habitantes. Hasta el día de hoy, se debate sobre los alcances de este Congreso, cuyos efectos sociales y políticos excedieron los límites habituales de una convocatoria de este tipo. Católicos nostálgicos de tiempos más religiosos consideran que nunca antes y nunca después, la Iglesia fue tan convocante; historiadores estiman que el Congreso Eucarístico marca el punto de agonía de la Argentina liberal y el nacimiento de una Argentina nacionalista y católica; en la misma línea, pero con algunas variantes, se estima que 1934 fue la revancha de la Argentina católica contra la Argentina liberal de 1880. En otro orden de razonamiento, para algunos, lo sucedido fue una consecuencia de las concesiones que el régimen conservador del presidente Agustín Justo hizo a la Iglesia Católica para conseguir a cambio respaldo social y político; para otros, el Congreso fue de manera tácita una impugnación al liberalismo conservador dominante y el anticipo de una Argentina que en la década del cuarenta habrá de expresarse políticamente a través del peronismo. Los historiadores Zanatta y Di Stéfano consideran que en 1934 la Iglesia Católica despertó de su letargo iniciado en 1880. Sin embargo, la hipótesis es refutada por colegas que demuestran que ese letargo no fue tal, porque en todas esas décadas las parroquias se multiplicaron, y alrededor de ellas se fundaron instituciones, diarios y revistas que mantuvieron viva la fe. Para 1930, ya existía la Acción Católica, revistas como Criterio, e intelectuales católicos del nivel de Gustavo Franceschi, pero los círculos de obreros católicos o las organizaciones caritativas parroquiales existían desde mucho antes, al punto que la consistencia de esas redes asociativas se llegaron a comparar con las organizadas en la vereda de enfrente por anarquistas y socialistas. Concretamente, la masividad del Congreso Eucarístico no fue un fenómeno accidental; por el contrario, bien puede ser considerado la consecuencia de un proceso de larga data en una Argentina cuya religiosidad era más importante de lo que se registraba en la superficie. Por supuesto que cada una de estas consideraciones puede refutarse, pero en todos los casos lo que queda claro es que lo sucedido en octubre de 1934 fue uno de los acontecimientos más importantes de esa década, y para la Iglesia Católica uno de sus momentos de máximo esplendor. Los católicos no salieron de la nada en la década del treinta, pero fue en esos años cuando se consolidó un ideario religioso ultramontano e integrista. Pertenece a este tiempo, el mito de la Argentina católica y el ser nacional. Para la Iglesia de entonces, el liberalismo y el comunismo eran los enemigos a derrotar. También algunas de sus consecuencias: la separación de la iglesia del Estado, el divorcio y la ausencia de enseñanza religiosa en las escuelas. Salvo minorías, los intelectuales católicos no alentaban al fascismo o a los nazis, pero compartían con éstos sus críticas al comunismo y al liberalismo, mientras que la objeción más seria que se le hacía -por ejemplo- a los nazis era la de practicar una suerte de neopaganismo. El orden político que se defendía estaba en las antípodas de la democracia representativa. El concepto de democracia era social y no político y estaba vinculado con el desarrollo de las asociaciones intermedias. La defensa de un orden corporativo era la consecuencia lógica de esta visión, aunque a diferencia del fascismo, la Iglesia siempre advirtió sobre la idolatría al Estado y el culto a la violencia. Iban a pasar muchos años -entre otras cosas los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del Eje- para que lentamente la Iglesia se fuera reconciliando con la democracia. Pero entre tanto, para los años treinta el modelo a imitar era el propuesto por Salazar en Portugal, el político a considerar era Mussolini -que celebró el acuerdo de Letrán-, y el líder a honrar, era el general Francisco Franco en España. El Congreso se realizó en 1934, pero tres décadas antes el arzobispo Mariano Espinosa había iniciado gestiones en Roma que no se habían concretado. Espinosa apuntaba a producir un hecho religioso de envergadura en una fecha cercana al Centenario. El objetivo consistía en establecer un contrapunto con la Argentina liberal y laicista que en la década del ochenta le había infligido una herida dolorosa a la Iglesia con la aprobación de las llamadas leyes laicas. El Congreso Eucarístico Internacional se celebró en Buenos Aires gracias a las gestiones del arzobispo fray José María Bottaro, quien en 1932 recibió la autorización de Roma. Fue el primer congreso de esa magnitud en Sudamérica. El único antecedente databa de 1926, cuando Chicago (EE.UU.) había sido sede del Congreso. Precisamente, uno de los argumentos de las autoridades religiosas argentinas para convencer a los funcionarios del Vaticano tomó como referencia al Congreso de Chicago y a la asistencia masiva que produjo en una de las ciudades que hasta ese momento era conocida por las huelgas anarquistas y el imperio de la mafia. Decía que el dato social más significativo del Congreso fue la presencia de las multitudes en las calles. Con el Congreso, se hizo realidad la Argentina de masas con todas sus ventajas e incomodidades. Este verdadero aluvión de hombres, mujeres y niños provenientes de los lugares más remotos del país y de todas las clases sociales, ocupó la ciudad de Buenos Aires durante una semana para inquietud de patricios, muchos de ellos con el corazón dividido, ya que por otro lado ellos eran quienes más habían contribuido a financiar los gastos del Congreso. Al respecto, no dejan de ser sintomáticas las posteriores declaraciones de un católico practicante y militante como Manuel Gálvez: “Fui dichoso estos días, no obstante las molestias nerviosas que me producía el verme entre aquellas gigantescas multitudes”. El Congreso Eucarístico no cayó del cielo. En 1916, el mismo año en que Hipólito Yrigoyen asumió el poder, se celebró en Buenos Aires el Primer Congreso Eucarístico Nacional. Y en 1929, multitudes de católicos desfilaron desde Plaza de Mayo hasta el templo salesiano de San Carlos en Almagro. Se celebraba en esa ocasión a Don Bosco, pero el dato significativo de aquel acto fue que la cabeza de la procesión fue recibida en San Carlos por el presidente radical, lo que demostró que no sólo Justo era propenso a acercarse a la Iglesia católica, hecho del que nunca se sabrá con precisión si provenía de la fe o del oportunismo político. A título anecdótico, recordemos que la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones expulsó a Justo de sus filas acusado de comportarse como un amanuense del cardenal Pacelli y sus obispos. (Continuará)
El dato social más significativo del Congreso fue la presencia de las multitudes en las calles. Con el Congreso, se hizo realidad la Argentina de masas con todas sus ventajas e incomodidades.