Por Damián Leandro Sarro
Por Damián Leandro Sarro
Escribir una reseña para esta novela es zambullirse en un amplio mar cuyo oleaje inunda el teclado de la notebook con distintos salitres para su focalización; en este caso, se opta por el valor testimonial que la novela desarrolla a través de su estructura: una Primera Parte con treinta y nueve capítulos, una Segunda Parte con dieciséis, una Tercera Parte con tres capítulos, una sección llamada Nueve años después, otra titulada Preguntas y un Posfacio. Su autora, Natalia Zito (Bs. As., 1977), escritora, psicoanalista, licenciada en Psicología (UBA) y con formación actoral, autora de Rara (Emecé, Planeta, 2019), realiza un minucioso trabajo de investigación que aúna la labor periodística con la mirada psicoanalítica sobre la vejez activa junto con la escritura ficcional.
Veintisiete noches es la historia de la artista plástica multimillonaria Sarah Canoh de Katz, dueña del Laboratorio Katz y de la Fundación Katz, quien en 2005 y a sus ochenta y ocho años de edad fue encerrada de manera avasallante en una clínica privada a pedido de sus hijas, Olga y Miriam. La causa de este encierro, supuestamente justificada por profesionales de la salud mental, menciona una demencia frontotemporal o mal de Pick. En el capítulo 1 ya se vislumbra una grieta familiar entre la madre y sus hijas, lo cual genera dos relatos contrapuestos donde sobrevuela un término de mucha carga semántica y psicoanalítica: matricidio.
La historia se mueve en un mundo cargado de poder, de ambiciones, de prejuicios y de mezquindades que, gracias a los procedimientos discursivos de prolepsis y analepsis cuya representación bien podría asemejarse a una escritura del tipo bustrofedón, configura una trama donde se desenvuelven dos grandes bloques en disputa: por un lado, Sarah y su grupo de amigas y amigos que la sostiene, que alimenta las complicidades y le renueva las energías con las cuales ella hace frente a las inmundicias emergidas de su propia familia y de su entorno social; por otro lado, sus hijas y el con el cuerpo de profesionales de la salud mental escogido ad hoc urden un perverso plan para despojar a Sarah de sus potestades y de la administración de sus bienes con la consecuente privación de su libertad; entre los profesionales se destaca un neurólogo con especialidad en neuropsicología y neuropsiquiatría de intachable trayectoria y con un ascenso fugaz entre sus colegas, él comandará toda la supuesta confabulación con espurios intereses: el Dr. Orlando Narvaja; sus colegas sostendrán opiniones similares a la expresada por un director médico donde trabajó Narvaja: "Lo mimamos y después lo mandamos a formarse a Inglaterra y Estados Unidos […] Yo lo detesto porque nos engañó a todos" (p. 41).
Además de la enfermedad de Pick, a Sarah se le endilgaba la cuestión de la desinhibición y de la prodigalidad, dos conceptos que aterraban a sus hijas desde el punto de vista socioeconómico y que, en conjunto, justificaban el tan ansiado juicio de insania. Frente a este panorama, la valentía y las garras de Sarah serán los nudos que sostendrán su supervivencia en la defensa de su estilo de vida basado en la libertad, en el hedonismo y en todo componente que configure un explícito carpe diem. Incluso, ante el mismo tribunal que decidirá su suerte, Sarah nunca dejará de ser ella misma, de "reír, esa risa sea acaso su primera venganza, su modo de hacerlos sentir estúpidos, ridículos por llamar demente a una señora como ella, ocurrente, con la inteligencia suficiente para meter el dedo en la llaga. Toda esa escena jocosa revela lo evidente para ella: la injusticia" (p. 223).
Veintisiete noches es el resultado de una larga e intensa investigación que Zito realizó durante un año y medio con rastreos periodísticos, cincuenta entrevistas, elaboración de informes y adaptación literaria con las licencias ficcionales para el caso. Este magma de trabajo y de escritura habilita la lectura de la novela desde el subgénero de literatura testimonial, cuyo procedimiento gira en torno a la reconstrucción ficcional de una realidad determinada a partir de un caso verídico; por ende, en esta novela Sara Katz es Natalia Cohan de Kohen, Orlando Narvaja es Facundo Manes y Gloria Fusco es Griselda Russo, entre otros personajes.
En una lectura socio-histórica, Sarah Katz tiene matices que claramente pueden ser identificados con grandes mujeres que hicieron historia, no solo por su legado personal sino por la injusticia a la que fueron sometidas, y en esta línea sobresalen Juana I de Trastámara, reina de Castilla y León, la llamada la Loca; Sor Juana Inés de la Cruz (y también la versión Yo, la peor de todas, de M. L. Bemberg), Victoria Ocampo, Simone de Beauvoir, Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba y Juana González, llamada Rita, la Salvaje (que aparece mencionada en las páginas 133 y 134), entre otras.
En una lectura literatura, Sarah Katz sería una magnífica compañera de otras mujeres que protagonizaron historias llenas de tensiones e injusticias, y es una maravilla imaginar un espacio ficcional donde convivan Emilia, de Otelo, de W. Shakespeare; Pamela, del libro homónimo de S. Richardson; Emma Zunz, del cuento homónimo de J. L. Borges; La Maga, de Rayuela, de J. Cortázar; Laura Palfrey, de Prohibido morir aquí, de E. Taylor y Yuna Riglos, de Las primas y de Las amigas, de A. Venturini, entre otras.
Veintisiete noches es la reivindicación por una vejez libre y activa, por una vejez desprejuiciada donde los lazos humanos se reivindican sin ataduras materiales ni lábiles intereses; esta novela invita a devolver el trato digno a la ancianidad y respectar sus tiempos, sus inquietudes y sus "locuras"; porque, en definitiva "la posibilidad de la locura es una de las mejores cosas que tiene este mundo" (p. 101).